Monday, May 21, 2007

POR QUÉ SOY AGNÓSTICO

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No pretendo hacer una apología del agnosticismo, el agnóstico dista mucho de ser un evangelizador o propagandizador de lo que cree o piensa; todo lo contrario, difícilmente somos portadores de una fe o de una verdad absoluta, nada más lejos del agnóstico que querer generalizar y dar por absoluta una verdad que es propia de su experiencia y, por tanto, intransferible. Apenas trataré de esbozar las causas personales de lo que considero una forma de vivir y ver el mundo.

Quizás haya influenciado en mí el ser un escéptico por naturaleza. Desde muy niño he dudado y he relativizado todo lo visto y oído, jamás he podido aferrarme con uñas y dientes, como lo hacen muchas personas, a una fe, sea religiosa, política o económica, y considerarla como una verdad incontrovertible y absoluta que sea el eje de mi vida. Me aparté de toda práctica religiosa hacia los dieciséis años, aunque nunca –ni de niño- me compenetré con esa serie de ritos a los que asistía más por compromiso familiar que por verdadera vocación.

Muchas veces me han preguntado si mi familia no hacía nada frente a ese manifiesto decaimiento en la fe. Un poco como inquiriendo si también eran poco creyentes y si el asunto venía por cultura familiar. Siento decepcionarlos, pero todos en mi familia son creyentes practicantes, hasta mi hermano menor. Pero, en mi hogar existió un clima de tolerancia y de libertad que permitía que cada miembro haga con su vida lo mejor que le parezca. Bajo ciertos límites, claro está. Límites que han estado ceñidos a hacer algo “útil” en la vida y no estar ocioso; aunque hubo una excepción en los dos años siguientes ha terminada mi secundaria cuando disfruté del divino ocio y no hice otra cosa que leer y leer y leer, principalmente novelas y cuentos, mañana, tarde y noche. En esa época nació mi afición a la lectura, y la lectura cuando se realiza críticamente trae a su vez el cuestionamiento de todo, incluyendo de las divinidades.
Visto a la distancia de los años, aquel tiempo marcaría mi vida futura y mi forma de ser.

Recuerdo que a los dieciocho era un agnóstico consumado. No sabía propiamente qué significaba el término, pero ya había emprendido un camino sin retorno, a lo que contribuyó mi ingreso, en los veinte, a estudiar Sociología, mi primera profesión y a la que guardo un cariño bastante especial. Ingresar al bullicioso mundo universitario de aquel entonces, donde el marxismo ocupaba un lugar importante en el estudio de las ciencias sociales, debilitó aún más mi ya menguada fe. Pero, si bien el marxismo era ateo y vi que muchos de mis compañeros se convertían fácilmente a esa nueva fe (el ser ateo es una especie de fe), quizás por eso, por tratarse al final de cuentas de una religión laica, una “verdad absoluta”, nunca pude abrazarlo totalmente como ideología que explique en todo su sentido el universo y al ser humano; aunque sí me sirvió (y me sirve) de mucho como herramienta para analizar la realidad. De aquellos “años maravillosos” data mi curiosidad por desentrañar los procesos sociales y políticos del Perú y de cómo van las cosas en el mundo, y que ahora se ven reflejados en mis artículos de El Observador. El marxismo da herramientas de análisis muy valiosas, pero no hay que tomarlas nunca como una “verdad total”, de allí estamos solo a un paso del totalitarismo y de excluir las otras opciones, y nos ocurriría lo mismo que a los que creen ahora, ciegamente, a pie juntillas, que el libre mercado es el gran solucionador de todos los problemas. Los extremos se tocan. Felizmente los agnósticos estamos libres de todo fundamentalismo.

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Quizás por eso actualmente no milito en ningún partido político, pero sin que ello signifique un desinterés por la política. Todo lo contrario. Desde muy joven me interesó la cosa pública y de una u otra manera he participado activamente, con “mi granito de arena”, en el debate político del Perú.

Políticamente me considero un socialdemócrata liberal. Liberal es una palabra que se ha vilipendiado y devaluado mucho últimamente, confundiendo –unas veces por ignorancia y otras por mala fe- el noble liberalismo político que se desarrolló entre los siglos XVII y XVIII con el neoliberalismo económico actual, que todo lo reduce a un chato economicismo primario. Evidentemente que mi profesión es hacia el primer liberalismo, el “original”, que remonta sus raíces en el humanismo y un poco más atrás en los clásicos griegos (y porque no, hasta en los evangelios como sustento humanista que dio sus mejores frutos dentro y fuera de la Iglesia). El otro, el que reduce toda interpretación económica y solución al mercado es una visión distorsionada, muchas veces creada por los grupos de interés.

Por eso creo que el verdadero cambio en nuestro país no está tanto en las grandes revoluciones apocalípticas, sino en convertir en ciudadanos, en el más extenso y profundo significado que el término implica, a las grandes masas anónimas, con todos sus derechos y responsabilidades que los incluyan como individuos dentro de la sociedad y se sientan partícipes de un proyecto de país, de nación. Y, para ello, el único medio político idóneo es la democracia. No hay otro. Por lo menos no se ha inventado otro que permita la inclusión social respetando las libertades.

En cuanto a lo social, no son necesarias muchas explicaciones. La sociología me hizo tomar conciencia que vivimos en una sociedad en que todos estamos interrelacionados y no podemos ser ciegos a los problemas que suceden. No solo por una cuestión principista, sino porque todos estamos en el mismo barco y lo que le pasa a una persona afecta a los demás.

Solo añadiré que mis decisiones, equivocadas o no, las tomo por mi cuenta y riesgo, asumiendo las responsabilidades sobre las mismas. A veces me costaron la perdida de alguna amistad o de un amor que confundía los sentimientos con pensar igual. Felizmente tampoco tengo espíritu de rebaño como decía El Amauta.

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Siempre he pensado que para ser creyente de una religión o de una doctrina política o económica es más un acto de fe, “de creencia”, que de frío razonamiento; y, para ser ateo, se requiere “creer” que Dios no existe, se requiere fe, solo que al revés, creer que no existe divinidad alguna. Por eso muchos hombres y mujeres que se educaron en colegios religiosos o que incluso eran monjas o sacerdotes, pudieron transitar sin mucha complicación de la fe en un Dios a la fe en que no existe. Los agnósticos carecemos también de esa fe en sentido contrario.

Pero no se piense que ser agnóstico es fácil. Descontando a los “poseros” o agnósticos “bamba” que asumen el agnosticismo como un medio de “prestigio social” sobretodo en los círculos intelectuales, el agnóstico auténtico debe crear su propia escala de valores más allá de las impuestas por la religión o la sociedad. Esa construcción axiológica es agónica, en el sentido de lucha diaria, de creación dura, a base de sudor y esfuerzo. No hay camino fácil para el verdadero agnóstico, está solo y no puede aferrarse a ninguna divinidad para buscar ayuda; por lo que te das cuenta también que en la vida todo lo que realmente vale la pena, cuesta. El ser agnóstico también forja el carácter.

Mi escala de valores se rige por un axioma: vivir honestamente sobretodo con uno mismo, no hacer el mal a nadie y darle a cada uno lo que le corresponde. Muchos años después, ya como abogado –mi pane lucrando y segunda profesión- descubrí que ese era un viejo precepto romano (honeste vivire, alterum nom laedere, suum cuique tribuere). Las sabias enseñanzas se repiten en la historia y en la vida.

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Con el correr de los años algunas amistades religiosas también se apartaron de mí lado al enterarse que era agnóstico y algunos amores también. Supongo que no tenían la fe muy firme y pensaban que los iba a “contagiar” con la escasez de la mía. Algunos de esos amores quisieron “reconvertirme”, “regresarme al redil”. Partieron de la premisa equivocada que el amor puede cambiar al ser amado, y que el ser amado está obligado a cambiar a gusto y medida de quien desea el cambio.
Pusieron su mejor empeño, eso me consta, me llevaban a misa los domingos, alguna por ahí me regalaba un librito religioso que yo aceptaba por cortesía, pero no leía. Por su ruego (¿qué le puedes negar a una mujer?) comencé, después de mucho tiempo, a revisitar el templo de Dios, lo que me permitió escuchar algunos sermones interesantes. En la parroquia a la que concurría una ex pareja había un sacerdote que cada sermón dicho contenía una base filosófica que daba a entender que estábamos ante alguien que había tenido variadas y nutridas lecturas y no ante un simple cura rústico. Sin ser creyente seguía con mucha atención sus sermones, me gustaban desde el punto de vista intelectual. Eran estimulantes, sólidos y persuasivos.

Al enterarse mis ex que sus esfuerzos caían en saco roto, desistían. Algunas reaccionaban mal. Imagino que era su frustración, incluso una de ellas me “prohibió” que siga asistiendo a la iglesia, por lo que deje de apreciar aquellos notables sermones (intolerancia que le dicen); olvidando que el propio Cristo fue abierto y tolerante con todos, incluyendo hasta aquellos que lo crucificaron. Solo les pido que no se propongan nada. Al no creer en ninguna verdad absoluta, el agnóstico es abierto y tolerante con todas las religiones y no cree que ninguna sea la “verdadera”.

Reconozco que en algunos momentos de mi vida he buscado la religiosidad. Ese “re-ligare” del que hablan los antiguos. A veces por medio de la filosofía, otras oleteando alguna religión. Pero, esos momentos han sido breves, vanos y fútiles, a la larga siempre regresaba a mi escepticismo congénito.

A estas alturas de mi vida es difícil que vuelva a alguna forma de religiosidad. Tampoco puedo decir de esta agua no beberé. Aunque medio en serio medio en broma digo que de ser así elegiría la religión budista o alguna parecida que no crea en verdades absolutas, sino que sea flexible y libre. Pero, por el momento estoy bien así.

Como les digo a mis amigos creyentes –un poco para incomodarlos adrede-, cuando te encuentres por partir de este mundo y suponiendo Dios exista, no te juzgará por la cantidad de veces que te golpeaste el pecho o fuiste a misa, sino por las acciones que hiciste en este mundo –o lo que dejaste de hacer-. Sería un Dios de pocas luces si solo contabilizara la cantidad de veces que lo reverenciaste y te inclinaste ante su imagen. Y mientras siga en este mundo seguiré con mi máxima romana vivir honestamente, no hacer el mal a nadie y darle a cada uno lo que le corresponde. Hasta ahora me ha dado resultados y vivo tranquilo con mi conciencia. Amén.
Eduardo Jiménez J.
ejjlaw@yahoo.es

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