Saturday, October 19, 2013

DISCRIMINACIÓN POLÍTICAMENTE INCORRECTA

La multa de S/. 370,000 nuevos soles impuesta por Indecopi a la Discoteca Gótica por discriminación es quizás una de las más elevadas e indica que “lo políticamente correcto” ha sentado definitivamente sus reales en el Perú (o en parte de él).

 Es cierto que en un país como el nuestro el Estado debe tener políticas claras y draconianas contra todo signo de discriminación, sea discriminación racial, de género, étnica, de opción sexual, religiosa, económica, social o de cualquier otra índole. No basta con las declaraciones líricas, sino hechos ejemplarizadores concretos como el de la multa a la Discoteca Gótica; sanciones que emitan “señales” que esos actos se encuentran vedados y permitir materializar cada vez más la entelequia o ficción legal que “todos somos iguales ante la ley”.

 Sin ir muy lejos, hace poco estuve en una diligencia en una institución del propio estado (el Ministerio Público) y pude constatar que a un ciudadano que se notaba de origen humilde, rasgos andinos y de castellano poco fluido, casi no lo dejan entrar (tenía también una diligencia). Ni el vigilante ni los funcionarios de la Fiscalía se mostraron solícitos con el recién llegado sino todo lo contrario, y le pidieron mil y un documentos, terminando la funcionaria pública a cargo de la inspección con un lacónico y despectivo “que espere”. Así estamos en el Perú de hoy.

 Pero mi reflexión apunta hacia otro lado. ¿No estaremos perennizando una “verdad única” y “discriminando” cualquier idea diferente? Es decir, en aras de lo “políticamente correcto” ¿no estaremos virando hacia el otro extremo y segregando cualquier diferencia incómoda? O, en otras palabras, ¿no estaremos exagerando con respecto a esa verdad unívoca?

 Algo de ello sostenía Umberto Eco en un artículo con respecto a Estados Unidos, donde si un profesor blanco desaprueba a un alumno negro puede ser tildado de racista. Philip Roth tiene una novela al respecto, La mancha humana, sobre estas cosas que ocurren en el país del norte, donde un respetado profesor universitario sufre todo un calvario y la expulsión de su centro de enseñanza, supuestamente por haber dirigido un comentario racista a unos estudiantes negros. Incluso por allá no se puede aludir al color de piel como “negro”, sino con el eufemismo “de color”.

 Creo que esa moda de lo políticamente correcto está cimentándose en nuestro país. No solo por la fuerte multa (que se la merecía la discoteca de marras), sino por la suerte de “confesión de culpa” que debe hacer pública. Algo así como cuando en épocas pasadas el inculpado abjuraba de un credo religioso inspirado por Satán para abrazar “el verdadero”; o cuando en las purgas estalinianas “el traidor” abjuraba de desviacionismo ideológico inspirado por “el diablo de Trotsky” para abrazar el credo “verdadero” de Stalin. Es que la resolución contra la discoteca la obliga a un mea culpa en toda la regla:

 "Gothic Entertainment S.A. informa al público en general que en la discoteca "Gótica" se encuentran prohibidas todas las prácticas discriminatorias a consumidores por cualquier motivo, incluyendo distinciones injustificadas por origen, raza, sexo, idioma, religión, opinión, condición económica, opción sexual o cualquier otro motivo".

 Me arrepiento de mis pecados, abjuro de estos y a partir de la fecha “me voy a portar bien” y abrazar la “verdad oficial”. Algo de eso se percibe en el citado anuncio que debe colocar la discoteca sancionada en su página web y a la entrada de su local. Como que la intolerancia está virando hacia el otro extremo, y todo extremo es peligroso.

 ¿Qué pasaría si un establecimiento es discriminatorio explícitamente? Ejemplo: una discoteca exclusiva para gays, lesbianas o transexuales que expresamente no admite heterosexuales. ¿Estará obligada a aceptar un heterosexual que quiera ingresar? O un restaurante-bar exclusivo para mujeres. ¿Deberá aceptar hombres bajo pena de discriminación? O vayamos a un ejemplo menos extremo: una universidad de confesión católica, ¿deberá estar obligada a permitir el ingreso de un alumno de religión evangélica o tomar los servicios de un profesor ateo o por lo menos agnóstico, bajo pena de ser discriminadora? Yo soy agnóstico y docente universitario por añadidura, y si una universidad no me contrata porque exige profesores de una determinada confesión, que vayan a misa todos los domingos, se confiesen y comulguen regularmente, sus padres hayan contraído matrimonio religioso y tenga pedigrí ciento por ciento católico, no me sentiría discriminado. Es más, no postularía jamás a una universidad así, aunque entienda su postura confesional. 

Dejo al lector estas inquietudes. Si bien luchar contra la discriminación es bueno y se debe hacer en todos los niveles de la sociedad y del estado, caer en los excesos no es prudente. Todo exceso es malo y no vaya a ser que terminemos como el recordado personaje de la novela de Philip Roth. 

Eduardo Jiménez J. 
 ejjlaw@yahoo.es