Wednesday, March 16, 2011

LAS INDEPENDENCIAS

Cuál fue la razón por la que jóvenes aristócratas se alzaran en armas contra el Rey de España y luchasen contra viento y marea por la independencia y, consiguientemente, contra sus propios intereses de clase.

Es una de las preguntas que se plantea Hugo Neira en el estimulante libro Las independencias, doce ensayos, publicado bajo el sello de la Editorial de la Universidad Inca Garcilaso de la Vega. Ensayos que abordan no solo la política, sino también la economía y sobretodo la cultura que nos legó la península ibérica; cultura que se mantiene intacta en nuestro modo de ser, con sus aspectos positivos y negativos, como la corrupción, por ejemplo.

No era extraño en la Colonia el recibir dádivas por el favor del poder real. La corrupción no es nueva en nuestro medio, lo que sucede ahora es que se vuelve más visible gracias a la tecnología. Antes no dejaba rastro, ahora una grabación de audio o de video nos informa de algún negociado poco santo.

Tampoco era raro que el ser abogado fuese la forma idónea de movilidad social, a diferencia del estímulo que recibió la ciencia en los países de la reforma luterana. España –eje importantísimo de la contrarreforma- fomentó más la escolástica y su primo hermano, el derecho, como medio de mantener el statu quo. No buscó en la ciencia de Galileo o de Darwin las respuestas a nuestro mundo, menos fomentó un “espíritu capitalista” al estilo de Francia e Inglaterra. Por ello no es raro tampoco que seamos una “república de letrados” y casi nulos en los adelantos en ciencia y tecnología. Esa “tara”, junto con otras, la heredamos de la Colonia.

El libro también nos da luces cómo nace el caudillo en nuestro continente, figura emblemática tanto del mundo militar como del civil. El caudillo reemplazó la falta de instituciones o la debilidad de estas. Sin su visto bueno no se podía comprar ni una caja de lápices. Y lo vemos hasta ahora, cuando en cualquier partido político o en cualquier empresa no se hace nada sin la autorización del “jefe”.

Ese verticalismo y falta de consenso democrático es también parte de la cultura española que nos vino con la conquista (amén que durante el período incaico existió un despotismo despiadado, rasgo cultural que igualmente hemos heredado). Visto en retrospectiva no fue raro que los sueños de los libertadores se estrellaran contra la cruda realidad de elites criollas que no querían cambios, sino solo usufructuar los beneficios que antaño eran monopolio de los españoles. De allí que el indio estuviera segregado, apenas una cara anónima, y su explotación haya sido más salvaje durante la república.

No tuvimos nación, si entendemos por nación a grupos sociales con rasgos homogéneos; apenas estamentos herméticos, sin posibilidades de inclusión y movilidad social. Ello explica porqué los indios no sintieron como propio el proyecto de independencia e incluso lucharon a favor del rey de España. No era “traición a la patria”, sino intuición que las cosas con los criollos no iban a mejorar, sino todo lo contrario.

El siglo XIX fue el siglo de las integraciones nacionales perdidas y de poder constituirnos como una nación orgánica, y en el XX estallaron violentamente los reclamos de las mayorías silenciadas, dando origen a los partidos de representación popular que van a enarbolar las banderas de reivindicación del indio, el campesino y las clases medias que se van formando en las principales ciudades.

Nuestra historia no comienza en 1821, sino mucho antes. Y si bien nosotros somos parte de Occidente, también somos tributarios de un pasado milenario que todavía nos avergüenza por complejo de inferioridad; pero, así no lo queramos reconocer, es parte nuestra.

Uno de los tantos méritos del libro de Hugo Neira reside en la importancia que concede a la cultura como formadora de la –digamos- “conciencia nacional”, para bien o para mal, dejando de lado los análisis meramente económicos que, por reduccionistas, no explican cabalmente ciertos procesos sociales y políticos de nuestra accidentada y contradictoria vida republicana. Neira parece decirnos que no todo fue culpa del “imperio”, gran culpa la hemos tenido nosotros o, mejor dicho, nuestro legado cultural.

A nosotros nos faltó una revolución mexicana que desatara los nudos del pasado. En cierta forma lo fue la revolución de los militares en 1968, inconclusa pero que dio nacimiento al nuevo Perú, arrastrando consigo lastres seculares, pero adquiriendo también nuevos bríos de lo mejor que tiene. Continuamos siendo, como decía Basadre, un país entre promesa y posibilidad. Ese Perú con agenda pendiente para el bicentenario.
Eduardo Jiménez J.
ejjlaw@yahoo.es


Las independencias: Doce Ensayos
Autor: Hugo Neira
Fondo Editorial de la Universidad Inca Garcilaso de la Vega, 2010, 237pp.

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