Tuesday, April 03, 2007

5.4.92: 15 AÑOS DESPUÉS

Recuerdo que la noticia del golpe de estado de Alberto Fujimori la escuché en la radio del taxi que me llevaba a la estación del bus con el que retornaba a Lima. Había estado en la ciudad de Huancayo el fin de semana y ese domingo por la noche regresaba a Lima. No lo podía creer. Pensé que era una noticia errónea de la prensa, que un presidente constitucional de un golpe contra los otros dos poderes del estado era retrotraernos a una etapa que “parecía” superada, pero que estaba también muy fresca en nuestra memoria.

Para que se produzca un golpe de estado tiene que existir cierto consenso político y social, además de las condiciones que permitan perpetrarlo. El éxito de un golpe no depende solo de la voluntad de quien lo intenta, sino del grado de aceptabilidad que el mismo puede tener entre la sociedad y los grupos representativos. Y, en 1992 se daban las condiciones para perpetrar el golpe: una clase política que mostraba miopía frente a la realidad, desprestigio acelerado de la misma, un poder judicial nada confiable, dieron el pretexto justificatorio, amén de la campaña sistemática que ya había comenzado meses atrás. Lo cual demostró que más allá de un puñado de intelectuales y políticos, el resto de la sociedad “justificó” el golpe. Empresarios, parte del clero conservador, profesionales y gente del pueblo avalaron la decisión de Fujimori de cerrar el congreso. Estoy seguro que si hoy se hiciera lo mismo, el ciudadano común lo volvería a avalar y tendría tanto consenso como en aquel año, donde la aprobación de Fujimori fácilmente sobrepasaba los ochenta puntos.
Y creo que el asunto tiene que ver no solo con la carencia de sólidas instituciones, sino también con nuestra cultura. Hay algo dentro de nosotros que nos hace aspirar a creer todavía en “el hombre fuerte”, “la mano dura”, “el mesías salvador”. Una suerte de dios protector, pero también castigador, síntoma que nos dice que la democracia todavía está en pañales entre nosotros. Y a ese ciudadano común no le importa ni se escandaliza demasiado con la corrupción, como la de aquellos diez años, lo que nos dice de una acentuada y generalizada anomia y de una escala de valores bastante laxa y pragmática.

¿Qué nos enseña el 5.4.92? Que no debemos bajar la guardia, que la historia se podría repetir, no ahora, pero si en un futuro mediato. Lo que enseña la historia peruana es que andamos en un péndulo y que –a contrapelo del valse- toda repetición no es una ofensa. El estar alertas y buscar consolidar los logros políticos es parte del proceso de cambio, pero no lo único; mientras sigan enormes sectores segregados, excluidos de toda oportunidad es poco lo que se puede hacer. Las tendencias autoritarias están allí, para aprovechar cualquier oportunidad que se les presente, con o sin Fujimori.
Eduardo Jiménez J.
ejjlaw@yahoo.es

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