Tuesday, February 24, 2009

EN GUANAJUATO SE PROHIBE BESAR

En la ciudad de Guanajuato, México, existe un callejón célebre por los besos apasionados que al abrigo de su sombra se dan las parejas. Se le conoce justamente como el callejón de los besos, algo así como nuestro tradicional Puente de los Suspiros.

Como nunca falta uno de esos funcionarios públicos que deben justificar su sueldo y su puesto (en ese orden) no se le ocurrió mejor idea que “prohibir” los besos públicos en el citado callejón por atentar contra las llamadas “buenas costumbres”.

Más allá del disparate del burócrata y de la anécdota folclórica que giró alrededor del mundo, conviene reflexionar que se entiende por “buenas costumbres”.

En todas o casi todas las legislaciones se encuentra la tipificación de lo que puede ser atentatorio contra las “buenas costumbres”, como por ejemplo atentar contra el pudor, ser un tipo exhibicionista o andar caminando desnudo por la calle. Son ejemplos típicos de hechos atentatorios contra las “buenas costumbres”. En otras ocasiones se tiende a enlazar las categorías “orden público y buenas costumbres”, que no son lo mismo, pero que unidas tienen un significado cuasi mágico-religioso, como si se tratase de un tabú ancestral.

Por el uso tan manido del término, no somos claros que significa “buenas costumbres”. O, en otras palabras, si para el funcionario de marras buenas costumbres es lo mismo que para el común de las gentes, o lo que entiende el derecho como tal concepto.

Si costumbres según el diccionario no es otra cosa que los hábitos o la manera habitual de conducirse adquirida por la reiteración, tenemos que el ser humano es un animal de costumbres. Algunos tenemos la costumbre de levantarnos temprano, otros todo lo contrario; algunos más la costumbre de rezar antes de ingerir los alimentos, otros directo al plato; por allá para hacer el amor tienen la costumbre de estar muy aseados y de efectuar un ritual previo, otros no les importa tanto eso y van sin complicación alguna al asunto. Así podríamos seguir enumerando.

Por lo que “buenas costumbres” de un pueblo, un país o una región determinada no son otra cosa que los hábitos reiterados y tolerados, sin que los mismos ocasionen rechazo. Estas “buenas costumbres” varían de acuerdo al lugar geográfico y al tiempo. Ejemplo: la tolerancia a que la mujer utilice minifalda hubiera sido imposible hasta mediados del siglo XX, y ahora es una práctica generalizada. (Imagínense que pasaría si una dama del ochocientos iba a la playa en bikini¡¡¡). O, tener pareja estable siendo todavía púber es una costumbre común en los pueblos amazónicos, situación que no es tolerada en una ciudad costeña (¿usted permitiría que su hija de 14 años conviva con el novio?, en la selva sí). Igual, pasear de la mano o besarse con una pareja del mismo sexo en un lugar público quizás no escandalice en Río de Janeiro o en Amsterdam, pero en una ciudad todavía medio cucufata como Lima haría que algún vecino alterado por lo visto llame al serenazgo por atentar la parejita contra “las buenas costumbres”.

De lo que se desprende que las llamadas “buenas costumbres” es un concepto bastante relativo y que va variando conforme el tiempo o el lugar donde uno se encuentre.

Por eso, está equivocado el funcionario mexicano que se le ocurrió “prohibir” los besos públicos por atentar contra las buenas costumbres. Besarse públicamente está tolerado por las prácticas contemporáneas y más tratándose de una ciudad de la envergadura de Guanajuato. Parece más bien que el burócrata en cuestión se equivocó de tiempo o quizás provenga del medioevo, cuando hasta agarrarse de la mano era pecado que llevaba al pecador directo al infierno y obviamente una “mala costumbre”.
Eduardo Jiménez J.
ejjlaw@yahoo.es

Tuesday, February 17, 2009

CERCA DE 80,000 PAREJAS SE QUIEREN DIVORCIAR EN PERÚ

La cifra la ha publicitado el Instituto Guestalt de Lima. No revela como ha llegado a esa cantidad, ni qué técnica de muestreo ha usado, o si se trata solo de un grueso estimado “a ojo de buen cubero”. Sea como fuese, y de abarcar todo el país, me parece que el estimado se queda corto.

Como siempre sucede en estos casos, no es tan importante la cifra sino la posición que sobre el tema se tenga. Los anti-divorcistas optarán por una legislación que dificulte el divorcio a fin de preservar la institución familiar. Los que abogan por una simplificación en los trámites preferirán que la legislación se flexibilice más para los casos en que la pareja decida tomar caminos separados.

Creo que más importante que la cifra arrojada es conocer las causas que motivan divorciarse y cuál es la media actual de un matrimonio o, para ser más preciso, cuántos años dura un matrimonio moderno. Quizás sorprendan los resultados. Tampoco está claro qué matrimonios sobreviven mejor a los avatares de la vida, si los de confesión católica o los evangélicos (excluyo, por ser minoría, a los que no profesan ninguna religión –ateos o agnósticos- pero que cuentan con sólidos valores). O en buen romance, si la confesión religiosa ayuda a mantener la unión conyugal. Pareciera que sí y parece que los evangélicos se llevan las palmas.

Igual sucede con respecto al rubro infidelidades, uno de los factores que más resquebraja la relación conyugal. No es que los evangélicos sean unos santos laicos –que infieles los hay en esa cofradía y bien parranderos-, pero parece que entre ellos el número de infidelidades no es tan alto como entre los católicos. Probablemente el estilo de vida ayuda a que se mantenga la unión.

Si bien es cierto que las facilidades legales para divorciarse permiten que aumenten las causas de separación, no es menos cierto que nuestra legislación ni por asomo es divorcista; es más, quien quiera plantear una demanda de divorcio por causal determinada (el denominado por la doctrina jurídica “divorcio sanción”) sufrirá el vía crucis no solo del largo, tedioso e intrincado proceso, sino que tendrá un juez escéptico y proclive a “unir a las parejas” en una imposible conciliación o, en otras palabras, usted tendrá al árbitro en contra. Si, por ejemplo, demanda por la causal de adulterio, el magistrado para declarar fundada su demanda le pedirá las fotografías de su cónyuge teniendo sexo con otra persona y hasta las sábanas del hostal donde derramó el semen. Por eso, la mayoría opta por la separación convencional, suerte de “cajón de sastre” de las miserias conyugales cuando la pareja no las quiere exhibir en público, y que ahora se ha visto aliviada gracias al divorcio administrativo vía notarías y municipios.

Así que si usted, caro lector, cree que nuestra legislación es la culpable de la alta tasa de divorcios se encuentra equivocado.

El problema es institucional. La institución de la familia tal como la conocemos (“la familia tradicional”) se encuentra en crisis y busca válvulas de escape por donde encuentre, sea por el derecho a través de la legislación o, de ser imposible, por la vía del hecho, separándose las parejas pero manteniendo el vínculo legal. No creo que la familia vaya a desaparecer, pero sí la forma en que la conocemos ahora, dando paso a nuevas formas familiares.

Por eso, si bien es loable la campaña que promueve el Instituto Guestalt de Lima con terapias del perdón, ejercicios de caricias y todo lo demás, estas no ayudan cuando un matrimonio se encuentra en crisis total. Generalmente la disolución se produce luego de años de debilitamiento del vínculo y cuando esta ya es irreversible no vale ninguna terapia del perdón ni ejercicios de caricias que valgan, sino cerrar ese capítulo de la manera más digna posible, aprender las lecciones que el fracaso conlleva y cada uno rehacer su vida lo mejor que pueda.
Eduardo Jiménez J.
ejjlaw@yahoo.es

Tuesday, February 10, 2009

ELUANA ENGLARO

La polémica acerca de dejar con vida o no a Eluana Englaro abre el viejo debate sobre la decisión o no de seguir con vida, avivada por la medida política del primer ministro Silvio Berlusconi de “prohibir” mediante decreto ley se le aplique la eutanasia a Eluana (que felizmente fue vetada por el presidente Giorgio Napolitano).

En las sociedades modernas tomó mucho tiempo y sangre el que las decisiones del poder religioso o político no afecten la esfera privada de la persona, la cual debe ser respetada a pesar de creer la autoridad que se encuentra en error. Las guerras religiosas desatadas en Europa entre los siglos XVI y XVII dieron nacimiento al respeto a la libertad de conciencia, piedra angular de lo que conoceríamos después como los derechos individuales de la persona. Por eso cuando “en nombre de Dios” se quiere impedir que un individuo deje de existir si es su decisión (o la de su familia de no poderla tomar él mismo) violentando el propio libre albedrío del ser humano, estaríamos a un paso de la intolerancia y la arbitrariedad al pensar que estando el otro equivocado a mi me da patente para intervenir en sus decisiones. Ese pensamiento ha llevado siempre a las peores intolerancias que ha registrado la humanidad, que no son pocas.

La decisión de dejar o no con vida a una persona en estado vegetativo está relacionada con las creencias religiosas fuertemente conservadoras en la Italia de hoy, donde un Vaticano celebró la decisión de Berlusconi de intervenir en un hecho que estaba íntimamente en la esfera personalísima del afectado o de sus familiares. Cuando una institución, sea la Iglesia o el gobierno, quiere interferir en las decisiones de los particulares generalmente los resultados son nefastos. Eso es lo que está sucediendo con un gobierno aupado en una jerarquía eclesial que ve con buenos ojos las invasiones de la esfera íntima de los ciudadanos. Los fundamentalismos no solo se producen entre ciertos sectores musulmanes, sino también en la derecha europea con el beneplácito de la iglesia católica.

Es que esa decisión de intervenir por parte del presidente del Consejo de Ministros suena a fascismo puro (aparte que jurídicamente no pueden existir leyes con nombre propio y menos cuando existe una sentencia judicial de por medio a favor de aplicar la eutanasia), cuando en la Italia de los años 30 y 40 “en nombre del Estado” el gobierno intervenía hasta en las más íntimas decisiones de los particulares. Lo sano es que en una sociedad democrática y abierta la decisión de vivir o no esté en las manos de la propia persona o de sus familiares más cercanos cuando esta no puede tomar una decisión por si misma como la de Eluana que se encuentra en estado vegetativo desde hace 17 años.

Vivir o morir es un acto que se encuentra en la esfera íntima de cada uno de nosotros y nadie ni nada puede intervenir en la decisión que tomemos. Si somos creyentes asumiremos las responsabilidades con nuestro creador, si no lo somos asumimos nosotros mismos nuestra responsabilidad ante la sociedad; pero, en ninguno de los dos supuestos pueden intervenir instituciones o personas de fuera, sea porque invoquen el nombre de Dios o el del pueblo.
Eduardo Jiménez J.
ejjlaw@yahoo.es

Thursday, February 05, 2009

LOS BUSES ATEOS

La Unión de Ateos y Librepensadores de Catalunya ha tenido la ocurrencia de contratar dos buses del servicio metropolitano de Barcelona a fin que porten cartelones en sus flancos con la inscripción "Probablemente Dios no existe. Deja de preocuparte y goza de la vida".

Como no podía ser de otro modo, la contratación de “los buses ateos” ha traído polémica entre creyentes y no creyentes, y un comunicado oficial “aclaratorio” del arzobispado barcelonés.

La Unión de Ateos afirma que el bus con lemas no creyentes en deidad alguna ya recorrió las calles de Londres, Birmingham, Manchester y Edimburgo, en el Reino Unido, sustentando la propaganda [que en el fondo eso es] en "contribuir a animar el debate social, porque en la respuesta a estas cuestiones [sobre la existencia o no de Dios] se encuentra nuestra propia concepción del ser humano".

Más allá de lo anecdótico, hay que reconocer que la idea es bastante ocurrente y en cierta forma oxigena el ambiente ya ampliamente secularizado de la España moderna.
Sin embargo, debemos distinguir en el mensaje varios niveles.

El primero de ellos sería el de la libertad de opinión que en toda sociedad democrática y plural debe haber. Vale decir que deben existir una serie de ideas y opiniones mutuamente tolerables, por lo que así como las iglesias hacen propaganda de una vida espiritual después de esta vida terrena; aquellos que no creen en una vida más allá de este mundo tienen todo el derecho de propagandizar sus creencias. En otras palabras, en una sociedad democrática todos tenemos derecho a expresar nuestra opinión a través de los distintos medios existentes.

Un segundo nivel es el propiamente sacro o religioso versus el laico o liberal. Generalmente allí se produce un “choque de creencias”, dado que es irreconciliable sostener la existencia en una deidad y vida extra terrenal o negarla tajantemente. O crees o no crees. Confieso que tanto los creyentes como los ateos abogan por un dogma de fe, vale decir es necesario “creer” sea en la existencia de un ser divino como en negarla. Sostener “científicamente”, con “pruebas irrebatibles”, una u otra posición es absolutamente imposible.

Y, tenemos un tercer nivel, el semántico del mensaje. Revisemos de nuevo la sentencia que portan “los buses ateos”: "Probablemente Dios no existe. Deja de preocuparte y goza de la vida".

Vamos a la primera parte del mensaje (“Probablemente Dios no existe”). Un ateo jamás utilizaría el adverbio “probablemente”. El ateo no relativiza su creencia: sencillamente no cree. El “probablemente” más corresponde a un agnóstico, ya que duda de la existencia de un ser divino, sin negarlo rotundamente como lo haría un ateo.
Debemos suponer que el adverbio utilizado obedece más a una invitación sugestiva de la asociación de ateos de Barcelona hacia los creyentes a fin de ganar adeptos para su causa. Es más fácil atraer al bando contrario en forma suave que imponiendo creencias que no admiten formulación en contra. Es más duro y “chocaría” mucho leer en las inscripciones de los buses, a rajatabla, un “Dios no existe”. El “probablemente” suaviza las opiniones en contra. Por lo que suponemos que el adverbio utilizado se debe a razones de “marketing comunicacional”.

La segunda parte de la oración también trae sus bemoles (“Deja de preocuparte y goza de la vida"). Suponemos que va dirigida hacia los creyentes dolidos o temerosos de la ira divina, dado que refleja una concepción sufriente del cristianismo, que si bien existe como corriente, creo que en estos tiempos son los menos. Pero, la segunda parte es la más interesante (“goza de la vida”). Es una invitación epicúrea más que atea. Para gozar de la vida no se requiere ser ateo, un creyente también lo puede hacer. Ese gozo implícito en lo material creo que va más dirigido a los tiempos que vivimos, donde la cultura del hedonismo hace que eludamos todo aspecto de sufrimiento o dolor, que muchas veces es necesario para nuestro crecimiento interior. Por lo que la invitación al gozo parece ser otra estrategia de marketing de los “cofrades ateos”.

Más allá de la polémica desatada, creo que la campaña de “los buses ateos” es inicua (frases más ingeniosas y provocadoras hubieran sido algo como “Dios es ateo, por qué no lo eres tú”). Nadie cambiará sus creencias por la circulación de estos buses con los lemas invitando al ateísmo. Ni los creyente se convertirán en ateos, ni los ateos abjurarán de sus creencias. Lo que sí sería irreverente es que “los buses ateos” algún día circulen por las calles de Lima, oxigenaría el ambiente cucufato que todavía se respira. Valdría la pena, solo por el placer de ver la cara que pondría nuestro querido cardenal o por los improperios que proferiría desde el púlpito.
Eduardo Jiménez J.
ejjlaw@yahoo.es