Wednesday, November 23, 2011

ELECCIONES EN EL CAL

Se viene dentro de poco nuevas elecciones en el muy ilustre e histórico Colegio de Abogados de Lima. Compiten doce postulantes para un cargo que es ad honorem. Entre ellos se encuentra un querido maestro que ha comprometido mi voto.

No diré como Alfredo Bullard que no iré a votar. Tengo que ir, no solo por mi querido maestro, sino porque, como la gran mayoría de mis colegas, de no sufragar nos imponen una multa. El voto sigue siendo obligatorio en la institución emblemática del derecho. Quizás Bullard se puede dar “el lujo” de pagarla, pero yo no. Sin embargo, más allá de lo anecdótico, estas elecciones se presentan en una coyuntura especial: el CAL ha perdido la fuerza de antaño, si alguna vez la tuvo, y conserva solo el prestigio que su nombradía reconoce como institución bicentenaria. Es decir, conserva el oropel y poco más.

En los últimos años mi colegio profesional se ha limitado a repartir medallitas y condecoraciones a colegas ilustres y no tan ilustres: una suerte de premiación recíproca. “Yo te premio y tú me premias” o me contratas en la universidad donde eres decano, que la parte crematística también entra a tallar, seamos sinceros. Ceremonias, la verdad, pomposas, huecas y aburridas; y gastos en una impresionante burocracia para un colegio profesional que en los últimos tiempos solo se ha dedicado a repartir medallitas.

El CAL se ha convertido en una “agencia de empleos” para colegas que no han encontrado otra ocupación en el mercado profesional y no tuvieron mejor oportunidad que “hacerle la campaña” al decano que salió electo, quien, obviamente, debe pagar los favores. Mismo ministerio. Así tenemos hasta ujieres con el grado de doctor trabajando en la tradicional institución. Obvio que la impresionante burocracia consigue mermar los recursos del Colegio y este tiene que buscar ingresos gracias a los diplomados, incorporaciones, cursos de ética profesional para los futuros colegas y otros “recurseos” similares. Felizmente –para el CAL- la carrera de derecho sigue siendo una de las más buscadas y una de las más pauperizadas. (Extraoficialmente me informaron que a mediados de año el CAL sufrió una severa crisis de liquidez que dejó impagos a sus trabajadores, por lo que, a fin de conseguir recursos frescos, ofertó los tradicionales descuentos por pago anual adelantado de las cuotas, “oferta” que usualmente solo la participa a inicios de año. Sea como fuese, sería bueno que la nueva junta electa realice una auditoria externa a fin de determinar cómo anda la parte financiera del Colegio).

Tenemos también a un decano saliente que de la verborrea indigesta no ha pasado. Un decano que postuló sin éxito a la presidencia de la república y a cuanto cargo público ha tenido oportunidad de presentarse gracias a ostentar la designación de decano de una institución bicentenaria. Reconozco que voté por él en la última elección y reconozco que me equivoqué. Por lo menos debí votar en blanco (o viciado). Y también se presenta en esta contienda un ex decano que, “por amor al CAL”, y luego de haber postulado igualmente sin éxito a sendos cargos públicos, tienta la re-reelección, que no faltaba más, la institución lo necesita y él está dispuesto “a sacrificarse”.

Todas estas reflexiones me llevan (y acá sí coincido con Bullard) a la pregunta de si no es hora que termine la obligatoriedad de colegiarse, no solo en el CAL, sino en cualquier colegio profesional. Si no es hora que la colegiación se convierta en facultativa, que no sea obligatorio estar afiliado a un colegio profesional para ejercer la profesión, como que la libertad de asociación es un derecho y no una obligación. Y los derechos, como nos enseñan en el primer año de la carrera, se ejercen a voluntad del individuo, no se imponen (lo que no se puede hacer es conculcarlos o violarlos, pero eso es otra cosa). Yo puedo ejercer mi derecho a la libertad de opinión y expresión, como lo ejerzo con este artículo, pero si quiero no lo hago. La democracia y el estado de derecho que le dicen.

Hace pocos meses estuve de miembro en un tribunal de ética del CAL (no sería raro que acabe de compareciente luego de escribir esta nota) y me tocó ver el caso de un colega denunciado por “portarse malcriado” con un juez. Es cierto que el temperamento del colega daba la impresión de ser “colérico” (al tenor de la tradicional clasificación) como lo demostró cuando frente al Tribunal de Ética manifestó que el solo venía al CAL “una vez al año” para pagar sus cuotas y nada más.

Claro, el colega daba a entender que no le debía nada al Colegio, que solo venía para pagar sus cuotas y poder litigar, y allí se terminaba la relación; pero, uno de los miembros del tribunal lo entendió de otra manera y le llamó severamente la atención. Si hubiéramos estado en la época de la inquisición es probable que mi denunciado colega hubiese terminado en el potro de los tormentos hasta arrancarle una confesión de culpabilidad y perdón a todos, al juez que gritó, que las autoridades se respetan, al tribunal de ética, a la integrante del tribunal en particular que se sintió ofendida y hasta al portero de la entrada del Colegio.

En fin, no creo que las cosas cambien en esta nueva elección. Ningún candidato propone una reforma profunda del histórico Colegio y el que honestamente alguna vez la proponga nunca ganaría una elección en el CAL.
Eduardo Jiménez J.
ejjlaw@yahoo.es

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