Tuesday, May 27, 2008

LA V CUMBRE VISTA POR UN PERUANO DE A PIE

Como las familias que preparan la casa para la gran fiesta que piensan dar, sea por un matrimonio, un aniversario o cualquier otro motivo, las “altas autoridades” peruanas no tuvieron mejor idea que decidir reparar las principales avenidas por donde trajinarán los visitantes a la V Cumbre y el ASPEC después, a fin que, admirados, puedan exclamar al unísono “qué bonitas están estas pistas, parecen de un país desarrollado”. Así como la familia que comienza a pintar su sala apenas días previos al gran aniversario, a cambiar el tapiz de los sillones y hasta la puerta principal si está muy feita, de la misma manera, a las autoridades no se les ocurrió mejor idea, en un frenesí masivo de afiebrada destrucción-reconstrucción, que destrozar y rehabilitar las avenidas por donde pasarán los invitados, “todas al mismo tiempo”; llegando incluso la fruición edil a romper algunas vías por donde nunca jamás, ni siquiera remotamente, pasarán los jefes de estado, así se desvíen ciento ochenta grados de su ruta original. No obstante, los arreglos no se limitaron a romper las calles, sino también a colgar banderitas de papel de los países visitantes en los postes de luz…sin percatarse, en el apuro, que varias de estas se encontraban colocadas al revés.

Nadie discute que se reparen las pistas para las cumbres, es un orgullo nacional que seamos país anfitrión; pero, es “bien peruano” hacerlo todo a último momento. Recién comenzaron con los trabajos de reparación entre los meses de Febrero-Marzo del presente año, cuando por lo menos hace dos años se sabía que el Perú iba a ser país sede de la V Cumbre ALC-UE. La pregunta obvia es ¿por qué las autoridades no previeron esa contingencia y teniendo dos años por delante para reparar pistas no lo hicieron planificadamente y no como ahora que se ha formado un caos vehicular en distintas partes de la ciudad?
Y la otra pregunta que cae por su propio peso es porqué no se reparan otras avenidas importantes como la Universitaria, Tomas Valle o las rutas a los conos. Está bien que por allí no pasen los presidentes que vienen, pero los peruanos que viven por esos lares tienen todo el derecho del mundo de tener adecuadas vías de acceso. No se trata sólo de maquillar las avenidas por donde transitarán nuestros invitados -como la sala de nuestro ejemplo- sino brindar un servicio eficiente a todos los vecinos.

Pero, volviendo al tema de la cumbre, ¿qué resultados se han obtenido?

La percepción que tenemos los latinoamericanos es que Europa se cierra a nosotros cuando de migración se trata y solo se abre cuando concierne a los negocios de sus trasnacionales. Ahí está el ejemplo de la Italia de Silvio Berlusconi tipificando como delito la residencia sin documentos en la península de la bota. Vale decir que serán tratados como criminales muchos de nuestros connacionales que se ganan la vida honradamente por allá. Se dirá que es un caso aislado; pero, en la Europa próspera y comunitaria ya comienza a sentirse un aire enrarecido con sabor a xenofobia contra latinos, africanos, musulmanes y hasta contra los “hermanos pobres” de la Europa del Este.

Sin tener remotamente ánimo chavista, pero la frase que dijo una vez “los presidentes vamos de cumbre en cumbre, mientras los pueblos van de abismo en abismo” es bastante cierta, por lo menos en estas reuniones de países de dos continentes donde -si nos atenemos a los resultados de las otras cuatro cumbres- la ejecución de los acuerdos tomados quedó en el limbo y en declaraciones inoperativas. No se si por desidia o falta de interés, o porqué los europeos tienen problemas distintos a los nuestros, o simplemente por falta de seguimiento a los acuerdos. Supongamos de buena fe que es lo último. Si es así, de repente hace falta una secretaría técnica permanente o un órgano ejecutor que precisamente monitoree y ejecute los acuerdos adoptados, para que estos no queden solo en bonitas palabras.

A los europeos les interesa más el problema del clima y el medio ambiente –de allí que muy hábilmente el presidente juró al primer ministro del novísimo Ministerio del Medio Ambiente a mitad de la cumbre-, mientras a nosotros el problema de la pobreza. Al final parece que ha primado el interés de los europeos y la pobre pobreza ha sido reducida a líricas declaraciones sin plazos ciertos ni metas concretas de cumplimiento.
Sobre los biocombustibles no se dijo nada, como que tener menos tierras para alimento humano no sea una preocupación no solo de AL, África, sino de los propios europeos, que por allá también hay pobreza.

En el asunto del TLC con Europa (en sentido estricto “Acuerdo de asociación” dado que incluye no solo un tratado de comercio, sino también de cooperación económica y diálogo político) nos salvamos por poco que no se avance en el tema. Nosotros deslizamos sutilmente la tesis de las “velocidades diferentes” para iniciar Colombia y Perú las negociaciones del TLC europeo, y si bien al final parecía que iba a prevalecer la tesis “bloquista”, tesis europea –compartida por Ecuador y Bolivia- que propone negociar en bloque con los cuatro países de la CAN, al parecer se escuchó los reclamos del país anfitrión y ya se habla de un “acuerdo marco flexible” que permita comenzar a negociar con los países que quieran suscribir el TLC. En ese punto ha sido positivo para nosotros. Recordemos que en los países integrantes de la Comunidad Andina, Perú y Colombia tienen economías abiertas y por tanto están más dispuestos a negociar tratados de comercio, mientras Ecuador y Bolivia van por el rumbo de economías cerradas (aunque con matices) y consiguientemente más reacios a negociar tratados de comercio; sin embargo, recién será en junio, cuando se produzca la siguiente ronda de negociaciones donde se determinarán las reglas y el marco para la negociación.

Aunque si de convocar a curiosidad se trata, la encontramos en las reuniones bilaterales a puertas cerradas de los jefes de estado. Las “minicumbres” son más sustanciosas y expeditivas y caben todo tipo de especulaciones sobre “qué hablaron”. Por ejemplo, la reunión “in portas” entre Evo y la Bachelet. No es necesario ser muy zahorí para deducir que trataron dos temas caros a ambos países: a Chile le interesa el gas de Bolivia, y a Bolivia la sempiterna salida al mar. O entre Zapatero y Evo sobre la estatización de empresas españolas bajo el gobierno del MAS. Igual entre la Bachelet y Alan García. Es probable que hayan limado asperezas luego de la “pataleta” de nuestro vecino por lo de la demanda peruana en La Haya y vean los negocios juntos que se pueden hacer, incluyendo la suscripción del TLC chileno-peruano que quedó en la “congeladora” del parlamento mapocho a raíz de la demanda.
Parece que también la minicumbre entre García y Lula ha dado buenos resultados con la firma de distintos convenios de cooperación, si bien los empresarios brasileños todavía tienen la percepción de considerarnos un “país chico”, no muy rentable para hacer negocios. Para contrarrestar esa visión se ha propuesto “cumbres empresariales”, una semana en Sao Paulo y otra en Lima; pero lo más concreto e interesante fue la suscripción del convenio entre Petroperú y Petrobrás para el desarrollo de un proyecto petroquímico con una inversión de 2,500 millones de dólares.

En la parte logística, que la cumbre estuvo bien organizada y con seguridad extrema, nadie lo duda. Tan extrema que los propios vecinos allende al auditorio donde se desarrolló no pudieron entrar a sus casas. Incluso nuestro presidente en la euforia “pos cumbre” deslizó la idea que Perú sea sede de las Olimpiadas 2016, aunque después el encargado de los deportes tuvo que rectificar, “aclarando” que se trataba más bien de los juegos panamericanos, meta más modesta y realista. (Imagínense a nuestro “valor nacional” Tongo cantando “La pituca” en el día inaugural de los juegos olímpicos).

A contrapelo de la cumbre presidencial, y como un evento paralelo, más pintoresca y festiva fue la Cumbre de los pueblos o “Anticumbre”. Con bombos, proclamas, marchas, manifestaciones, venta de fritanguitas, libros y cd’s piratas, y hasta brujos y chamanes, sin faltar los muchachos de Alfa y Omega (los que sostienen que Cristo vino en un ovni de un planeta lejano, muy muy lejano), contrasta con la sobriedad y encriptamiento de la cumbre oficial; hasta tuvimos una “sentencia” del Tribunal de los Pueblos contra las empresas trasnacionales que contaminan el medio ambiente o matan con sus productos químicos a personas, animales y plantas. Por supuesto, no podía faltar en la condena las empresas mineras. Si bien este tribunal no tiene carácter vinculante, sus sentencias son morales, parecido al Tribunal Russell en los años 60, que condenaba los crímenes de guerra en Vietnam. Pero, lo más llamativo fue la “pichanguita” entre la selección peruana México 70 y el “combinado” boliviano con Evo Morales a la cabeza. La gente fue con la ilusión de ver a Maradona que iba a reforzar el equipo del altiplano, pero el Diego jamás llegó. A lo lejos, si hablamos de colorinches y ambiente festivo, sin duda alguna estuvo en la UNI. Y, como tampoco podía ser de otro modo, la anticumbre culminó con el “mítin de los pueblos” en la tradicional Plaza Dos de Mayo, donde el orador central fue Evo de nuevo, dado que Hugo Chávez prefirió abstenerse de ir, quien, dicho sea de paso, estuvo de lo más tranquilo y besucón en la cumbre oficial, sería que como dentro de esta no había cámaras de televisión, no se podía hacer show.

Como era de esperarse, en su alocución Evo recomendó más estatizaciones de empresas extranjeras para luchar contra el imperialismo y para que las riquezas sean del pueblo y así sea más feliz, mientras un Ollanta Humala embelesado escuchaba en éxtasis “la receta” de Evo (de quien había sido su “telonero”*), aplaudiendo con frenesí cada frase del presidente boliviano.

Una cumbre más, que de no ejecutarse los acuerdos, quedará para la historia solo la foto ya descolorida de los mandatarios, que como aquella familia que pintó su casa, terminada la fiesta despertará de la resaca; mientras nosotros, los residentes de la ciudad de Lima, volvemos a la normalidad de nuestras labores, en vista que las autoridades ya nos permiten pasar por nuestras propias calles, y podremos ver que las obras de reparación de las avenidas por donde iban a pasar los presidentes quedó a medio hacer, entre desmontes, basura, baños portátiles, grúas y volquetes, misma ciudad del tercer mundo, ni más ni menos.
*Telonero: Dícese del orador o cantante secundario, de “relleno”, que antecede al principal en un mitin o en un concierto.
Eduardo Jiménez J.
ejjlaw@yahoo.es

Tuesday, May 20, 2008

MIS CINES DE BARRIO

Para mi pequeña, en su día

Desde muy niño fui aficionado al cine. En una época donde no existían el Vhs o el Dvd, y cuando la televisión recién ingresaba tímidamente a los hogares, ir al cine era ingresar al lugar de entretención por excelencia. Naturalmente, mis primeros cines fueron los de mi barrio, los más cercanos a mi casa: el Western ubicado en el Jirón Risso, justo a la vuelta de donde vivía, con su fachada sobria, convertido hoy en iglesia evangélica, sitio de preferencia para la Peña Ferrando cuando venía a Lince, con sus categorías de platea baja, laterales, platea alta y la popular cazuela. Era curiosa esa división de platea baja y laterales, división en base a un tenue cordón fácil de eludir al momento de proyectar la película. (Sería que en aquella época todavía se respetaban las normas, por más tenues que fuesen, como esos cordones). Allí presencié El expreso de Von Ryan, ambientada en la II Guerra Mundial, con Frank Sinatra, que ayudaba a escapar a un grupo de prisioneros de guerra y, pobrecito, al final los nazis lo mataban. Buena película de acción que hace algún tiempo la volví a ver en dvd. Igual Zulú, que hice “pataleta” para verla, hasta que por cansancio mi madre accedió. Eran los tiempos del racismo desenfadado, de tufillo colonial, así que los negritos, bien brutos, se dejaban matar como moscas por unos cuantos blancos más inteligentes y hábiles que ellos. También me acuerdo de Vendaval en Jamaica, con Anthony Quinn, que sale bien librado del juzgamiento como pirata que urde alguien que no lo quiere mucho, terminando con una atronadora sonrisa cachosa del actor. Y sobretodo me acuerdo de El planeta de los simios, la versión con Charlton Heston, que desde la primera vez me fascinó. Sigue siendo la mejor, a pesar de sus gorilas de goma y piedras de cartón, superior a la que hizo Tim Burton años después y que contó con presupuesto millonario y efectos digitales por doquier.

En los cines existían los lunes femeninos, ese día las mujeres no pagaban entrada si iban acompañadas de un caballero (resabios de la cultura machista). Solo contaban tres funciones: matiné, vermú y noche, que obedecían al ambiente todavía calmo de la capital, donde se regresaba a almorzar a casa y de paso tomar una breve siesta. Los hombres iban en terno al cine, muchos con pañuelo en el bolsillo superior del saco o una flor en el ojal, rematando la indumentaria el clásico sombrero cubriendo la cabeza. Se fumaba mucho antes, durante y después de la proyección (fumar todavía no era dañino para la salud) y en las funciones largas existía el intermedio para ir a comprar una gaseosa o un chocolate, o por lo menos estirar las piernas. Como ya tomaba el cine con mucha seriedad, quedando absorto con la película, no era un buen cliente de la chocolatería, pero a veces, cuando iba con mi mamá o íbamos con algún compañero de su trabajo (era bastante joven y atractiva cuando se separó de mi padre, yo tenía apenas cuatro años y un poco se adelantó a una época que todavía condenaba a las mujeres divorciadas) me “ganaba” con algún chocolate o gaseosa a mitad de función. Era la época de la ingenuidad y la ensoñación, de los maravillosos años sesenta, del rock and roll, la liberación sexual y los movimientos sociales, cuando tenías el corazón contento y lleno de alegría, y el amor estaba en el aire, y los vientos no presagiaban ni por asomo lo que vendría después.

El cine Western era mi preferido, proyectaba casi todas las películas que habían estado en las salas de estreno, más lujosas y caras. Una de esas salas era el Roma. Impresionaba entrar. Sus pisos alfombrados, los controladores (los tradicionales “boleteros”) correctamente uniformados, con gorra, corbata y saco incluido, la chocolatería con finos chocolates importados -aunque el sabroso y nacional Sublime no tenía competencia-. Entrando, debajo del écran, existía un invernadero con plantas naturales que le daba un toque especial al ambiente. Era como estar en una sala de cine y un vivero a la vez. Las butacas comodísimas, mullidas, suaves, que daban ganas de dormir ahí mismo. Estaba a unas diez cuadras de mi casa, así que debíamos tomar un colectivo (un carro grandazo de seis cilindros que hacía el recorrido por toda la avenida Arequipa) para llegar hasta allá. He visto varias películas en el Roma, pero la que guardo con especial afecto en mi memoria es 2001: odisea del espacio de Stanley Kubrick, aunque como en algunos amores, la primera impresión no fue la mejor. Mi madre me llevó a su estreno, en función de vermú, luego del trabajo. Debo confesar que aquella vez la película no me impresionó, es más, me aburrió de cabo a rabo y en algunos tramos me preguntaba cuándo terminaba ya. Un niño de doce años nutrido con los comics, las películas de ciencia ficción y seriales que pasaban en la tele o las vistas en el cine, se preguntaba a qué hora salen los marcianos y los platillos voladores, y en cambio veía una computadora que “se rayó”, un astronauta que en pocos minutos pasa de la adultez a la vejez para luego renacer y un monolito impertinente que a cada rato aparecía. Debí esperar diez años más, ya crecido y con una cinefilia más sólida, para comprenderla y tomarle cariño y considerarla como una de mis películas favoritas de todos los tiempos. De allí en adelante debo haberla visto infinidad de veces y me la conozco de memoria. “La catedral de la ciencia ficción”.

Años después y ya en la década de los ochenta, los administradores del Roma tuvieron buen olfato con algunas cintas que, con el retorno de la democracia y el fin de la censura, pudieron ser exhibidas. Calígula o El imperio de los sentidos causaron llenos totales de sala por semanas enteras. Ver a Malcolm McDowell (el de La naranja mecánica) gesticular como loco mientras tenía sexo con su hermana Drusilla o a Sada amputando el pene a su difunto amante, impactó a los todavía pacatos limeños. Los revendedores hicieron su agosto, ofreciendo las entradas al doble del precio; pero, en los noventa el Roma ya estaba golpeado por la fuerte crisis que sufrieron los grandes cines. Recuerdo que una de las últimas películas que visioné allí fue El silencio de los inocentes, acompañado de una ex que era un poco rayada y que se completó de rayar al ver cómo el doctor Hannibal Lecter se comía vivos a sus víctimas (por cierto, y dicho sea de paso, siempre me han tocado parejas “rayadas”, hasta la actual). El cine no era el de antes. Las butacas estaban descuidadas, algunas habían perdido el asiento o el respaldar, los boleteros ya no se encontraban correctamente uniformados, sino en camisa y sin corbata, las señoras que atendían estaban con las medias de nylon corridas que evidenciaban unas piernas hinchadas y con várices, mientras que la chocolatería lucía deslucida con apenas unos dulces desperdigados por aquí y allá. El Roma abriría sus puertas de nuevo algunos años después como una gris oficina de jubilaciones del estado (la eufemística Oficina de Normalización Previsional).

Otro cine de lujo cercano al Roma era el cine Azul, llamado precisamente así por el color predominante de su fachada y su interior. No pertenecía a Lince propiamente, sino a Santa Beatriz (como el Roma), inaugurado en la década del cuarenta cuando dicha urbanización estaba poblada por una clase media pujante con automóvil propio, chalecitos y hasta castillo incluido (el famoso castillo Rospigliosi). Estaba más cerca de mi casa, así que podía ir a pie. La primera vez debe haber sido de niño, con una de mis tías. Lo que más me llamó la atención fueron los palcos. Nunca he visto otro cine con palcos como a la usanza de los teatros (dicen que el antiguo cine Excelsior también los tenía). Todavía llegué a subirme a uno de ellos y hasta inicios de la década del setenta estuvieron habilitados. Después parece que los cerraron en vista que las parejas lo usaban para otros fines menos el ver tranquilamente una película. La que más guardo en la memoria fue El Decameron, que supuse la vería por fin (eso pensaba) cuando se abolió la censura. Resulta que cuando los militares gobernaban el país, el Roma la quiso proyectar, la sala estaba repleta y faltando pocos minutos un teniente del ejército “incautó” la cinta por “órdenes superiores”. Como en esa época no había recurso de amparo que nos ampare y sí más bien armas al ristre que salían de un camión portatropas como si los espectadores fuéramos un grupo de terroristas armados, tuvimos que salir resignados de la sala. Ya restaurada la democracia, el Azul la iba a exhibir, pero faltando también pocos minutos para la proyección, con sala igualmente a full, la película no venía. Era la época en que un muchacho en motocicleta, cuál chasqui motorizado, iba de cine en cine con los rollos de la película, sin embargo al Azul nunca llegó por algún extraño motivo que hasta el día de hoy no ha sido descubierto y se ha convertido en un misterio sin resolver, mismos “Expedientes X”, así que otra vez entre resignados y fastidiados debimos abandonar la sala. Algún tiempo después podría ver por fin tranquilamente la primera película de la “trilogía de la vida” de Pasolini y hasta ahora la conservo en mi memoria: vital, fresca y hermosa.

Dentro de los cines de barrio estaba también el Independencia. Se ubicada en la avenida Militar, cerca a la Municipalidad de Lince y frente a mi colegio de primaria “Las Américas”. Era un cine reciclador de películas de estreno, convirtiéndome en un caserito habitual. Allí pude ver la continuación de El planeta de los simios –Bajo el planeta de los simios- con James Franciscus y Charlton Heston en aparición breve. El epílogo era oscuro, con el fin de la Tierra en plena época de la amenaza atómica; pero la taquilla fue tan persuasiva que los productores hicieron tres partes más, la última con sabor a “new age” y onda hippie, muy acorde con la época que vivíamos. Las butacas del Independencia no eran nada cómodas y la proyección muchas veces pecaba de defectuosa, pero a los chicos de entonces más les gustaba saltar y jugar por la sala y encima de los asientos, así que las comodidades no nos preocupaban demasiado, aparte que la entrada era bastante barata y se encontraba al alcance de nuestras propinas. Actualmente está cerrado y me llama la atención que ninguna iglesia o bingo lo haya adquirido, a pesar de estar a media cuadra de la Plaza de Armas de Lince.

Un poco más arriba estaba el cine Alianza, en la avenida José Gálvez, ese sí era un cine de barrio barrio. Se le llamaba Alianza por qué estaba lindante al barrio de La Victoria, barrio grone y fiel seguidor del club Alianza Lima, aparte que en la cuadra donde estaba ubicado predominaban los morenos, gente sencilla, trabajadora y que naturalmente el equipo de fútbol de sus amores era el de la blanquiazul (en esa cuadra de José Gálvez ningún “blanquiñoso” podía gritar “y dale U” bajo pena de ser linchado y si quería “entrarle” a una de las preciosas morenas que vivían por allí tenía que convertirse de grado o fuerza al club grone, con exhibición obligada de camiseta y asistir religiosamente a los partidos del clásico dando vivas a la blanquiazul). La verdad que nunca entré al cine Alianza, aunque pasaba por allí cerca. Sólo entré una vez en mi vida, cuando ya no funcionaba como sala de cine. Me invitó un grupo místico que adquirió el local para sede principal de sus eventos, a fin de dar una conferencia sobre un tema filosófico-esotérico-metafísico que la verdad no recuerdo el título. Pasaba que un colega donde yo enseñaba pertenecía a esa asociación que creía en las revelaciones del divino cordero y en los ovnis al mismo tiempo. Un poco en la onda de la era de acuario y la película 2001. Era alucinante esa combinación que habían hecho, donde Cristo habría venido en un platillo volador de un planeta lejano muy lejano, proveniente de una civilización más avanzada que la nuestra, a fin que la humanidad progrese gracias a su mensaje, dado que nosotros estábamos en el universo más atrasados que escolar de colegio público. Solo faltaba el monolito de 2001 para completar el cuadro, pero realmente eran tipos simpáticos, medio locos, pero simpáticos.

En aquellos años estaba en mi última –e infructuosa- búsqueda de una razón divina para mi existencia y la esperanza de creer en un ser superior. (De veras que le puse empeño a esa última búsqueda). Como ya había salido hacía mucho tiempo de mi iglesia nodriza, la iglesia católica, y los evangélicos no me llamaban demasiado la atención (había asistido en algunas ocasiones a sus reuniones gracias a una chica, alumna mía, con la cual pese a la diferencia de años nos llevábamos bastante bien), comencé a buscar otros caminos más bien místicos-esotéricos y recalé en un grupo con cierta antigüedad en el país y con una sede a la usanza de los castillos medievales ubicada en pleno corazón del distrito de Breña. Nueva Acrópolis fue una estación de mi vida y si bien de las enseñanzas místicas-filosóficas-esotéricas no queda nada luego de mi breve paso por allí, ni llegué a ser un “caballero Jedi”, sí aprendí la disciplina en el trabajo y a organizar mejor mi tiempo, así como el esfuerzo que se debe poner en todo lo que se hace. Eso se lo debo a ellos.

Otro cine también de barrio barrio era el Ollanta, con nombre incásico y en pleno corazón de Lince. Pasaban películas “de romanos” y de gladiadores. Allí conocí a Maciste, Ulises, Hércules, Simbad y a la reina de Saba, casi todas películas italianas en blanco y negro. Pasaban también los spaghetti western, con un joven Clint Eastwood, aunque en esa época no me llamaban mucho la atención. Luego el Ollanta pasó a ser también iglesia evangélica. Solo asistí una vez como tal, debido a la ordenación como teólogo del hermano mayor de esta muchacha (que de evangélica tenía bastante poco). La sala conservaba su arquitectura original, salvo que en la dulcería ahora se vendían Biblias, casettes religiosos y otros libros de lectura piadosa. Preferí no volver nunca más y conservarlo en la memoria tal como fue en mi niñez.

Un cine cercano, donde iba regularmente, era el Alhambra. Impresionante por sus murales moriscos, presencié algunos filmes, sobretodo los sábados por la tarde, cuando me había desocupado de las tareas escolares. Estaba en la zona “pituca” de Lince, lindante con el distrito de San Isidro. Recuerdo haber visto allí María Estuardo, reina de Escocia, con una imponente y todavía joven Vanessa Redgrave como la reina católica y, en contraposición, Glenda Jackson como la reina Elizabeth que debía cimentar un imperio. Choque de caracteres. Ahora está convertido en un bingo, aunque han respetado su fachada. Igual pasaba con otro cine ubicado en la actual avenida César Vallejo, el Country. El Country tenía una deliciosa confitería, quedaba a pocas cuadras del edificio El Dorado. Había sido un cine de gala en otros tiempos, pero en los últimos años, antes de su cierre definitivo, lucía ya una decadencia imparable. También se convirtió en iglesia evangélica.

En cambio el Ambassador quedaba un poco más abajo, cerca al mercado Nº 2 de Lince; pero, a diferencia del Country, fue demolido para construir un complejo multifamiliar de Mi Vivienda. Para sobrevivir en los últimos años se convirtió también en reciclador de películas. Una de ellas fue quizás la primera o una de las primeras cintas que usaron efectos digitales. Creo que se titulaba Tron, película de ciencia ficción y aventuras. Si bien el filme fue recibido con frialdad en su momento, hay que reconocer que se adelantó a su época y como sucede con infinidad de casos similares, al inicio ni el público ni los productores comprendieron lo que tenían delante.

Otros cines de estreno y que propiamente quedaban en San Isidro, pero cerca a mi casa, eran el Orrantia, donde presencié por primera vez Woodstock: 3 días de paz, música y amor, memorable documental sobre el concierto de rock que cerró toda una gran época: la de los prodigiosos años 60. Tenía tres niveles como los viejos cines: platea baja, platea alta y la popular cazuela, con precios diferenciados por nivel y si estabas corto de fondos te ibas arriba, a la cazuela, cerca al techo pero más entretenida y bullanguera. En cambio, el cine San Isidro, solo con platea baja y mezanine, más circunspecto, trató de conservar su antigua prosapia. Recuerdo que todavía funcionaba hasta bien entrados los años noventa y con su infraestructura en buen estado. Era como esas familias de antigua estirpe que tratan de conservar el decoro y la dignidad hasta el último momento, pero tanto el San Isidro como el Orrantia correrían la misma suerte: convertirse en iglesias evangélicas donde Dios sana, salva y santifica.

El cine Petit Thouars –rebautizado como Concorde en homenaje al famoso avión de los años setenta- corrió la misma suerte. Un cine considerado de “estreno” en sus mejores épocas, en los últimos años tuvo que sobrevivir con películas piratas que pasaba con total impunidad. Como dice el viejo dicho “la necesidad tiene cara de hereje”. Y, al Petit Thouars no le quedó más remedio para sobrevivir. Igual que otras salas, ahora Cristo vive en sus otrora cómodas butacas donde visioné en estreno la estremecedora La profecía.

Pero, fueron dos cines que calcando el formato de las salas gemelas dentro de una galería comercial, los que sobrevivieron incluso hasta el presente siglo. El antecedente que tuvimos de las multisalas actuales fueron las salas gemelas incrustadas en un centro comercial. Casi siempre les ponían nombres que relacionaban a parejas famosas de la historia. Así tuvimos en el corazón de Lima a los cines Adán y Eva -actualmente acondicionadas como multisalas-; en Miraflores al Romeo y Julieta, convertido el último hoy en un teatrín; y en Lince al Arenales Ámbar y Arenales Jade. Funcionaban en los altos del Centro Comercial Arenales, un complejo de galerías de cuatro niveles, con estacionamiento en los altos y ascensor con lunas trasparentes -creo que el primero de su tipo que funcionó en Lima-. El complejo estaba proyectado para ser el “hot center” de Lince; pero la idea nunca funcionó y los cines ubicados en el último piso comenzaron a languidecer. Sin embargo le hicieron la lucha y pese a que en los últimos años las proyecciones eran harto defectuosas (las imágenes borrosas y el sonido deforme daban la impresión de presenciar una película de ensayo vanguardista), y si bien a veces no cumplían con lo programado, sus precios eran bastante competitivos (recuerdo haber visto allí con mi hermano Los Otros de Alejandro Amenábar). En una época en la cual el dvd todavía no se había masificado, una entrada a precio razonable hacía atractiva la oferta y la sala se colmaba sobretodo de escolares, universitarios y parejas que buscaban un lugar oscuro para estar juntas. Hace dos o tres años tuvo que cerrar irreductiblemente, justo cuando el dvd se convierte en asequible a todos los bolsillos, pero se defendió hasta el final. Murió de pie como los grandes.

*****

Ya adulto, sin la tutela familiar y con dinero en el bolsillo, comencé a aventurarme por mi cuenta, costo y riesgo a los cines de barrio de otros distritos. Entraba a cines como el Primavera en Surquillo a función de noche. Salir a la medianoche del cine y presenciar la fauna que pululaba en la avenida era un espectáculo mejor que la película vista: prostitutas, paseros, fumones y arrebatacarteras. El Susy en San Juan de Miraflores también lo visité (me parece que ahora es un bingo). En la Mutual donde trabajaba de cajero, cuando era estudiante de derecho, me destacaron a la agencia de San Juan que quedaba frente al cine, así que saliendo del trabajo, cruzaba la avenida Los Héroes para visitarlo; y, aunque las butacas eran bastante incómodas, me gustaba ese ambiente informal, más laxo que existía en aquellas salas. Siempre salí ileso en esas andanzas, quizás suerte o debo tener un ángel guardián que cuida mis espaldas, y más bien era fascinante espectar esa fauna andante y sobretodo ver a las chicas de la noche que exhibían sus atributos cuando comenzaba a oscurecer.

Sin embargo, fue en los años ochenta, cuando se liberaliza el porno, que comienzo a ir a las funciones de medianoche en los cines de barrio. El cine Brasil quedaba a pocas cuadras de mi nueva casa –me había mudado de Lince a Pueblo Libre, un distrito de clase media bastante tranquilo en aquellos años, con casitas de dos pisos y parques por doquier-, así que iba a las funciones de porno duro a la medianoche.

La medida ordenada por el segundo gobierno de Fernando Belaunde –proyectar el hard core o porno duro a partir de las doce de la noche- era disuasiva, a fin que por la hora asistan pocos parroquianos; pero, cual aquelarre congregatorio, lo que se generó a partir de la medianoche fue todo un festival de distintos tipos de personas: desde los habituales asistentes a la función, casi siempre hombres solos que esperaban a que se abra la boletería, pasando por los sangucheros con su popular pan con hot dog encebollado o para los más misios pan con huevo frito, sánguches que habían sobrado de las funciones diurnas, los emolienteros con su rica linaza calientita señor para el frío, acompañada de algunos extractos de siete raíces, los chiquillos que vendían los consabidos chicles, chocolates y cigarrillos, hasta las chicas de la noche que pululaban alrededor del cine para cargar con algún parroquiano excitado con la proyección. La medida del arquitecto restaurador fue un claro ejemplo que de buenas intenciones se encuentra empedrado el camino al infierno.

Algunas chicas, con la complicidad del administrador o del boletero, entraban a la sala y comenzaban a ir de asiento en asiento ofreciendo sus servicios, y donde veían un tipo urgido por las premuras de la naturaleza lo levantaban en vilo sin mayores contemplaciones. Primero se sentaban al lado del “target”, le comenzaban a acariciar ya se imaginan que, le metían floro hablándole suavecito cerca de la oreja, con mordidita incluida, y si el tipo aceptaba cargaban con él. Algunas se lo llevaban al baño, donde lo despachaban en un dos por tres y luego volvían a entrar a la sala en busca de otro cliente, otras le hacían una fellatio en plena butaca, con lo que teníamos un doble espectáculo: la película y la escena en el asiento de al lado. Era como estar en una orgía virtual. Había algunos que excitados con lo que veían comenzaban a masturbarse en la misma sala, así que la función terminaba con olor a semen por todos lados.

Pero también aparecieron los travestis, que comenzaron a rivalizar y hacer fuerte competencia a las chicas. La verdad no tenían nada que envidiarles, andaban escotados, enseñando sus atributos, “marketeándose”. Solo una vez en mi vida cargué con uno. Fue mi primera y única experiencia con un travesti (“para probar” como se dice). Para ser franco, al momento de la verdad no se me puso duro duro, pese a los esfuerzos, arte y mañas que puso “Margot” (lo llamaremos así). Quizás el nerviosismo o la impresión de la primera vez. Al final Margot tuvo que usar su boca para sacarlo todo, que, dicho sea de paso, la usó hábilmente. Solo he conocido una mujer con una maestría de esa naturaleza para hacerlo.

El Broadway era otro cine cercano a mi nueva casa. Sala enorme, una sola platea. Se notaba que había conocido mejores épocas, como aquellas mujeres de esplendores pasados que brilla un atisbo de sus mejores tiempos, pero cuando lo visité estaba en plena decadencia. Me gustaba el color de sus butacas: rojo. Allí presencié algunas películas de terror, un género favorito, como Cuentos de la cripta, Shocker: 100,000 voltios de terror y Cementerio de mascotas. El Broadway nunca se animó a pasar películas porno en trasnoche, y ahora –junto con el cine Brasil- fueron derruidos para dar paso a los edificios multifamiliares de Mi Vivienda; así que las apacibles y pequeño burguesas familias que habitan en esos pequeños departamentos no saben que reposan sobre entretenidas y olorosas historias de otras épocas.

En los años noventa, con la apertura neoliberal y los cambios que ocurrieron en el país, amén del terrorismo que golpeó duramente al país la década anterior, los cines de barrio desaparecieron. Cerraron, otros hasta fueron tapiados para evitar que los invadan o entren los fumones, como pasó con el cine Porvenir en La Victoria, y convertidos gradualmente en iglesias evangélicas, bingos o destruidos para levantar los edificios de Mi Vivienda que vemos por distintos lados.

Los cines de barrio marcaron todo una época. Son parte del recuerdo de cuando los caballeros salían a la calle con saco, corbata y una flor en el ojal, y ofrecían un blanco pañuelo con olor a colonia a su acompañante por si quería secarse el rostro o sonarse la nariz. Cuando las damas para ir al cine usaban traje de vestir, zapatos de taco y medias de nylon, y los niños iban con pantalón corto y corbata michi. Cuando los hombres cedían el asiento a las féminas sin importar la edad y se tenía que pedir permiso al papá o mamá para salir con la muchacha de tus sueños y hasta cierta hora, nada más. Donde para caer a una chica debías preparar y ensayar un discurso más inflamado y largo que de político tradicional, y si te daba el sí, la mayor osadía era agarrarle la mano amparado en la oscuridad de la sala. De una clase media que se iría extinguiendo poco a poco entre las sucesivas crisis económicas que vivió el país. De cuando todavía se respiraba un aire a ingenuidad y no a cinismo despiadado. Cuando todavía existían ciertos valores y no el frío pragmatismo de ahora. Y los guardamos en lo más querido de nuestro corazón: de aquellos años felices de nuestra infancia y juventud.
Eduardo Jiménez J.
ejjlaw@yahoo.es

Tuesday, May 13, 2008

QUÉ ES LA MÍSTICA

Según el DRAE, Mística es Parte de la teología que trata de la vida espiritual y contemplativa y del conocimiento y dirección de los espíritus, por lo que la voz conlleva a una actitud espiritual, de carácter elevado, no material. De allí que comúnmente se entienda por mística a la entrega que una persona hace a alguna actividad o trabajo. El sudar la camiseta entre los jugadores es tener mística; el que se entrega a su trabajo, también. El alma, corazón y vida que cantaba el viejo valse.

La mística, por tanto, no está relacionada ni con la retribución económica que se pueda recibir, ni con algún otro aspecto de carácter material. Una persona puede ganar bien en un trabajo que desempeñe, pero no necesariamente va a tener mística en su desempeño. Tendrá amor al dinero o a la paga mensual que reciba, pero nada más. Más bien alguien con mística no tiene como norte la retribución económica, sino la entrega y dedicación a lo que hace. Por eso todas las reformas que se basan solo en mejorar el sueldo de los trabajadores fracasan irremediablemente. Lo hemos visto en las reformas del sector educativo y judicial, donde el aumento de las remuneraciones no significó una mejora en la calidad del servicio, sino todo lo contrario.

Por eso es muy raro encontrar a personas con mística en las organizaciones sean públicas o privadas. Las hay, pero son muy pocas, son el alma de estas, o como dirían los viejos teólogos, son la vida espiritual.
Eduardo Jiménez J.
ejjlaw@yahoo.es

Monday, May 05, 2008

QUÉ HACÍAS EN MAYO 68

Una manera de enlazar “la gran historia” con la historia particular, en minúsculas, es asociando el gran acontecimiento celebratorio (en este caso los cuarenta años de Mayo 68) con lo que uno hacía en aquella época (claro, de haber nacido). O, como diría Balzac, el indagar en “la historia privada de las naciones”.

Personalmente yo me encontraba en los doce años, comenzando el primer año de secundaria, por lo que la noticia de lo que aconteció en aquellos días en Francia no me llamó la atención. Sin embargo, mi generación (la generación posterior a la que agito las calles en el encendido Mayo) es tributaria de lo que pasó en esos días. Fuimos herederos de la tradición contestataria y liberal de aquel ambiente que se vivió en los maravillosos años 60.

Porque Mayo 68 fue solo un hito de aquella década, quizás la más brillante del siglo XX. Fue un sentimiento de contracultura, con mucha libertad y sin credos que nos sojuzguen. Mayo fue el espíritu, así como lo fue Woodstock y el movimiento hippie, o Vietnam y las reivindicaciones nacionalistas de los pueblos. Por eso Mayo 68 no trajo un cambio radical en las formas políticas ni intentó tomar el poder en Francia, pese a que lo tenía servido en bandeja. Como bien señaló uno de los principales líderes del movimiento, Daniel Cohn-Bendit, "Danny El Rojo": "(…) Hay que evitar crear de inmediato una organización, hay que evitar crear un programa pues eso sería paralizante. La única oportunidad para el movimiento es justamente mantener este desorden que permite a la gente hablar libremente". Anarquismo puro.

Los movimientos iconoclastas se agotan en si mismos, como le pasó al movimiento hippie. Agotada la ola de protestas, poco a poco el movimiento se fue apagando.
Sin embargo, eso no quita que, como dice la derecha representada por Sarkozy y la política del “bling bling”, Mayo 68 esté enterrado. No lo está. Por más paradójico que parezca, Sarkozy le debe a Mayo 68 haber llegado a la presidencia, así como que su actual esposa, Carla Bruni, sea la primera dama de Francia. Ironías de la historia.

Es que el Mayo francés quedó impregnado en la cultura actual. Eso sucede con los movimientos sociales cuando calan hondo, así como sucedió con el rock and roll y el movimiento contracultural en Estados Unidos, lo “absorbe” el sistema y se fija en el imaginario cultural “oficial”. Por eso, mi generación es tributaria de aquel ya lejano Mayo; y, si bien en su momento no nos llamó la atención, le debemos nuestro modo de pensar, nuestra descreencia en los grandes dogmas, la libertad con que pensamos y decimos lo que pensamos, y sobretodo creer que lo imposible se puede convertir en realidad.
Eduardo Jiménez J.
ejjlaw@yahoo.es