Wednesday, April 09, 2008

DÍA DEL ABOGADO

Voy a aprovechar la fecha para acometer algunas reflexiones sobre como anda mi oficio. Seré aguafiestas de mi propia celebración.

Generalmente en las ceremonias rituales por nuestro día tendemos a considerar como muy noble y abnegada nuestra actividad, y a nuestro ejercicio poco menos que un sacerdocio laico abocado a la justicia. Nos “golpeamos el pecho”, miramos por sobre el hombro a las demás profesiones y nos sentimos con ciertos privilegios que no poseen el común de los mortales. Si bien esa mirada narcisista nos hace sentir bien (es como mirarse al espejo y decirse que bello soy); sin embargo, externamente no nos ven así. Y la culpa no la tienen los otros. Nuestra profesión, posiblemente, es una de las más desprestigiadas junto al periodismo, a la docencia pública, al oficio de político –que casi siempre son abogados- y de juez –que siempre son abogados-, lo que está directamente relacionado con la poca confianza que inspira un “doctor”, sujeto visto como un tipo aprovechador, taimado y carente de escrúpulos. Esta percepción negativa tiene como origen la mala práctica profesional que se ha generalizado en las distintas instancias y que no es sancionada debidamente ni por los colegios profesionales ni por los órganos jurisdiccionales cuando un letrado interpone recursos temerarios, “fabrica pruebas” o miente descaradamente en el proceso.

Esa conducta no es sancionada por los jueces, pese a que en más de un caso las evidencias saltan a la vista. Será que se cumple trágicamente el dicho que “otorongo no come otorongo” o que los lobbies de antaño –conformado por abogados- han regresado de nuevo, presionando a los magistrados a fin de obtener sentencias favorables para sus patrocinados. Tanto el Poder Judicial como los propios Colegios profesionales tienen una gran responsabilidad al respecto. Mientras solo existan “apercibimientos” para mejorar la conducta del letrado incurso en faltas, apenas será un saludo a la bandera justificativo que algo se hace.

Como estatus o símbolo de ascenso social la abogacía hace mucho tiempo dejó de serlo. Más estimable y cotizable es el oficio de vedette, chófer de combi, cantante de cumbia o futbolista. La desvalorización de la profesión guarda correspondencia con la masificación de la carrera. La proliferación de facultades de derecho en todo el país, la creación de “filiales” y los “cursos a distancia” para obtener el título profesional han generado dos problemas evidentes: una excesiva oferta de abogados mal preparados y una lucrativa veta de muchas universidades sin invertir demasiado.

El primer problema (la excesiva oferta de letrados mal preparados) ha traído como consecuencia la pauperización de la profesión, la poca o nula preparación de los abogados que egresan en los últimos años, abogados que incluso están ingresando al Ministerio Público y al Poder Judicial careciendo de una base jurídica sólida (algo así como que un médico comience a operar con la sola preparación de cursos por internet), y los dedicados a patrocinar causas las pierden clamorosamente –después de haber jurado a su cliente que iban a ganar el caso-, que ante su incapacidad deciden “coimear” a fin de obtener una sentencia favorable. La mediocridad de la profesión es notoria. Algunos “doctores” no pueden redactar un simple escrito sin tener a la vista “un modelito” o plantilla que los guíe, menos redactar decentemente una demanda. Muchos colegas confunden en forma evidente los tipos de procesos, plazos e interposición de recursos, que llegan a reclamarle al juez o presentar una queja ante el órgano de control –la ignorancia es atrevida- cuando les declaran improcedente algún pedido. Y algunos abogados (y jueces también) invocan leyes derogadas, no dándose siquiera la molestia de revisar las normas publicadas en el diario oficial.

El segundo problema (proliferación de facultades de derecho) obedece a que la carrera no requiere demasiada inversión. Es de las carreras conocidas como “de tiza y saliva”, por lo que no solamente aumentaron las facultades de derecho a escala geométrica en los últimos veinticinco años, sino que las universidades comenzaron a actuar con “filiales” fuera de la jurisdicción de su sede principal, operando algunas en casi todo el país, u ofreciendo “cursos a distancia” para obtener el título profesional (como una conocida universidad que hasta orgullosa trasmite spots publicitarios de sus cursos por correspondencia).
Ese fenómeno trajo la pauperización y masificación de la profesión, lo que conllevó a su vez a la mala calidad en la enseñanza y preparación del futuro letrado. Pero, el problema no es solo de las “facultades-fábrica” –como simplistamente mi decano arguye-, sino es un problema más complejo, que incluye responsabilidades de los organismos que autorizaron la creación de estas nuevas facultades, vale decir responsabilidad del estado, y también de los colegios profesionales que admiten en el gremio abogados mediocres sin la mínima preparación (siempre y cuando paguen su derecho de ingreso).

Y no se diga que los gremios de abogados no pueden hacer nada. Para muestra un botón: los colegios profesionales pueden publicar el currículo actualizado de sus agremiados. Estudios, especialización, publicaciones, casos ganados (y perdidos también). ¿Porqué no lo hacen?, ¿porqué no publican la relación de abogados sancionados, si es que los hay?
Y, si usted no encuentra nada de eso en la web del colegio profesional donde está inscrito su abogado defensor, puede salir de la duda con un fácil recurso para darse cuenta si quien tiene delante es un buen abogado, con experiencia en el tema consultado, o se trata de un “especialista en todo” y con un título obtenido dudosamente: la tarifa por los servicios prestados. Difícilmente un buen abogado cobrará barato por sus servicios, porqué posee el know-how para resolver adecuadamente el asunto legal puesto en sus manos. Haciendo un símil es como decir hay médicos y médicos. Un médico con amplia experiencia en operaciones al corazón no cobrará “un sencillo” por sus servicios. Y recuerde también el viejo dicho: “lo barato sale caro”. He conocido casos de litigantes que por ahorrarse unos soles vieron naufragar el juicio promovido por uno de estos letrados poco escrupulosos o incluso perder su única propiedad luego de un largo proceso en el que invirtieron todos sus ahorros y desvelos.

Para solucionar el problema no bastaría con “cerrar” las facultades de derecho por diez o quince años como se ha sugerido con las facultades de educación. En principio que traería problemas legales, incluso de índole constitucional. Pero sí se puede concertar, fijar “cuotas de ingreso” entre las propias facultades. Requiere buena fe y no mirar la profesión como un negocio de los dueños de las universidades.
También requiere que el Estado –vía sus organismos competentes- regule la carrera y la admisión a esta, fijando estándares mínimos de calidad y una fiscalización activa de las universidades a fin de constatar si cumplen o no con los requisitos de una adecuada preparación para sus alumnos.
También es necesario que los colegios profesionales sancionen más severamente al abogado que tiene mala praxis profesional y se llegue a la cancelación del título en los casos más graves o cuando el abogado tenga una conducta maliciosa reiterada.
Y se requiere mayor participación de los organismos jurisdiccionales a fin de sancionar a los abogados maliciosos con prácticas “tinterillescas”. No les debe “temblar la mano” a los jueces, temerosos del chantaje con una queja ante el órgano de control si llama la atención a un abogado con praxis contraria a la ética. Sino caemos en un eterno ciclo vicioso de ocultamiento y lavada de manos.
Y también que se tome evaluaciones periódicas a todos los letrados a fin de determinar su capacidad para el desempeño profesional. Estoy seguro que muchos no pasarían el examen y se encontrarían como los profesores del magisterio público en la última prueba: más del noventa por ciento desaprobados.

En fin, requiere mayor presencia y papel activo del estado, de sus órganos jurisdiccionales, de los propios colegios profesionales y de nosotros mismos, que limpiando el estiércol y barro que cubre nuestra profesión pueda decirse con orgullo y sin las frases huecas y retóricas de ahora que ser abogado es la más noble y bella profesión.
Eduardo Jiménez J.
ejjlaw@yahoo.es

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