Wednesday, September 12, 2007

A CUATRO AÑOS DE LA COMISIÓN DE LA VERDAD Y EL PERÚ DE HOY

Lo que significó en su momento el Informe Final de la CVR, suerte de catarsis colectiva y buenas intenciones, parece hoy caer en el olvido y el marasmo, cuyo recuerdo a los cuatro años de la entrega del informe (y quince de la captura de Abimael Guzmán) han pasado más o menos desapercibidos por el grueso de la población, que parece no importarle. Es más, la reciente denuncia de un diario contra el empresario Julio Favre de pertenecer o por lo menos apoyar a grupos de aniquilamiento antiterrorista parece también no importarle a muchos, salvo la oposición humalo izquierdista que quiere ganar réditos políticos con el asunto (el propio Humala no se ha pronunciado personalmente al respecto debido a que también tiene antecedentes de ejecuciones sumarias durante su etapa como militar en actividad). A nadie más parece interesar el tema.

No creo que la explicación sea solo por la campaña de desprestigio a la Comisión que, desde su instalación, la derecha mediática se esmeró en prodigar (“terroristas disfrazados”, “caviares”, etc, etc). Atribuirle a ella el mérito sería creer que tiene influencia ideológica en todos los sectores sociales (lo que supondría pensar que es poseedora de una concepción ideológica e inteligencia que trasvasa todos los niveles sociales, algo que dista mucho de nuestra casi siempre torpe derecha). Sería como creer que a la oposición la mueve solo los grupos humalistas. Es atribuirle demasiados méritos.

Creo que las causas están más en la indiferencia o el querer olvidar hechos tan trágicos para quienes los vivimos. En principio, el contexto es otro. No estamos ni ante una arremetida de la subversión que haga peligrar al Estado y a la Sociedad, como tampoco ante una grave crisis que signifique solo sobrevivir el día a día como lo fue hacia 1988-90, cuando se amalgamó el desgobierno, la hiperinflación, la corrupción, la carestía de bienes esenciales, los atentados terroristas y los apagones, en lo que parecía la desaparición de un país.

Esa etapa ya no se vive. Por otro lado, quienes la vivieron prefieren dedicarse a otros menesteres y no recordarlas. El olvido es un mecanismo saludable de la psique y habría que ser muy masoquista para estar recordando situaciones dolorosas. Por otra parte, muchos de los que vivieron aquellos terribles años creen que estuvo bien que el Estado o algunos grupos de la sociedad usen las mismas armas que los terroristas para acabar con ellos. “Ojo por ojo”. Tú matas, igual te mato yo. Por eso la campaña de un diario (La Primera) contra el presidente de Fonsur, Julio Favre, no ha tenido la repercusión que esperaban más allá de los reducidos sectores que han hecho eco de la noticia. Muchos avalaron y avalan aún hoy las ejecuciones extrajudiciales que sucedieron bajo el gobierno de Fujimori. “Estuvo bien” es el locuaz y contundente comentario. Y, los que están de acuerdo no son fujimoristas recalcitrantes, sino ciudadanos de a pie que estaban hartos de la situación anterior, así como de la ineptitud de los partidos políticos.

Tenemos también a toda una generación de jóvenes que no vivieron la época del terrorismo porque no habían nacido o eran muy pequeños. Para ellos todo esto es historia y es muy difícil que les importe recordar a los muertos en la época del terror. Estos jóvenes son pragmáticos y totalmente desideologizados, no han experimentado ningún “ismo” de la política.

¿Qué hacer? Creo que recordar fechas importantes está bien. Se debe continuar recordando esa etapa de la historia para que no se vuelva a repetir; pero, no se puede forzar a que toda una generación o un grupo de peruanos se pliegue al dolor o este sea manejado con fines políticos. Más allá de las exageraciones en el número de muertos (la estadística aplicada por la CVR no fue la más idónea), fue importante históricamente hacer el “exorcismo” colectivo a través del informe, exorcismo que ha tenido buenos resultados debido a que la sociedad se ha liberado de una gran carga para seguir adelante y mirar el futuro. Más allá de eso siempre debemos tener presente lo que sucedió en aquella aciaga etapa, y que los fanatismos de cualquier signo son lo peor que puede pasarle a una sociedad, sea el fanatismo de creer en la “ideología correcta” como Sendero Luminoso, en el fanatismo religioso como algunos grupos musulmanes o el fanatismo económico de los que creen que el mercado es el gran solucionador de todos los problemas. Sea cual sea el tinte del fanatismo, al final se convierte en intolerancia y en destrucción del que piensa distinto, sintiéndose el fanático dueño de la “única verdad”. De esa percepción absoluta e incuestionable estamos a un paso del genocidio y de una de las mayores estupideces que puede propiciar la especie humana.

En ese sentido es bueno recordar estos aniversarios, así como que existen reparaciones civiles pendientes por parte del Estado y que debe cumplirlas, y que la construcción de una mejor sociedad depende de todos nosotros, sin exclusiones ni dictados de grupos iluminados, como aquel que se hacía llamar irónicamente Sendero Luminoso.
Eduardo Jiménez J.
ejjlaw@yahoo.es

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