Friday, February 28, 2014

VENEZUELA, ENTRE EL AUTORITARISMO DEMOCRÁTICO Y LA LLANA DICTADURA

El socialismo del siglo XXI era, en esencia, un nacionalismo pan latinoamericano, con un rol importante sustentado en el carisma de Hugo Chávez. Su encanto fue que siempre el discurso parecía más radical que las propuestas económicas: jamás los medios de producción pasaron íntegramente al estado, ni hubo intento alguno por abolir las clases y privilegios sociales, menos eliminar en su país el capitalismo como sistema; amén de usar el petróleo para ganar aliados y conformar la ALBA, con Cuba como una suerte de mentor ideológico y asesor, y “países amigos” como Nicaragua, Bolivia o Ecuador.

Desde el ángulo económico podemos decir que se trataba de un capitalismo de estado, donde el estado tiene una omnipresencia avasalladora, desde regulador o controlador de precios y autorizaciones hasta el rol de empresario público; todo ello sustentado en una economía primaria de exportación de petróleo, mayormente al “enemigo”, encarnado en los Estados Unidos.

El capitalismo de estado demanda ingentes recursos económicos para sostenerse en el poder, así como una clientela leal “comprada” con esos recursos. Es su principal fuerza, pero como veremos más adelante, también su principal debilidad.

Precisamente, el sostén interno del régimen se basaba en el asistencialismo a las clases populares, formando una clientela social adicta al régimen, lo cual implica grandes programas de inclusión gracias al recurso petrolero. Asimismo, debía tener contenta a la cúpula militar con prebendas que le permitan su “lealtad”; prebendas de las que también gozaban los empresarios amigos del gobierno. Paralelo a ello, también se contaba con empleos en la burocracia estatal para los militantes del PSUV, el partido oficialista.

La clientela chavista era y es bastante variada, lo que le ha permitido subsistir por quince años ininterrumpidos en el poder. Si queremos hacer un símil en la región –salvando las notorias diferencias del caso-, quizás lo más cercano es el PRI de México en sus mejores años. Una suerte de corporativismo estatal con penetración en diferentes estratos sociales, así como el ascenso de nuevos ricos, los amigos del régimen que ganan las licitaciones públicas o los propios jerarcas de la cúpula partidaria que manejan los asuntos públicos y que en Venezuela han sido denominados la boliburguesía.

Este sostén social explica en parte porqué la oposición en Venezuela es débil. No únicamente por ser una oposición escasamente articulada y hasta hace poco bastante  fragmentada, sino porque el régimen chavista es bastante fuerte en la sociedad venezolana.

Son los sectores populares, pero también los militares, los nuevos ricos y gran parte del empresariado que no se hace problemas con el recorte de libertades del gobierno o el color político de este con tal de seguir haciendo negocios. A ello se debe sumar que la clase media era más o menos indiferente a estos asuntos hasta que comenzó a padecer la escasez de productos básicos y el deterioro progresivo de su poder adquisitivo.

En lo político-constitucional todos los países chavistas han dado un paso “refundacional” de la nación con la promulgación de una nueva constitución política (este planteamiento “refundacional” también estuvo presente en la gran trasformación del entonces candidato Ollanta Humala) que, sin excepción, contiene una cuasi indefinida reelección del presidente de la república y un vaciamiento de las instituciones democráticas, constituyéndose en democracias autoritarias.

Políticamente es lo más peculiar de estos regímenes: tienen una democracia formal de fachada (elecciones periódicas, nombramientos institucionales, etc.), pero carentes de contenido esencial de democracia representativa (separación de poderes, respeto a los derechos fundamentales de los contrarios al régimen).

Quizás los rasgos más característicos de las democracias autoritarias (o autoritarismos competitivos como también se les denomina) sea un partido dominante en la estructura del estado, que hace uso y abuso de los recursos públicos (compra de lealtades y prensa a su favor, elecciones más o menos amañadas, etc.); y una tolerancia de diferentes grados en la escena oficial de prensa y partidos de oposición, por lo general bastante debilitados y hostilizados por el oficialismo.

Esa es una diferencia esencial entre las democracias autoritarias y la simple dictadura. En esta ya no se permite el accionar de la prensa y partidos de oposición, y se coartan totalmente los derechos políticos de los ciudadanos.

Matices más, matices menos, el modelo de democracia autoritaria desde la orilla de la derecha lo tuvimos en Perú bajo el gobierno de Alberto Fujimori. Ingresó por elecciones totalmente legítimas y, una vez en el poder, trató de perpetuarse, incluyendo reelección presidencial inmediata, cambio de constitución política, “autogolpe”; pero tolerando siempre a prensa y partidos de oposición, con los que incluso “negociaba” favores políticos como se visionó en los llamados “vladivideos”.

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En el campo económico –que es el nacimiento de las protestas que hemos presenciado en Venezuela- el modelo tiene límites. Si bien el partido de gobierno necesita enormes recursos para mantener la lealtad de los grupos sociales que lo apoyan; tenemos también la gran ineficiencia del estado en administrar esos recursos, y la subsecuente corrupción –grande y pequeña- que se produce al manejarlos. Al final tenemos un estado empobrecido, lo cual es paradójico al ser Venezuela un país rico en petróleo, pero que prácticamente tiene que importar todo de fuera, con las correspondientes autorizaciones, permisos y licencias que traban el intercambio comercial. Si un empresario requiere importar un bien de fuera deberá realizar una infinitud de trámites, incluyendo autorización para contar con divisas, y las correspondientes corruptelas para “agilizar el trámite”.

El consumidor final lo que sufre en carne propia es la escasez de bienes en el mercado de precios controlados (lo más pintoresco fue la escasez de papel higiénico en los últimos meses), dando origen a que se encuentre de todo (o casi de todo) en el mercado negro o paralelo a un precio superior para aquellos que pueden pagar esos precios.

A ello se suma la inseguridad ciudadana, con una alta tasa de delitos contra la persona y el patrimonio. Lo más representativo, y noticia que dio la vuelta al mundo, fue el asesinato a sangre fría de una ex reina de belleza en una autopista venezolana.

Deterioro de la economía (inflación, escasez de artículos básicos, déficit público), inseguridad ciudadana (constantes asaltos y robos), recorte de libertades políticas y torpeza en el manejo de los asuntos públicos por el ejecutivo, así como en la relación con la  prensa y partidos de oposición, generó malestar en la sociedad; principalmente los estudiantes universitarios y la despiadada represión policial con el asesinato de cerca de quince ciudadanos, varios de ellos ocasionados por milicias chavistas armadas, sin contar las sistemáticas violaciones a los derechos humanos perpetradas contra los detenidos en las manifestaciones.

Este malestar fue capitalizado por la oposición, principalmente el sector radical encabezado por Leopoldo López, joven político venezolano, cohesionándola en una serie de manifestaciones y protestas contra el gobierno de Maduro
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¿Los disturbios que hemos presenciado significan “el comienzo del fin” del chavismo?

No necesariamente. Las protestas han sido protagonizadas principalmente por jóvenes estudiantes universitarios que pertenecen a la clase media; así también los líderes políticos de la oposición (López, el propio Capriles) provienen de la clase media acomodada, no son líderes que han nacido y se comunican “instintivamente” con el pueblo, como fue el caso de Chávez (y limitadamente incluso del propio Maduro). Son vistos oficialmente como “los ricos” que protestan por habérseles quitado privilegios.

Es cierto que la más incómoda y eje de las protestas callejeras es una clase media acostumbrada a tener de todo a precios subsidiados y que ha sufrido gradualmente el deterioro de su ritmo de vida, incluyendo escasez de productos básicos y pérdida progresiva de su poder adquisitivo debido a la inflación constante que sufren los precios relativos. Pero, como la historia lo ha demostrado también, una clase media puede protestar pero no cambia el curso de los acontecimientos, salvo que se encuentre en una situación excepcional, lo que no es el caso.

Si bien el chavismo ahora está compuesto por varias facciones, la ofensiva externa significó cohesión interna de estas facciones para su supervivencia. Se debe tomar en cuenta que el chavismo tiene los medios políticos y económicos para quedarse en el poder, aparte de una comunidad internacional bastante indiferente con lo que sucede en Venezuela, más allá de los comunicados oficiales de rigor de los gobiernos vecinos “preocupados” por la democracia (la OEA y los organismos multilaterales se han mostrado totalmente pasivos en relación a la situación vivida en Venezuela). Tendría que existir una fuerte fractura interna y un debilitamiento notable del chavismo, la intervención directa de los poderes fácticos como los militares, o una decidida y enérgica intervención de los países y organismos internacionales, para poder especular en el fin del régimen.

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Escenarios que podrían suceder

La situación actual es insostenible. Probablemente veamos en el mediano plazo un reemplazo de Maduro y su facción por otra facción chavista, quizás la de Diosdado Cabello o alguien de su entorno en el ejecutivo; todo dependerá de la correlación de fuerzas que se presente al interior del chavismo, y si la facción rival tiene el respaldo de la cúpula militar.

En lo político, el discurso nacionalista se encuentra agotado. Por lo menos para establecer sólidas alianzas internacionales. En las actuales circunstancias, la ambición de una América Latina antiimperialista liderada por Venezuela es una utopía difícilmente realizable.

Debemos tener presente que el discurso chavista, así como el estilo de hacer política, se sustentaba mucho en el estilo de gobierno del general Juan Velasco Alvarado en Perú, a quien Chávez conoció y quedó admirado de su figura política cuando era un joven cadete. En el caso de Velasco, el discurso nacionalista se agotó precisamente cuando la situación económica se complicaba, algo similar a la venezolana de estos días: inflación al alza, déficit fiscal y el añadido del descontento en la oficialidad castrense.

Este último elemento es el que habría que determinar si existe en Venezuela. Lo cierto es que Maduro no ha podido consolidar su gobierno. No ha ganado legitimidad o consenso entre las demás facciones chavistas, actúa a la defensiva, lo que ha sido evidente en la despiadada represión de las protestas de Febrero.

Al ser inviable una chavistización de Latinoamérica, es probable que de aquí en adelante el gobierno de Maduro, o de quien lo suceda, se concentre más en resolver los graves problemas internos que en alianzas internacionales. Incluso, de existir serias fisuras al interior del partido de gobierno, podría producirse un desprendimiento gradual de la tutela cubana, considerando que parte del sector militar (y también una facción del chavismo) no ve con buenos ojos que una nación con un régimen socialista se entrometa en los asuntos internos de Venezuela.

No podemos especular sobre “un fin del chavismo” en Venezuela, dado que tiene una gran base social en los sectores populares (como en Perú lo tiene el fujimorismo), aparte que el propio Chávez se está convirtiendo en un mito, en una leyenda post mortem que aglutina y cohesiona a seguidores y simpatizantes. Es bastante probable que si el partido de gobierno supera la actual crisis y resuelve con pragmatismo los conflictos internos entre “los sucesores de Chávez”, tengamos un partido consolidado en la escena política venezolana, algo similar al peronismo en Argentina.

En lo económico el tema es más complicado, porque solo existen dos caminos (y sus respectivas variantes): o continúa el proceso de estatización de la economía, llegando al extremo de contar los ciudadanos con “cartillas de racionamiento” tipo Cuba y un mercado libre donde el que tenga dinero encontrará de todo a precios muchos más elevados; o liberaliza la economía, haciendo las correcciones a los desequilibrios existentes, lo cual significaría superar el control de precios y reprivatizar todo lo que había pasado a manos del estado.

Conociendo el sesgo ideológico de Maduro, así como su actuar político, el camino de la liberalización económica es poco probable que lo siga (implicaría un shock económico que lo haría más impopular); por lo que su gobierno podría optar por mayor estatismo. La fórmula intermedia, como reformas tibias, sería poner únicamente “parches” al desborde que se viene, lo que equivale a tomar una aspirina para poder recuperar la salud perdida.

El peor escenario: que el errado rumbo de Maduro, y a fin de consolidar al interior del chavismo su poder, podría ir acompañado de un recorte mayor de las libertades políticas, ilegalizar a la oposición y pasar del autoritarismo democrático al viaje sin retorno de la llana dictadura, camino bastante arriesgado y de pronóstico reservado.
Eduardo Jiménez J.

ejjlaw@yahoo.es

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