Monday, February 11, 2008

QUE DIOS LO ACOMPAÑE

La primera vez que me dirigieron esta frase a modo de despedida fue en un supermercado. Pagué por mis compras y como siempre, por cortesía, me despido de la cajera con un “gracias” y esta me retrucó con un “Que Dios lo acompañe”.

Como soy agnóstico, me sentí raro con un despido donde está de por medio un ser divino. Sonreí por dentro (no por burla, al ser respetuoso de cualquier creencia, sino por las ironías de la vida que implicaba aquella frase) y me fui. Algunos días después, al entrevistarme con una especialista legal por el asunto de un expediente, me despedí con el consabido “Hasta luego doctora” y la especialista –bastante joven para ser beatona- me volvió a responder con un “Que Dios lo acompañe”. Dos veces en menos de una semana, pensé. Si, como los antiguos romanos, creyera en los augurios, creería que este es uno.

Es cierto que existen bastantes personas que son creyentes en alguna divinidad o pertenecen a alguna iglesia en particular. Muchos de mis amigos lo son. Generalmente católicos o evangélicos. Para algunos es un pasaporte para la impunidad (jüergean, “trampean” y toman hasta caer al suelo y al día siguiente van a misa a “limpiar” sus pecados), para otros –con más convicción y seriedad en su fe- es un modo de vida, practicando y respetando los valores tradicionales de su credo. Dentro de ese último grupo creo están aquellas dos personas que sin conocerme se despidieron de mí con un “Que Dios lo acompañe”.

Es cierto también que dentro de las instituciones públicas –las privadas no tanto- la presencia de íconos religiosos en lugares visibles es una constante. En el amplio hall del primer piso del Edificio Alzamora Váldez, cerca a los ascensores que dirigen a los innumerables juzgados de los pisos superiores, se encuentra la imagen de una virgen dentro de una urna. He visto que los litigantes le rezan antes de subir a conocer la suerte de sus expedientes. Algunos incluso le ponen velitas. En los despachos de los jueces, como un elemento más del decorado, se encuentra un enorme crucifijo donde se debe jurar –apoyando la mano derecha sobre una Biblia- antes de rendir una confesión supuestamente garantizando que se dirá la verdad, en vista que el juramento no es ante cualquiera, sino ante el Altísimo y el libro sagrado de los cristianos. Igual sucede en el Congreso. Del Ejecutivo ni se diga. Cada vez que puede le besa el anillo al Arzobispo de Lima, carga las andas del Señor de los Milagros en Octubre y en el Tedeum por el aniversario de la patria es el primero en la fila. En el Ministerio Público me cuentan que en la época de la Fiscal de la Nación Blanca Nélida Colán, su obsecuencia al fujimorismo no era óbice para mandar hacer “misas de sanación” y la señora era (y es) bastante devota. Siempre me he preguntado como puede tener coherencia dentro de la conciencia, un credo religioso acompañado de una práctica profesional inmoral.

El punto es que sin importar tanto nuestro actuar diario, las creencias van por otro lado, en algunos casos más sinceras que en otros. Algunas veces por “razones de estado” y en otras porqué en este mundo incierto creer en un ser divino y misericordioso es lo más seguro. Por eso creo no me sorprenderá más si la próxima vez al despedirme de un funcionario público o de un trabajador me replique con un “Que Dios lo acompañe”.
Eduardo Jiménez J.
ejjlaw@yahoo.es

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