Tuesday, January 23, 2007

¿VENEZUELA VA CAMINO AL SOCIALISMO?

Si bien el presidente Chávez ha pedido al Congreso que Venezuela se denomine desde ahora “República socialista de Venezuela”, por experiencia histórica se sabe que el socialismo, como un nuevo estadio social, no se pasa por simple cambio de denominación o por retórica demagógica, sino que obedece a la estructura de su modo de producción, y por lo que sabemos, el modelo chavista no tiene nada de socialista sino más de bien de nacionalismo reciclado de los años sesenta.

Por eso, no es novedad que el proyecto chavista anuncie nacionalizaciones de empresas consideradas “estratégicas” como son las telecomunicaciones y electricidad, debido a que una característica de los procesos nacionalistas son precisamente las expropiaciones de empresas consideradas estratégicas en el marco de la política nacional; y, a pesar que Chávez anuncia un “socialismo para el siglo XXI”, su modelo por antonomasia (igual que lo era para el candidato Ollanta Humala) es el modelo nacionalista del gobierno del general Juan Velasco Alvarado en Perú (1968-75). El modelo chavista no mira al futuro, sino al pasado.

Efectivamente, igual que pasó en el Perú de los sesenta, Chávez también fue producto del enorme desprestigio de que gozaban los partidos políticos de ese entonces. En el caso peruano se llegó a la denominada “convivencia” entre un partido de masas como el partido aprista con la oligarquía criolla representada por la Unión Nacional Odriista, con la finalidad de oponerse desde el Parlamento a las reformas del primer gobierno del arquitecto Fernando Belaúnde Terry (1963-68), hasta concluir –gracias a la ceguera política de ese entonces- en el golpe de estado del general Velasco e iniciar un gobierno autoritario con reformas nacionalistas y aplicación, en lo económico, del modelo de sustitución de importaciones, terminando con la vida política y de libertad de expresión en el país, proceso político-autoritario que duró doce años. En el caso venezolano, fue la convivencia hasta la médula de la corrupción de los dos partidos que se alternaron en el poder por cerca de cuarenta años: Acción Democrática y el socialcristiano COPEI. Hijo político de esa etapa de la vida política venezolana fue Hugo Chávez, que surgió como alternativa de cambio y simbolizaba el “orden” frente al desgobierno y la corrupción.

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Pero, aparte de las nacionalizaciones, Chávez ha “recomendado” la necesidad de que el Banco Central no tenga autonomía, con lo cual se estaría recortando independencia en el manejo a un organismo que precisamente tiene por finalidad, entre otras, regular el tipo de cambio y la tasa de interés, así como mantener en buen nivel las reservas internacionales; por lo que al parecer la medida apunta a una “farra fiscal” sin restricciones que mantenga contentos a los allegados al régimen, incondicionales entre los que se cuentan a los empresarios que –como sucede también acá- se mantienen callados y contentos mientras tengan prebendas del régimen.

Para aplicar ese modelo se necesitan amplios recursos financieros. Velasco se tuvo que endeudar en el exterior, Chávez tiene los ingentes recursos del petróleo. Por otro lado, la enorme injerencia del estado en la sociedad, la economía y la política hace que todos dependan de los recursos del gobierno, desde quien solicita un puesto de trabajo hasta los empresarios que hacen lobby en la antesala de un ministro con la finalidad de obtener una licitación pública, pasando por las dádivas del avisaje estatal en el sector comunicaciones. Si eres amigo del gobierno llueven avisos, caso contrario escasearán hasta obligarte a cerrar.

Lo paradójico del caso es que ese modelo de intervencionismo estatal trae más corrupción, precisamente contra lo que combatió Chávez al iniciar su vida política.

Pero el modelo autoritario nacionalista cuando se siente fuerte –como es el caso venezolano- puede adquirir formas desfachatadas de abuso del poder, como no renovar licencias a medios de comunicación que son contrarios al gobierno. Es lo que ha pasado con un canal de televisión en Venezuela al que el mismo Chávez –actuando como si el Estado fuera su “chacra”- denegó la renovación de la licencia.
Síntoma de esa fortaleza es también la posibilidad lanzada por él mismo de instaurar la reelección presidencial indefinida vía “consulta popular”.

El modelo nacionalista, en la variante chavista, tiene también por añadidura la “exportación” de la “revolución bolivariana”. Producto de la globalización, el modelo, y sobretodo su caudillo, trata de tener presencia en los países vecinos y ganar aliados y peso geopolítico en la región, no importa si es al precio de convertir las relaciones internacionales en una “política de callejón”, donde más que argumentos abundan los insultos a los mandatarios que no le simpatizan (el último de una larga lista fue el Secretario General de la OEA, José Miguel Insulza a quien calificó de pendejo –en la acepción caribeña de la voz-), buscando de esa manera callar a sus opositores en el exterior.
Aparte de la intimidación matonesca, otra arma poderosísima para conseguir aliados es la política de la “chequera abierta”, financiando con créditos blandos en petróleo o en “asistencia técnica” a países “hermanos” como Cuba, Bolivia y Nicaragua. Lo malo de esta política es que no produce alianzas muy sólidas a largo plazo, además que los “incondicionales” de Chávez en el exterior son países pequeños como Bolivia o Nicaragua, sin mucho peso relevante en la región; incluso a nivel extraregional solo ha podido conseguir el dudoso apoyo de países como Irán o Corea del Norte, razón por la cual perdió clamorosamente cuando Venezuela postuló a un sillón en el Consejo Permanente de la ONU.

Pero, el estilo de Chávez es más parecido al de Fujimori (quien, por cierto, le concedió asilo cuando perpetró el frustrado golpe de estado contra Carlos Andrés Pérez): un vacío total de las instituciones democráticas, dejándolas en cascarón, y colocando a incondicionales en cargos clave. Un ejemplo fue la reciente instalación de la Corte Suprema en Venezuela, cuando, en actitud más que vergonzosa, los propios magistrados lanzaron vivas al caudillo. O, recientemente, cuando el Congreso venezolano, en una clara muestra de obsecuencia servil, delegó facultades al presidente Chávez para que legisle ampliamente por decreto sobre distintas materias, que van desde la estructura del Estado, pasando por los tributos, “seguridad ciudadana”, la llamada “participación popular” y por supuesto las nacionalizaciones anunciadas.
¿Alguien puede hablar de poderes autónomos en Venezuela?

Otra característica del modelo nacionalista es que no disminuye las desigualdades sociales ni baja los niveles de pobreza. Por la misma lógica del modelo –y por más que Chávez diga que es “el socialismo del siglo XXI”-, el nacionalismo no elimina las desigualdades sociales, ni menos a los ricos, sino que se basa en un clientelismo, tanto de la burguesía como de los sectores populares, otorgando a los primeros licitaciones y contratos con el gobierno, y a los últimos dádivas asistenciales, creando lazos de dependencia a fin que apoyen al régimen y al gobernante en el poder, en una suerte de Estado corporativo. De allí que las cifras de pobreza y delincuencia no hayan bajado en Venezuela (principalmente en Caracas), sino todo lo contrario, han aumentado.

A nivel de análisis de tendencias políticas, el chavismo ha permitido también dividir al campo de la izquierda pos muro de Berlín en dos tipos claramente diferenciados: aquellos que añoran los tiempos de mano dura y “dictadura”, con un marxismo fosilizado en la época maoísta o estaliniana, donde muchas veces su alineación con Chávez no es tan pura, ideológicamente hablando, sino que influyen mucho los “petrodólares” del dictador; y otra izquierda más moderna, liberal, inclusiva en el mundo y que propone cambios en el sistema pero sin excluir a sectores de la población o incluso a países enteros. Es la izquierda liberal que acepta realistamente la globalización como fenómeno irreversible, pero que busca que esta beneficie a todos y no sólo a algunos países o grupos de poder.

La izquierda arcaica, seguidora de Chávez, no es nada democrática, más bien es autoritaria, retrógrada y tiene émulos en distintos países, incluyendo el Perú; lo que ha permitido “desenmascarar” –uso un término caro a los marxistas de viejo cuño- sus verdaderas intenciones, más allá del barniz aparentemente democrático del cual están revestidas. La otra izquierda, la moderna, liberal, inclusiva, trabaja a largo plazo y mira al futuro, más que a proyectos pasados.

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Personalmente, creo que Chávez tiene para rato. Quizás esté en la cúspide de su poder, en pleno apogeo; pero, lo que demuestra la historia antigua y moderna es que tarde o temprano ninguna tiranía dura eternamente y mientras más se aferra el tirano al poder, más estrepitosa es su caída. En el caso de los proyectos nacionalistas pasados, tanto el de Velasco en los setenta como el de Perón en los cincuenta, demuestran que una vez agotado el modelo, la nación termina más pobre, endeudada, y con una economía destrozada y partidos políticos desarticulados, y que rehacer todo el tejido social demora no años sino décadas. Venezuela, luego de la borrachera nacionalista de Hugo Chávez, despertará así un día de su sueño de opio: totalmente decepcionada de su gobernante que ahora reverencia como su “salvador”, dándose cuenta que existe más desigualdad e injusticia social, y sobretodo totalmente desengañada, sabiendo que jamás estuvo en el “paraíso” socialista y que ahora es más pobre y más hambrienta que antes.
Eduardo Jiménez J.
ejjlaw@yahoo.es

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