Monday, February 14, 2011

CUANDO EL AMOR SE ACABA

Para Sandra

A veces, al despertarse, uno de los cónyuges mirará al otro y le parecerá que ha dormido con un extraño. Es como darse cuenta, luego de muchos años, que la persona a tú lado es absolutamente un desconocido para ti, y que ese o esa joven que conociste cuando estudiaban juntos o hacía los primeros pininos en su profesión, ya no existe más. Murió o desapareció en algún vericueto del camino de la vida.

Lo más triste o patético es que te das cuenta cuando es demasiado tarde. Cuando ese extraño(a) una mañana cualquiera te dice que se va o que ya no te quiere. En ese momento se te presentan una serie de pensamientos contradictorios e inconexos y parece que tú cabeza va a estallar. Te asaltan múltiples preguntas que comienzan con un porqué o cómo pasó. Ingenuo(a) quizás piensas que te está jugando una broma pesada. O, peor aún, no quieres dar crédito a tus oídos.

Pero es verdad y lo ves o la ves partir. Como que humanos somos. Algunos lo tomarán de mejor talante, otros pensarán en dejar este valle de lágrimas que se les hace insoportable, y algunos menos, lo conseguirán. Lo cierto es que el amor se acaba. Por distintos motivos, pero se acaba. Y muchas veces ambas partes de la pareja tuvieron la culpa para que ello suceda. En “esta película” no hay un malo o mala y un bueno o buena “químicamente puro”.

A pesar que es un alivio el consuelo de encontrar un(a) “culpable” de las desdichas padecidas, lo cierto es que en la mayoría de los casos ambos son culpables del fin de la unión. Las razones son múltiples y lo más acertado es darles la posibilidad que cada uno tome un camino distinto. Con los riesgos y errores que ello conlleva, así como que el aparato legal –de haber contraído matrimonio civil - les de las facilidades para disolver su vínculo y no al revés, como ocurre en la legislación peruana y algunas similares de la región, pese a los avances que hemos tenido en los últimos años.

Lo peor es tratar de mantener la unión apelando al justificativo del “bienestar familiar”, incluyendo a jueces y fiscales que hacen lo posible e imposible para que la pareja no se divorcie. Es como querer pegar con babas una armazón que se cae en pedazos. Lo más sensato es ayudar a desarmarla con el menor costo posible para las partes, naturalmente protegiendo a los niños, de existir menores de edad de esa unión.

Y si el Estado, y el sistema de justicia en particular, quiere hacer algo por la pareja rota, lo mejor es que ordene, como obligación jurisdiccional, se sometan a terapia sicológica ambos o, en algunas ocasiones, hasta terapia siquiátrica, que muchos la requieren. Eso los va a ayudar a “desintoxicarse” o, por lo menos, no arrastrar el lastre del pasado en una relación futura y ver las cosas en perspectiva. Porque también los hay. Aquellos que vuelven a cometer los mismos errores o, como dice la canción, “vuelven a tropezar con la misma piedra”. Y después se preguntan porqué tienen “tan mala suerte” en el amor.

Pero algo que la práctica profesional me ha demostrado –yo conozco a las parejas cuando su relación se encuentra en el ocaso- es que a uno de ellos o a veces ambos, el(la) “compañero(a) de toda su vida” se les hace un extraño, alguien que ya no conocen, que cambió, con el cual apenas se intercambiaban algunas palabras en la mañana o en la tarde, pero no se sabe más. Expresiones como “parece otro(a)”, “ha cambiado”, “es distinto” son usuales. Algunos supersticiosos(as) hasta piensan que a su pareja le han practicado un maleficio y por eso se encuentra así. “Le han hecho brujería” suelen exclamar. Es un completo extraño(a) con el que se desayuna o cena hasta que tarde o temprano se produce la ruptura definitiva.

Otro hecho es que casi siempre se dan cuenta del fin cuando la relación se encuentra sumamente deteriorada, herida de muerte; pero, para ello, debe haber existido un “punto de quiebre” que da inicio al descenso. Casi nunca se percatan cuándo comenzó. O parafraseando a Zavalita “cuando se jodió la relación”. Hay que ser muy perspicaz para prevenir lo que se viene o, peor aún, no quererlo ver cuando se presenta. “Cerrar los ojos” pensando que es un mal sueño o que la intuición nos ha fallado. Practicar “la política del avestruz”. Pensamos que le puede suceder a cualquiera, pero no a nosotros.

Mi trabajo concluye cuando les entrego una copia certificada del acta matrimonial que escuetamente dice “Se declara disuelto el vínculo matrimonial entre fulano de tal y fulana de tal”. Pero detrás de esas pocas palabras rubricadas por un anónimo funcionario público ha existido todo un drama, a veces una tragedia, y en algunas oportunidades hasta una tragicomedia. Un vía crucis existencial, con detalles insignificantes que año tras año minaron y malograron la relación, pero también de los otros, de aquellos hechos que fueron un golpe mortal como es el descubrir la infidelidad del otro(a). Eso duele en el alma. Creo que pueden perdonar que su pareja sea borracho, toxicómano, hasta homosexual, pero no que sea adúltero(a) y, peor aún, descubrirlo con los propios ojos. Como que se rompe algo dentro, arrastrando vísceras y sangre en el camino, algo que va más allá de la trasgresión del deber de fidelidad del cónyuge infractor.

Al final solo espero que ese hecho importante en su vida que fue la unión con otra persona les sirva de experiencia y, de tener hijos menores de por medio, sean lo suficientemente sensatos para coadyuvar a su bien común. Aunque en muchas ocasiones tengo serias dudas de que ello suceda.

En algunas ocasiones me enseñan fotografías que dan testimonio de un tiempo pasado que fue mejor, cuando todo era felicidad y una de las partes, atrapada por la nostalgia, quiere dar una nueva oportunidad a la relación y hace concesiones inimaginables para “mantenerlo(a) a su lado”. A veces es la propia víctima de una relación tormentosa quien propicia el regreso del victimario, el agredido que le abre las puertas al agresor, lo cual pone en seria duda el equilibrio mental de la supuesta “víctima”.

Generalmente el sacrificio es en vano. Estarán bien unos meses y luego retornan los problemas con fuerza. Cuando la relación está rota o seriamente deteriorada es poco lo que se puede hacer. Lo ideal es que el costo sea el menor posible para las partes, lo cual no siempre se logra, aparte que en ese momento no nos comportamos como seres racionales, sino todo lo contrario.

¿Y luego? Ha rehacer la vida, a recoger los pedazos rotos y comenzar de nuevo. No queda otra. El mundo sigue girando.
Eduardo Jiménez J.
ejjlaw@yahoo.es

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