La discusión sobre si
es constitucional o no que la primera dama postule a la presidencia me hace
recordar las polémicas en los años noventa sobre si era legal o no la segunda
reelección de Fujimori. Como en aquella oportunidad existían interpretaciones a
favor e interpretaciones en contra, a gusto del cliente. Y, como aquella vez,
funcionarios solícitos en complacer al gobernante de turno. Solo que
ideológicamente, ahora, los actores de esta tragicomedia son otros: ya no son
los de la derecha los más entusiastas en buscar justificaciones al poder, sino
los de la izquierda.
Un académico de
izquierda, conocido constitucionalista de una universidad católica y hoy embajador político en la península ibérica, otrora
furibundo denostador de la reelección fujimorista, se ha convertido, por no se
qué magia o hechizo, en un servil intérprete de los deseos de la pareja
presidencial. Sin rubor en la cara
afirma que para él es inconstitucional que se impida a la primera dama postular
el 2016. Faltaba más, para eso están los escuderos, para proteger a las damas.
En el camino, una
alcaldesa desubicada y franelera, que transitó por el calvario de la
revocatoria, por congraciarse con el dúo presidencial no dudó en sacar lustre
con su blasón aristocrático -aquel que todavía cree que todas las mujeres
de San Juan de Lurigancho nacieron para
lavar la ropa de las señoras de La Molina- y dejar sentado su beneplácito en el
asunto. Oiga Usted, para que otra cosa no habrá sido designada por Dios y los
astros la parejita de marras, sino para salvar al Perú.
Tiempos revueltos la
verdad, donde un sector de la izquierda “progresista” busca congraciarse con el
gobernante de turno, dizque por su izquierdismo, lo cual al parecer relativiza
los principios defendidos con tanto ardor en el pasado y “limpia” cualquier
mancha de encubierta reelección, sin importarle un pepino que en el camino se
lleve de encuentro la precaria institucionalidad levantada en estos años.
Aunque nunca sabremos
si el denodado entusiasmo es amor al
chancho o a los chicharrones; o para ser más claros, si el motivo de tanta
obsecuencia es por desinteresada convicción o más bien es a cambio de apoyo
político en unos casos y en otros por no querer soltar la mamadera del estado.
Decir, como han sostenido
sin nada de vergüenza varios “constitucionalistas”, que el impedimento de
postular a la primera dama es “inconstitucional” porque no se encuentra
expresamente prohibido en la carta magna; es como deducir que la prohibición de
pasarse la luz roja de los semáforos es también inconstitucional porque no se
establece en la carta política y esta prohibición atenta contra el libre
tránsito. Con el mismo intrincado razonamiento, todas las normas, de cualquier
clase o naturaleza, deberían encontrarse dentro de la ley de leyes, para que sean “constitucionales”. Ni el doctor Malzón
Urbina hubiese elaborado tan surrealistas argumentos.
Y no se crea que los
académicos-embajadores o las alcaldesas son los únicos en pasar la franela. Se
encuentran también los funcionarios del estado de primer nivel, aquellos que
representan a una entidad pública. Como aquel que le gusta las
“interpretaciones auténticas” y preside un importante órgano electoral, y vía
una interpretación media retorcida, de esas que tanto nos gustan a los
abogados, ha autenticado el intríngulis de la legitimidad de la postulación. O
alguno de “los guardianes constitucionales” que se ha mostrado muy receptivo a
la postulación presidencial de la primera dama, manifestando alegremente su
“conformidad constitucional”. A este paso ya no se van a autodenominar
“guardianes constitucionales” sino simplemente “guachimanes de la presidencia”.
A veces creo que
compiten entre ellos para ver quien dice el peor disparate de la semana. Ya no
hablemos de los congresistas. Estamos acostumbrados a sus boutades que ni nos llama la atención lo que dicen, como la de
aquel congresista oficialista, muy afecto a los aquelarres, que también terció
a favor de la candidatura de la primera dama, no se si por congraciarse con el
poder tras la pérdida de una cara vicepresidencia por una vulgar y lobista cena
o por simple figuretismo. Parece que las brujas todavía no lo dejan en paz.
Mientras tanto, en el
ínterin y como deshojando margaritas, nuestra primera dama no dice ni sí ni no.
Se va por la liebre cada vez que le preguntan sobre tan espinoso tema. Y es
hidalgo reconocer que cada vez lo hace mejor, a tal punto que hasta resulta un
encanto verla sonreír, mostrar sus dientes de conejito y decir alguna frase
tipo “yo solo ayudo a mi marido” o “tengo tres hijos que atender”. Realmente
encantadora.
No se, pero todo esto
me hace sentir un sabor a deja vu,
algo que ya vi en otro tiempo, en los años noventa para ser preciso, solo que
con otros actores. Hablando cinematográficamente, podemos decir que es un remake. Solo que los remakes casi
siempre son malos y este no parece ser la excepción.
Esperemos por el bien
del país que la sensatez retorne, que los académicos-embajadores vuelvan a
estudiar sus textos constitucionales, que las alcaldesas puedan gobernar mejor
una ciudad tan compleja como Lima, y que los funcionarios de alto (o bajo)
nivel en vez de pasar la franela pongan más celo en cimentar sus instituciones.
Creo que así invertirían mejor el dinero de todos los peruanos que se va en sus
nada desdeñables emolumentos.
Eduardo Jiménez J.
ejjlaw@yahoo.es