Wednesday, May 29, 2013

A DIEZ AÑOS DEL GOBIERNO DE LOS K

Si bien aprender de los errores ajenos es poco común –casi siempre aprendemos más de nuestros propios errores- no está demás mirar la situación de Argentina a diez años del gobierno de los Kirchner, con reelección conyugal incluida.

Quizás ahora Argentina se encuentra mucho pero mucho más lejos de despegar hacia el desarrollo que hace diez años atrás: con una economía hipertrofiada, inflación elevada, escasez de divisas y una serie de corrupciones gubernamentales mayores la hacen parecerse más a un país del tercer mundo que a uno europeo como alguna vez se creyó.

La corrupción es democrática (algo bueno trajo “la revolución” de los Kirchner): va desde los funcionarios de los estamentos más bajos del gobierno y asciende hasta las altas esferas. Cada vez es más insistente el rumor de enriquecimiento sin causa aparente de la pareja presidencial, a tal punto que el patrimonio conyugal ha crecido más de diez veces desde que asumieron la presidencia; mientras la mayoría de los argentinos se empobrece día a día.

Esa es una de las aristas de los gobiernos autocráticos: la pobreza de los ciudadanos y la riqueza de los que están en el poder; y, para silenciar las denuncias, persiguen a los acusadores, les colocan mordaza, expropian las empresas o los desaparecen.

En diez años de gobierno de los K se estatizaron empresas que ahora se encuentran en pérdida, expropiaron los fondos privados de pensiones (como decimos los peruanos “se los tiraron”), han impuesto mordazas más o menos sofisticadas a la oposición, no permiten que se divulguen porcentajes del alza del costo de vida que no sean oficiales y han sometido al Poder Judicial y a otras instituciones que los puedan controlar.

Va a ser difícil que salgan del hoyo los argentinos. Van a tener que reconstruir su riqueza, respetar las libertades de la persona y buscar consensos nada fáciles. Quizás Cristina se vaya (con sus millones) pero dejará un país sumido en el atraso, el oprobio y la desgracia.

Si de algo nos sirve la historia ajena, aprendamos de Argentina y que nada bueno resulta cuando una pareja conyugal se sucede en el poder, al final es una autocracia que trae más pobreza, corrupción y atraso al país. Por eso los peruanos debemos estar alertas ante los intentos de cierta pareja que quiere repetir la misma historia.
Eduardo Jiménez J.

Monday, May 13, 2013

ASU MARE O EL INTENTO DE HACER CINE COMERCIAL EN EL PERÚ


El éxito obtenido por el filme peruano Asu mare ha permitido retomar la vieja polémica entre liberales y proteccionistas sobre la mejor forma de ayudar a que se consolide y despegue el cine peruano.

Los primeros sostienen que debe ser el mercado el que -a través de su “mano invisible”- determine que películas se deben hacer y ver, y cuáles no, sin necesidad de la intervención estatal vía premios o subsidios a proyectos de filmes nacionales, exhibiendo como el ejemplo por antonomasia el filme Asu mare, con más de dos millones de espectadores en las primeras semanas de su proyección, habiendo destronado nada menos que a temidos blockbusters como La era del hielo.

Los segundos, en cambio, creen que el estado de todas maneras debe intervenir dado que existen filmes cuya temática o estilo no se condice con un público mayoritario, por lo que de no existir apoyo estatal difícilmente se podrían realizar. Sustentan fácticamente su posición en los diversos premios obtenidos en el extranjero por películas peruanas cuya convocatoria de público no necesariamente es amplia.

De cierta manera, esta vieja polémica se puede reducir a que los librecambistas afirman que para hacer películas rating manda, mientras los segundos sostienen incentivos estatales primero. No es necesario ser demasiado zahorí para saber cómo quedó la televisión nacional de señal abierta que abrazó ardorosamente el dictum rating manda. Algo similar pasaría con el cine. Tendríamos un espectro de comedias chabacanas, calatas por doquier o dramones insufribles. Pero los proteccionistas que llevan al extremo su posición igualmente se confunden con el mercantilismo llano y puro, con una suerte de lobismo cultural donde un pequeño y cerrado grupo de elegidos determinaría vía premios, cuotas de pantalla, subsidios estatales y otras sinecuras adicionales sufragadas con dinero de todos nosotros qué películas merecen apoyo del gobierno y qué películas no, teniendo a “papá Estado” como el garante que evite la competencia de fuera. Esta posición llevada a la radicalidad también nos traería perjuicio.

En principio que el éxito de Asu mare es atípico, por lo que no se presta a ser un ejemplo emblemático de la producción del cine nacional. Su éxito se debe a causas extraordinarias como el carisma del actor principal, el ser este ampliamente conocido y el costumbrismo limeño reflejado en el écran. Es más, hasta donde sabemos, los productores hicieron un trabajo previo de marketing a fin de asegurar la concurrencia a las salas. Es muy difícil que ese mismo éxito se repita en otras cintas peruanas por más que intenten ser comerciales, como ya ha sucedido en el pasado. (O lo que es peor: copien el estilo y la temática de Asu mare).

Incluso su temática explica gran parte del éxito obtenido, al tocar el delicado tema de la mujer sola que debe sacar adelante un hogar, hecho muy evidente de nuestra realidad y que, estoy seguro, ha tocado las fibras íntimas de más de un espectador. Si bien la madre soltera es más evidente en los sectores populares, se repite también en las otras capas sociales. El tomar a broma hechos que son de naturaleza dramática como que produce una catarsis colectiva. Luego de visionar la película el espectador se siente más aliviado de una carga emotiva que lleva muy adentro. Y si la madre del protagonista es el objeto de sus bromas, es también un homenaje indirecto a quien lo ayudó a formarse como hombre, quizás con mano de hierro como lo cuenta, pero necesaria al fin y al cabo.

Con el fenómeno de Asu mare bien se aplica el adagio una golondrina no hace el verano. No obstante, su producción puede servir de inspiración para otras películas nacionales que intenten apostar por el cine comercial. Un estudio previo de marketing, un buen guión, el contar con estrellas conocidas en el medio o no descuidar la labor técnica-profesional son elementos indispensables. Lo ideal sería que se replique su éxito a fin de consolidar una industria nacional del cine con mayor producción de filmes que los seis u ocho al año que se ruedan usualmente y que -como señalamos en otro artículo- permitiría continuidad y ejercicio en el oficio, así como fuentes de trabajo estables, con personas que se podrían dedicar íntegramente al cine.

Pero, para que exista un mercado del cine peruano requiere de la presencia del estado. Nos guste o no, la mano del mercado por si sola no va a consolidar un cine nacional; hacen falta políticas culturales claras y precisas, voluntad política e incentivos llevados con prudencia y efectividad, por lo menos en los inicios, así como apoyar “el otro cine”, el que no congrega grandes multitudes pero que es parte de nuestra realidad.
Eduardo Jiménez J.

Monday, May 06, 2013

¿VA EL GOBIERNO DE OLLANTA HUMALA HACIA LA GRAN TRASFORMACIÓN?


Es difícil afirmar o negar si el gobierno de Ollanta Humala, por los últimos hechos ocurridos, ha iniciado un viraje hacia el estatista programa de gobierno inicial llamado “La gran trasformación”, documento de fuerte raigambre velasquista.

No me parece que el tema vaya por cuestiones programáticas (retomar la gran trasformación), ideológicas (recuperar el nacionalismo velasquista) o principistas (resurgimiento del “corazoncito chavista” del presidente), sino creo va por el lado pragmático.

Es cierto que el contexto en que se anunció la compra de los activos de Repsol no podía ser menos afortunado: el aval que Perú otorgó a las controvertidas últimas elecciones en Venezuela, la presencia del propio Ollanta Humala en la asunción a la presidencia de Nicolás Maduro, así como la sempiterna ambigüedad de la reelección conyugal. Síntomas que el gobierno de Humala abandonaba la hoja de ruta para abrazar la gran trasformación e iniciar un viraje a la autocracia al estilo venezolano.

Creo más bien que el anuncio de la posible y luego negada compra de los activos de Repsol son “globos de ensayo” a fin de pulsear cómo tomaría la sociedad propuestas que son francamente discutibles (la herramienta legal ya estaba lista con la publicación de un controvertido decreto supremo que facilitaba la operación). En cierta forma es poner una agenda en debate público y determinar el grado de apoyo o rechazo que propicia. En este caso fue más lo segundo que lo primero; por lo que, como sucedió con otros intentos polémicos de la pareja presidencial, retrocedió en su intención, como lo dejó entrever la primera dama y días después fue ratificado por los funcionarios de Petroperú. Y retroceden porque más importante que poner en debate una política de estado (su rol empresarial) es el intento de reelección encubierta, el cual a ningún costo debe sufrir un desgaste de capital político, y la pareja presidencial se dio perfecta cuenta que el tema de la compra de los activos de Repsol era un tema que tendría un alto costo político, así como puntos en la aceptación ciudadana. Por eso retrocedieron en el intento de comprar la refinería La Pampilla y los grifos.

Pero, ¿era viable una compra de los activos de Repsol y volver al rol empresarial del estado?

Personalmente no me opongo al rol empresarial del estado, incluso me pareció un grave error el privatizar los activos de Petroperú en los años noventa y no repontenciar o ampliar la empresa a través de asociaciones público-privadas y, de paso, regular el precio final de la gasolina, uno de los más caros de la región. El rol empresarial del estado, bien hecho, es positivo, como sucede en distintos países capitalistas. Lamentablemente en Perú la historia de las empresas públicas fue nefasta por el uso político de los gobiernos de turno (“caja chica” del gobierno central y fuente de empleo para los incondicionales del régimen) y el correlato poco técnico propició que gran parte de la deuda pública fuese causada por las empresas del estado deficitarias, generando la hiperinflación que conocimos a fines de los ochenta y déficit público (las cuentas del estado “en rojo”).

El manejo poco técnico de las empresas públicas obedece a la escasa institucionalidad del estado peruano, a diferencia de países como Chile o Colombia. La poca institucionalidad propicia que el gobierno de turno use las empresas estatales para fines políticos. Por eso fueron creados “los candados” que la propia Constitución Política establece en su régimen económico (subsidiario rol empresarial del estado y solo por ley expresa). No fue únicamente por el ambiente neoliberal que se vivió en el momento de la promulgación de la carta del 93, sino por la pésima experiencia empresarial del propio estado en los años setenta y ochenta.

Si no existe institucionalidad y prima la voluntad del gobernante de turno, siendo un poco mal pensado, es fácil deducir que se quiere o se quiso tener un manejo político de un bien con volatilidad política como es el petróleo. Comprando la refinería de La Pampilla y teniendo grifos a disposición, el estado iba a tener un control casi absoluto del precio final de la gasolina y el GLP. Y teniendo un precio final de la gasolina y el GLP este se puede subsidiar (cumplir, por ejemplo, con la promesa de la campaña humalista en primera vuelta del balón de gas a doce soles), teniendo satisfechos a todos: los ciudadanos, aumentando así la simpatía electoral para una posible candidatura de la primera dama; los propietarios de Repsol que se llevan cuatrocientos millones de dólares sin invertir un sol en la modernización de La Pampilla a la que estaban obligados; y las AFP que son accionistas minoritarios y podrán respirar tranquilos al tener cerca a “papá Estado” para que se haga cargo de los pasivos de la empresa. Es lo que en jerga política se conoce como “socialización de las pérdidas”: el estado es “bueno” e interviene para hacerse cargo de las pérdidas de las empresas privadas a costa de todos los contribuyentes.

Justo existe un aspecto donde no se ha puesto demasiado énfasis, el de los accionistas minoritarios como son las AFP que poseen cerca del 21% del paquete accionario. El asunto es que han invertido en una empresa deficitaria dinero de los aportantes, de todos los cotizantes a las AFP, y si la empresa no marcha bien quienes van a sufrir el castigo son los trabajadores al tener una pensión mucho menor al momento de jubilarse (el sistema privado se sustenta en un portafolio que obtiene dividendos o pérdidas, dependiendo cómo se invierta el dinero de los trabajadores). Las AFP han tenido un silencio cómplice hasta el momento, como esperando que el estado intervenga para reflotar la empresa y verse librados de tener que aportar para la modernización de la planta.

Asimismo Repsol estaba obligada a la modernización de La Pampilla el 2006, obligación que no satisfizo, incumpliendo el contrato suscrito con el estado y, peor aún, el estado vía sus organismos competentes no apercibió a Repsol para cumplir con la modernización de la planta, inversión cercana a los mil millones de dólares. Consiguientemente, y para variar, el propio estado también se encontraba en falta. Pero, según datos confiables, Repsol es una empresa que se encuentra en pérdida, cercana esta a los setecientos millones de dólares, por lo que la compra sería no solo de sus activos sino también de los pasivos, costándonos la transacción humalista a todos los contribuyentes unos dos mil millones de dólares, cinco veces más que los cuatrocientos inicialmente anunciados.

Comprando La Pampilla el estado habría “ayudado” a Repsol, al comprar una empresa deficitaria y que por añadidura incumplió sus compromisos contractuales de modernización de la refinería, ayudaría a las AFP que tampoco cumplieron con guardar parte de los dividendos ganados para la modernización de la planta y tendría el control del precio final de la gasolina y el GLP para fines políticos de cara al 2016. Todos felices, todos contentos, pero a costa de todos los peruanos.

Ollanta Humala y su esposa no van hacia la gran trasformación, mucho menos se están alineando con la órbita chavista (habría que ser ciego político para hacerlo en estos momentos), su fin es más prosaico, más pedestre: perdurar políticamente más allá del 2016, hecho que no creo lo logren para bien de la democracia peruana.


P.D.: Réquiem para Javier.-
Como todo hombre cometió errores, de los políticos y de los otros; pero su integridad como persona y entereza para la denuncia al costo que fuese posibilitó que el Parlamento cumpla con una de sus funciones esenciales: la fiscalización. Los últimos meses fue víctima de una poco oculta venganza política que le valió una suspensión que una jueza determinó que había violado el debido proceso. En fin, ya no pudo regresar al escenario de tantos apetitos y trifulcas. Se está yendo la gente de valor, la que todavía creía en los ideales como Armando y Javier, y quedan los otros. Signo de los tiempos.
Eduardo Jiménez J.
ejjlaw@yahoo.es