Monday, December 18, 2006

PINOCHET

Las reseñas sobre la muerte de Augusto Pinochet han estado teñidas con el cristal ideológico de quien perpetra la nota necrológica. Los detractores del general pusieron énfasis en los tres mil desaparecidos y la dictadura sangrienta que impuso sobre Chile, aplicando a la fuerza un modelo económico con un equipo de tecnócratas conocidos como los Chicago boys. Los simpatizantes del régimen se han centrado sobretodo en el “milagro económico chileno”, gracias al cual el país del sur se encuentra en el umbral de la modernidad y a leguas de distancia de sus vecinos de la región; siendo más bien ejemplo para sus coetáneos, por lo que un sacrificio de las libertades políticas era justificable en un momento en que Chile estaba cayendo “en las garras del comunismo”.
Ambas posiciones se han visto reflejadas también en el pueblo chileno con motivos de las exequias del general. Mientras un sector de la población salía a las calles en manifestaciones más o menos violentas y a regocijarse por la muerte del dictador; otros hacían largas colas para darle el último adiós.

Lo cierto es que ambas posiciones distan de la objetividad en el análisis y de una ecuanimidad racional para interpretar los hechos.
Si bien la dictadura de Pinochet se inscribió en las dictaduras sangrientas de la década del 70, que fueron alentadas por los Estados Unidos a fin de detener la “izquierdización” de los países de Sur América en el marco de la guerra fría, lo evidente es que existió una institucionalidad militar que gobernó el país con un proyecto político-económico a largo plazo, muy similar –salvando los matices claro está- al proyecto institucional de las fuerzas armadas en el Perú de 1968-80 y el Brasil de 1964-79, razón por la cual el tránsito hacia la democracia fue ordenado en Chile cuando los militares perdieron el plebiscito. Eso -como lo señala bien Fernando Rospigliosi en un artículo- es imposible en un gobierno militar personalista donde impera como eje central el personalismo del caudillo o en un gobierno autocrático donde todo vale para la reelección del candidato como en los casos de Fujimori en Perú y Chávez en Venezuela; y, caído el caudillo en desgracia todo el régimen se desmorona precipitadamente junto a él. Ese desmoronamiento masivo no ocurrió en Chile, donde los militares se retiraron ordenadamente y mantuvieron cuotas de poder hasta bien entrada la democracia.
Por eso, si se quiere hacer un análisis comparativo, el régimen pinochetista se acerca más a la institucionalidad del gobierno militar del docenio en el Perú, donde los militares también se retiraron ordenadamente a los cuarteles y también conservaron cuotas de poder dentro de la democracia; y al Brasil de los sesentas (donde igualmente se eliminó a líderes izquierdistas), que también tuvo un modelo económico de desarrollo que impusieron con mano férrea los militares, si bien con distintos matices (Perú y Brasil apostaron por el modelo de sustitución de importaciones, mientas que Chile por el de apertura económica que incluía la liberalización de los mercados y privatización de empresas públicas). A ello hay que agregar una política exterior bastante agresiva –si bien la chilena fue opaca en aquella época por las circunstancias del régimen- que en cierto momento hizo competir a las cancillerías de Torre Tagle e Itamaratí en Sur América. La geopolítica llevada a la exquisitez de la diplomacia.

En cuanto al “milagro económico chileno” (por el cual muchos pinochetistas locales justifican la autocracia fujimorista) hay que tomarlo en su contexto real. La evidencia histórica de los últimos países que han mejorado sus niveles de desarrollo y han alcanzado estándares de calidad, ha demostrado que la sola liberalización de los mercados o el “laissez faire” puro no garantiza el crecimiento económico ni menos la distribución de la riqueza para todos. Para ello es necesario que existan instituciones sólidas y la presencia de un Estado que las respalde. Esas instituciones existían en Chile antes de la dictadura de Pinochet. Chile fue quizás el único país de la región que en el siglo XIX, cuando sus vecinos se desangraban en luchas intestinas entre caciques locales, que ya contaba con un Estado e instituciones sólidas y sobretodo con un proyecto nacional de expansión para desarrollar su potencial (que por desgracia nos miraba a nosotros como su natural hábitat de crecimiento). Así que el “milagro económico chileno” no es ciento por ciento producto del gobierno de Pinochet, sino que existieron bases previas para lograrlo (de allí también que la receta no haya funcionado a cabalidad cuando Fujimori la quiso implementar en los años noventa, faltaba un Estado e instituciones sólidas, de lo cual carecemos nosotros).

De ahora en adelante Chile se libera de un fantasma viviente o de una sombra del pasado para ser más preciso. No creo que pase por el trauma exorcístico que le ocurrió a España una vez muerto Franco, aunque sí se producirán novelas o películas que en ficción permitan una liberación catártica de aquellos aciagos años, como lo fue la hermosa película chilena Machuca, y así cada vez será más un recuerdo lejano el dictador, hasta que su recuerdo sea más vago y sólo parte de la historia oscura de Chile.
Eduardo Jiménez J.
ejjlaw@yahoo.es

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