Friday, January 18, 2013

EL CINE PERUANO REVISITADO



A lo largo del 2012 se presenció un boom de estrenos nacionales. Es cierto que muchas de estas películas no pasaron de las dos semanas en cartelera, algunas incluso se quedaron en la fatídica primera semana o, peor aún, en apenas algunos días, para luego ser olvidadas sin pena ni gloria. Como que el cine peruano no interesa a los peruanos. Gana premios internacionales, ciertos nombres de cineastas son reconocidos afuera; pero, a diferencia de veinticinco o treinta años atrás, ya no congrega multitudes, ni siquiera un público relativamente mayoritario.

Se tiende a echar la culpa de ello a los blockbusters que ocupan literalmente los circuitos de exhibición comercial todo el año. No hay mes, ni semana, ni día del calendario que no tenga uno de ellos en estreno. Pero esa reacción contra estos verdaderos trasatlánticos cinematográficos se parece a  la de los obreros en la Europa del XIX frente a las máquinas o a los conductores de carretas jaladas por caballos con relación a los automóviles a inicios del XX. Como que echarle toda la culpa “al villano” (léase blockbuster) no convence en su totalidad, como tampoco las recetas que buscarían sino impedir, por lo menos atenuar esta verdadera avalancha comercial extranjera.

Lo malo cuando se busca “un culpable” es que se simplifica el problema. Es verdad de Perogrullo que los blockbusters monopolizan las pantallas en todo el mundo. Eso es evidente. El inconveniente con esta explicación unívoca es que al haber encontrado al malo de la película, causante de la deserción de espectadores nacionales y que el cine propio no desarrolle, no cabe seguir hurgando en otras causas no tan evidentes, sino buscar una solución relacionada con el culpable encontrado y así tenemos en paz nuestra conciencia.

Pero, no simplifiquemos el problema y busquemos otras variables. Retomemos la pregunta inicial. El fenómeno del escaso público nacional convocado por las películas locales no es exclusivo de Perú. Matices más, matices menos, en otros países también se produce un fenómeno similar.

Parece -y esta es otra explicación parcial- que la intelectualización o elitización de los jóvenes cineastas, con películas para ser vistas por un público selecto, con cierto nivel cultural, impide una masificación de concurrencia, al no tocarse como antaño “géneros populares”, lo que le gusta a la gente. Digamos -y en esta afirmación yo también simplifico el problema- que los jóvenes cineastas de ahora anhelan hacer un cine de autor, convertirse en émulos de un Godard o de un Truffaut del tercer mundo. No es casualidad del destino que en el año 2012 solo dos películas nacionales, animadas para mayores detalles, fueran las más vistas por los peruanos, mientras el resto de estrenos comerciales producidos en el país tuvieron escasa concurrencia. No es necesario ser adivino para encontrar una explicación tan evidente del motivo.

En la nueva hornada de realizadores capitalinos no existe, por ejemplo, un Lombardi que maneje con suficiencia los géneros y medios para contar eficientemente una historia y provoque la convocatoria de un público mayoritario. Los jóvenes cineastas en la actualidad prefieren ganar premios internacionales con un mal entendido “cine de autor”, con puestas en escenas “cultistas” o historias que contengan una visión muy europea de cómo nos ven afuera: pobreza, inseguridad, violación de mujeres pobres, desigualdad social y racial o incesto entre familiares, ignorancia en grado supino sobretodo de personas de los sectores populares y una pizca de terrorismo y estado malvado. Eso “vende” en los festivales internacionales: la imagen del “buen salvaje” embrutecido por las trasnacionales, el imperialismo (yanqui por supuesto) ayudados por los felipillos locales.

Hay que mirarlo por el lado positivo: ya no nos ven usando taparrabos y viviendo en las copas de los árboles.

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El asunto de los premios nos lleva a otra pregunta. Qué tipo de cine es el que se está incentivando vía los concursos que convoca el Ministerio de Cultura. ¿La línea que se sigue es la de una elitización, de un cine cultista o es la de un cine mayoritario? Por los premios obtenidos en los últimos años, todo indica que es lo primero; cerrándose así el ciclo de una lógica perversa: se forma realizadores de un cine de elite y se estimula con los incentivos de los premios esa forma de hacer cine, entendida como algo artístico. Y no se diga que es un asunto concerniente solo a especialistas en cine, dado que los premios se financian con recursos del erario público, de todos nosotros, por lo que tiene legitimidad para opinar y actuar cualquiera de los treinta millones de connacionales. Derechos del ciudadano que le dicen. (Es más, quizás en otros países con congresos más serios y que les interese realmente la cultura, el ministro de dichos asuntos hubiese sido llamado para rendir explicaciones del fracaso del sistema de premiación en su portafolio).

Pero esa es apenas una faceta del cine peruano. Más de un cine capitalino hecho por jóvenes egresados de alguna universidad privada, con aspiraciones a que su cine se “internacionalice”; pero están los otros, los que pese a los obstáculos se abren paso como los realizadores del llamado cine regional. Gracias al digital, una nueva generación comienza a filmar lo que sucede en las provincias (o el Perú profundo como decimos huachafamente los limeños).

Salvo raras excepciones, es un cine que no se ve en Lima, circunscrito casi siempre a su localidad de origen. Un cine underground si se quiere, pero que atrae público que se identifica con lo que ve en el écran. Cine popular, en el sentido que vive de sus espectadores y refleja una realidad local o mitos y leyendas de la zona. Claro, no esperen encontrar en este cine regional que se está forjando un refinamiento estético, pero los chicos se esmeran en contar una historia.

Y si bien las nuevas tecnologías han ayudado a abaratar costos y que toda una nueva hornada de jóvenes se vuelque a filmar, no es menos cierto que estas nuevas tecnologías también han ahuyentado público de las salas de cine. Los cinéfilos y los no tan cinéfilos se han acostumbrado a ver películas en dvd o blue ray, para lo cual ayudan los enormes televisores de plasma, lcd o led que cada día cuestan menos. Las grandes colas para ver un estreno en pantalla grande ya no se producen, ni en los más mentados del año. Lombardi y compañía no tenían esos problemas cuando hicieron sus pininos en el séptimo arte. Son nuevos problemas que requieren nuevas soluciones, no las mismas de hace treinta años atrás.

También se debe considerar que todavía estamos bastante lejos de una verdadera industria del cine. Si no existe una industria que produzca regularmente películas, tampoco existirá demanda de espectadores. Una industria del cine tiene sus ventajas, no solo porque ofrece trabajo a una serie de profesionales, desde actores, actrices, realizadores, pasando por el trabajo de guionistas, sonidistas, luminotécnicos, así como forma productores cuyo “business” es buscar financiar películas; sino también permite continuidad y por ende perfeccionamiento de los que están dentro de la actividad. La única manera de conseguir un buen director, un buen actor o un buen técnico es en la práctica continua. Es la única forma de aprender a ejercer un oficio y el cine no es la excepción. Retrotrayéndonos treinta o más años en el pasado, cuántos jóvenes se han quedado con solo “una película”. Fue su debut y despedida; o jóvenes actores que luego se dedicaron a otra cosa por falta de oportunidades. El cine artesanal que se practica acá, muchas veces en heroicas condiciones, no facilita esa continuidad, pese a que la tecnología antes aludida ha permitido disminuir dramáticamente costos.

La industria del cine necesita obligatoriamente apoyo efectivo del estado. No soy muy amigo de las intervenciones estatales, pero para crear las condiciones de una industria y un mercado del cine peruano se requiere el apoyo efectivo del estado, por lo menos en sus inicios. No solo una política cultural clara y precisa, sino también una decidida voluntad política y una norma promotora más o menos proteccionista del cine nacional como el derogado DL 19327, subsidiando películas o incentivando vía premios. La industria del cine no nacerá única y exclusivamente por obra y gracia divina del mercado. Esa es otra verdad de Perogrullo. (Y para evitar que les de un ataque de nervios y soponcios a los neo liberales nativos, cuando afirmo apoyo efectivo del estado obviamente no me lo imagino creando empresas públicas, expropiando las taquillas o nacionalizando las salas de cine. Pueden estar tranquilos).

Lo cierto es que el mencionado DL era una norma promotora y proteccionista que permitió el desarrollo del cine nacional. Toda una generación de cineastas, algunos vigentes hasta la fecha, se nutrió y creció al amparo de la 19327; y si bien las condiciones sociales y económicas actuales son otras, algo se puede hacer desde “el ogro filantrópico”: los ya mencionados premios (a los que se deben incorporar ciertos condicionamientos), subsidios directos o indirectos a filmes nacionales, cuotas de pantalla a cambio de incentivos tributarios, proyección de cortos antes de la función principal y, por supuesto, salas de “exhibición cultural” financiadas por el estado. Los cine clubs cumplían en parte esa función, pero desparecieron. Hay otras cosas que se pueden hacer con racionalidad y proyección a mediano y largo plazo.

Y, a nivel de estructura del estado, creo que debemos volver a un organismo autónomo del cine. Con la creación del Ministerio de Cultura, los asuntos relacionados al cine pasaron a una difusa y burocrática dirección, cuyos funcionarios estaban más entusiasmados en peleas, zancadillas y puñaladas de unos contra otros que en fomentar una auténtica cultura cinematográfica y audiovisual. Creo que lo más idóneo sería una institución con plena autonomía administrativa, competencial y financiera, y si es posible con facultades de asociación público-privadas, tanto mejor.

Vuelvo a la pregunta inicial, qué hacemos para que el público local “regrese” a ver películas peruanas. Confieso que no existe una respuesta única, pero algo debemos hacer desde el estado y desde la sociedad para que el respetable se interese por el cine que se hace en su terruño. Quizás lo que decía Domingo Faustino Sarmiento no esté lejos de la respuesta o como parte de la respuesta: la educación del soberano.

El cine cumple la función que en el siglo XIX cumplió la novela: es el espejo en que nos vemos como nación y en el cual nos ven los de fuera. Tiene un papel ideológico, cultural, propagandístico, económico, social y por supuesto artístico. Ojalá algún día lo veamos cristalizado.
Eduardo Jiménez J.
ejjlaw@yahoo.es