El pronunciar un
discurso sin sorpresas es bueno, en el sentido que nos aleja de anuncios
cataclísmicos, de parteaguas polarizantes como el anuncio de la estatización de
la banca en el primer gobierno de García o los confrontacionales discursos de
Fujimori contra los “políticos tradicionales” en los años noventa. En ambos
casos, la confrontación pura y dura cavó las tumbas políticas de los dos ex
presidentes. En el caso de García le costó años de ostracismo y a Fujimori la
cárcel.
Pero si el no anuncio
de decisiones apocalípticas, así como continuar con lo positivo de sus
antecesores en el cargo, nos aleja de la inmadurez y los complejos de Adán; un
discurso de recuentos y buenas intenciones vacías como que no satisface las
expectativas. Se parece a esos sánguches light que son vistosos pero no llenan.
Algo de eso pasó al escuchar este 28 de Julio al presidente Humala comenzando
su tercer año de gobierno.
Por lo general cuando
no se dice nada puede deberse a dos supuestos: u oculta algo muy secreto y no
lo quiere divulgar, por lo que “distrae” con actitudes intrascendentes; o
sencillamente no tiene nada que decir. Creo que en el caso de nuestro
presidente fue lo segundo.
El cambio de la gran
trasformación a la hoja de ruta y luego a la gran continuación (o gran
decepción como otros la califican) fue tan vertiginoso en el ahora presidente
Humala que cuesta creer en cambios tan radicales y sinceros producidos en tan
corto tiempo. Un cambio tan radical y rápido como, por ejemplo, el supuesto
improbable de ver de la noche a la mañana a Lourdes Flores exhortando a sus
huestes a incendiar la sede central del Banco de Crédito o de la Confiep. Difícil
de creer.
Pero a Ollanta Humala
creo le sucedió lo que a muchos otros presidentes de izquierda en el
continente: perdió su autenticidad cuando llegó al poder. El libreto propio fue
sustituido por otro, el cual no le convence mucho ni a él cuando lo dice ni a
su auditorio cuando lo escucha, pero lo debe seguir si quiere mantenerse en el
poder. Por ello, cuando de vez en cuando le sale su “corazoncito chavista” se
aprecia al Humala auténtico, al nacionalista que quiso comprar Repsol o
estatizar la economía como único camino al desarrollo. Es el Ollanta Humala que
tiene como inspiración directa la prédica revolucionaria del general Velasco,
el Humala que estoy seguro se conoce de memoria los discursos del “general de
los pobres”. Ese es el Humala más natural, el que de vez en cuando “sale del
closet” y vuelve a meterse cuando arrecian las lluvias de críticas. Y, salvando
las distancias y los personajes, lo mismo le pasaría a Gregorio Santos o al
Padre Arana en el muy improbable caso que lleguen a la presidencia de la república:
una vez en el poder estarían tratando de persuadir sin mucho éxito a sus
seguidores que la ortodoxia económica y el dejar hacer del mercado son los
mecanismos idóneos para el desarrollo (y de refilón exclamarían que “Conga
va”).
Esas contradicciones
entre “el antiguo y el nuevo Humala” lo agarran en el tercer año de su gobierno
sin convencer demasiado en su nuevo papel de custodio del establishment y
guardando en el desván de los recuerdos al antiguo e incendiario personaje
antisistema. Lo malo es que lo coge en un momento donde el “piloto automático”
de la economía no va a ser suficiente, donde los poderes fácticos están
pendientes de cautelar sus intereses al menor desvío del presidente, y con un
peligroso aislamiento político que lo puede hacer cometer graves errores. Y son
tres años los que tiene por delante.
Por lo visto, la gran
trasformación está enterrada y difícilmente va a resucitar; pero la gran
continuación tampoco lo va a ayudar mucho.
Eduardo Jiménez J.
ejjlaw@yahoo.es
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