Thursday, September 12, 2013

CHILE, 11-S

Hace exactamente cuarenta años se produjo una de las más brutales dictaduras en América Latina, una de las últimas al viejo estilo, cuando “al imperio” no le gustaba algún gobierno de corte izquierdista.

Salvando distancias, el gobierno de Pinochet es un parteaguas de la sociedad chilena, como el gobierno de Francisco Franco lo fue en España: Uno puede estar a favor o en contra, pero difícilmente se puede ser neutral. Ello sucede en Chile y fuera de Chile.

Curiosamente las huellas del “estilo Pinochet” van más allá de su existencia física: el modo de vida consumista de la sociedad chilena, la apertura liberal en economía, la privatización de muchos servicios, y en un plano jurídico-político, la Constitución que aprobó, la que, con leves retoques, se mantiene hasta el presente.

La privatización en la educación ha dado lugar a múltiples protestas de los estudiantes; a pesar de ello se mantiene intocable, aunque la candidata Bachelet promete revisar el asunto, lo que no hizo cuando fue presidenta. Igual sucede con el espinoso tema de la Constitución Política. Los chilenos están en un debate similar al que tuvimos nosotros tras la caída de Fujimori. “Refundar la república”, “un nuevo pacto social”.

Pero más allá de nuestros gustos o antipatías lo cierto es que la desigualdad entre ricos y pobres es grande en Chile y ningún gobierno ha querido comprarse el pleito de una reforma que pasa necesariamente por la forma de tributar de los que más tienen.

Otro problema social que enfrentan los chilenos es la reforma del sistema previsional, modelo que nosotros “importamos” del sur. Ya se cuestiona un poco el modelo que sirvió de alternativa al sistema público, como que requiere ajustes y, quien sabe, de repente hasta comenzar a debatir el reforzamiento del sistema público solidario, sobretodo a la luz de un hecho que ensombrece Europa: los viejos viven más y no hay muchos jóvenes que reemplacen a los que dejan la actividad laboral. El sistema previsional privado por si no resuelve ese problema, ni lo puede resolver, por lo que requiere de algo que no gusta mucho a los neoliberales: mayor Estado.

Sería interesante que también se revise otro mito chileno: el del “despegue al desarrollo”, el del inminente “salto” al primer mundo. Con cifras tan abismales de desigualdad difícilmente un país puede considerarse del primer mundo, menos estando en democracia.

Chile cuarenta años después del golpe es un espejo donde podemos mirarnos, valdría la pena no ser tan entusiastamente optimista y ver los graves defectos que tiene la sociedad chilena post Pinochet. Los propios chilenos ya lo están haciendo.

Eduardo Jiménez J.

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