Saturday, November 23, 2013

UNIVERSIDAD, COSA DE LOCOS

No creo que las protestas de, sobretodo, las universidades públicas con respecto al proyecto de ley universitaria que se debate sea solo principista, más me parece obedece a intereses propios, de un sistema de argollas e intereses creados que se ha anquilosado al amparo de la ley vigente.

Pero tampoco creo que una nueva ley “resuelva el problema”. El proyecto que se debate tiene aspectos interesantes como el voto universal para elegir a las autoridades o la necesaria acreditación de las universidades, pero no va al problema de cómo alcanzar la idónea calidad educativa.

El último movimiento de reforma social de la universidad en América Latina data del “grito de Córdova”, hace casi un siglo, cuando la universidad se democratiza y se abre a los sectores medios de aquel entonces, pero el número de alumnos seguía siendo escaso. La universidad pública comienza a crecer en demanda a partir de los años cincuenta del siglo pasado cuando el proceso de modernización y urbanización atrae a sectores sociales postergados que tienen en la educación un vehículo de ascenso social. Por otra parte, frente a este fenómeno de aumento en la demanda educativa, los sectores dominantes no enfrentan el problema desde el gobierno, sino que deciden alentar la creación de nuevas universidades privadas y llevar a sus hijos a estudiar allá, desinteresándose totalmente de las universidades públicas que antaño cobijaron a la elite dominante. Es así que en los años sesenta se produce la primera gran oleada de universidades privadas, ahora ya consolidadas.

En los ochenta el sistema universitario estatal evidencia la crisis –que ya la jalonaba de años anteriores- por la penetración de Sendero Luminoso en las universidades públicas. Complicidades con el terror más que evidentes en muchos docentes, alumnos y autoridades universitarias, lo que unido a la notable baja de la calidad en la enseñanza, politización demagógica, mediocridad y casi nula investigación, coadyuvó a que muchos estudiantes eligiesen universidades privadas y el descrédito de las públicas se mantuviese como un estigma difícil de soslayar.

Y si bien el presupuesto es magro, algunas públicas  que gozan del canon tampoco han hecho grandes esfuerzos por modernizarse. El problema en las universidades públicas no es solo dinero (que es importante), es también competitividad y calidad educativa. Y eso no se consigue solo con una ley, por más buenas intenciones que tenga.

Terminada la etapa terrorista, el problema de la enseñanza pública no se soluciona, sino que se cubre con la facilitación de creación de nuevas universidades privadas. En los años noventa se produce la segunda gran oleada de universidades privadas. Se debió en gran parte a las facilidades para crear nuevas instituciones educativas al amparo de lo que se conoce como “universidades empresas”, es decir entidades de educación superior reguladas como sociedades anónimas; no solo en Lima, sino también en otras ciudades del país. El dictum, conforme a la prédica neoliberal vigente en aquellos años, era que el mercado podía corregir los problemas educativos por si solo aumentando la oferta de los centros de enseñanza, algo que los hechos demostraron no fue así.

A la fecha estas “universidades empresas” se encuentran igualmente consolidadas y han penetrado incluso el poder político con representantes en el Congreso de la República o fungiendo de autoridades ediles o regionales.

Pero el boom universitario privado trajo un hecho importante: muchos alumnos de los estratos medios y populares pudieron acceder a estudios superiores a un precio razonable, lo que bajó la presión por acceder a la pública como fue hasta la década de los ochenta; aparte que las universidades públicas post sendero no pasaron por la necesaria reforma que era necesaria para adecuarlas a los nuevos tiempos. Falta de presupuesto, malas administraciones, conformismo y mediocridad entorpecieron el cambio.

Pero el problemas de las públicas no es solo presupuesto (muchas gozaron y gozan del canon y no hicieron grandes intentos por elevar la calidad educativa), ni tampoco solo elevar el sueldo a los profesores (que se lo merecen, pero debería revisarse la homologación que la vigente ley universitaria establece); sino creo que va más por criterios de competencia y de mejorar los estándares de calidad, para lo cual se haría necesario que los incentivos a las públicas sean otros y obedezcan más a cumplimiento de metas que a simple “pliego de reclamos” como sucede en la actualidad.

Volviendo al fenómenos del crecimiento en número y cantidad de alumnos de las universidades privadas, si lo trasplantamos a términos de oferta y demanda podemos decir que la mayor oferta educativa permitió satisfacer la creciente demanda de los sectores medios emergentes y niveló los precios (traducidos en derechos de enseñanza), existiendo una serie de productos de distinta calidad y precio. Desde uno barato y de dudosa calidad hasta otros más caros pero mejores (aunque en algunos “caros” bien se aplicaría la máxima no todo lo que brilla es oro). El resultado es que existen universidades locales con calidad muy buena, buena, regular y francamente malas.

Asimismo, esta mercantilización hizo cambiar de estatus a alumnos y docentes. Los primeros son vistos como “clientes” por los propietarios de las “universidades-empresa”, dejando de lado el concepto de alumno o, mejor aún, discípulo que debería ser el paradigma en la enseñanza. Mientras los profesores son vistos como simples operarios educativos, “costos reemplazables”, limitando notablemente la libertad de cátedra del maestro. El resultado, grosso modo, ha sido que muchas universidades nuevas sean en el fondo solo colegios o núcleos escolarizados, más no centro de debate de ideas o de investigación.

Que esa gran oferta educativa variopinta deba ser regulada, es necesario. Y acá no valen coartadas apelando a la bendita “autonomía universitaria”. Existen muchas universidades que solo lucran tanto en las universidades empresas como en las “sin fines de lucro”, es cierto; pero también existen las buenas, aquellas que buscan conseguir excelencia académica e investigación.

Un medio de poner orden en la calidad educativa es con la acreditación, pero me temo que como está planteada sea más un formalismo que un sello de calidad. De repente es hora de dar otro paso audaz como en los años noventa, pero esta vez de liberar la oferta educativa universitaria nacional y permitir el ingreso de universidades extranjeras con estándares de calidad. La tecnología ya lo permite para ciertas carreras y es posible ampliarlas. Lamentablemente en ese aspecto las universidades nacionales (públicas o privadas, tipo empresas o sin fines de lucro) se muestran reticentes. La respuesta es obvia: ninguna de nuestras universidades (ni públicas o privadas, ni las empresas o las sin fines de lucro) se encuentra dentro de las quinientas mejores del mundo. Ninguna.

Un poco de competencia haría bien a nuestras viejas y no tan viejas universidades; aunque de repente de aprobar medida tan audaz veamos otras marchas como las vistas anteriormente, apelar de nuevo a la sacrosanta “autonomía universitaria” o hacer lobby a algunos congresistas con fuertes vínculos en el negocio educativo a fin que dicha norma no se apruebe. No sería extraño.
Eduardo Jiménez J.

Saturday, November 02, 2013

FAMILIA Y MATRIMONIO ENTRE PERSONAS DEL MISMO SEXO

La decisión de la Corte Suprema de los Estados Unidos de declarar inconstitucional la ley que exceptuaba de beneficios legales y tributarios a los matrimonios entre personas del mismo sexo otorga un gran impulso a la legalización del llamado matrimonio igualitario.

Ello a su vez permitirá que, tarde o temprano, en distintas legislaciones del mundo se posibilite el matrimonio hasta ahora reservado a los heterosexuales, incluyendo a nosotros (ya se han presentado distintos proyectos de ley en lo tocante a los efectos patrimoniales); culminando así un proceso de reivindicación de derechos por parte de las minorías sexuales que por lo menos lleva cincuenta años desde la revolución contracultural de los años sesenta.

En los años sesenta era impensable que se reclamase “el matrimonio gay”, dado que hubiese significado una aberración al ambiente de libertad sexual respirado en aquellos años. La reivindicación del matrimonio entre personas del mismo sexo vendrá mucho después y en cierta manera representa la institucionalización de un grito de libertad o si se quiere “el ingreso a sociedad” de las minorías que antaño reclamaban su libertad sexual.

Precisamente la reivindicación de distintas opciones sexuales nace en contraposición a lo establecido, es decir el matrimonio y la familia tradicional. La opción de libertad sexual en sus inicios busca minar y cuestionar las formas tradicionales que adquirió el matrimonio y la familia a través de milenios y que encontró en el cristianismo quizás la forma sacrosanta de legitimación más sólida desde el punto de vista ideológico (la reproducción de la especie bendecida por la Iglesia), lo cual pervivió más allá de la etapa liberal de laicización del estado.

Desde ese punto de vista ni la familia ni el matrimonio han muerto, más bien producto de una serie de factores sociales y económicos se han adaptado instituciones diseñadas con otra finalidad y para personas de géneros distintos; asumiendo las minorías excluidas derechos y deberes propios de las mayorías.

Podemos decir que es la historia que se repite como en otros reclamos ahora ya consolidados. Fue el caso de las sufragistas de inicios del siglo XX que pedían derechos políticos para la mujer o el reclamo por los derechos civiles de las minorías negras y latinas a mediados del siglo pasado. Son procesos históricos por los que grupos marginados van accediendo a los derechos de los que antaño se encontraban excluidos y que solo los detentaba un grupo social, étnico o religioso.

Por eso ni la familia ni el matrimonio como instituciones “han muerto” como sostienen los que se oponen al matrimonio igualitario. Lo que debemos acostumbrarnos en los próximos años y décadas es a tener por vecinos a una pareja del mismo sexo que lleva a sus hijos a la escuela, que discute, que se pone de acuerdo, que vuelve a discutir, que se es infiel mutuamente, que se divorcia o logra salvar su matrimonio. En fin, ni más ni menos como cualquier otro ser humano.
Eduardo Jiménez J.

ejjlaw@yahoo.es