Los “héroes” de la
democracia no deslumbran tanto como los de la antigüedad. Es que la democracia,
nos guste o no, es un sistema anodino, sin grandes epopeyas que narrar. Por
eso, llaman más la atención aquellos que “desafían al sistema”, así sea solo de
palabra. O intelectuales que “abracen” algún socialismo, siquiera “el del siglo
XXI”, algo deslustrado últimamente por cierto. Difícilmente un joven quisiera
ser un Jean-François Revel o un Raymond Aron como intelectual, menos un Adolfo
Suárez o un Felipe González como operadores políticos.
Pero fue Adolfo
Suárez uno de los personajes claves para llevar a cabo la transición española,
ese experimento político tan alabado y estudiado en todas partes. El camino
pacífico hacia la democracia, el experimento político que permitía una
transición sorteando los graves peligros iniciales y los poderes fácticos que
se oponían al cambio. Gracias a Suárez y a un pequeño grupo se pudo soslayar
los fantasmas de la
Guerra Civil , tan presentes en la sociedad española. El otro
personaje eje de aquellos años difíciles fue Santiago Carrillo, el viejo
dirigente comunista, luchador de las barricadas en la guerra que partió a
España en dos. Ironías de la historia: un franquista y un comunista de la mano
hacia la democracia representativa. Realismo político que le dicen. El tercero,
de ese inicial grupo minoritario, fue el propio Rey Juan Carlos, figura
gravitante para el cambio y que curiosamente fue formado por el mismísimo
Franco para que después de su muerte conduzca un gobierno que deje las cosas
como estaban.
Gracias a un
derechista reciclado, un izquierdista igualmente reciclado y a un rey Borbón,
se pudo sortear los graves peligros, incluyendo “la noche de los tricornios”,
cuando en 1981 un grupo de policías invadió el Congreso de los Diputados para
intentar regresar al pasado. Otra vez Suárez, junto a Carrillo y al propio Rey
fueron determinantes para develar el motín de los policías. El gesto de Suárez de
no tirarse al suelo a los primeros disparos e increparle a Tejero para que
deponga su actitud fue el gesto heroico, arriesgado, que pocas veces un
político hace. Como decimos nosotros hay
que tener huevos para enfrentarse a un tipo nervioso y con una pistola en
la mano.
El Alzheimer lo hizo
perder los recuerdos de aquellos memorables años. La ingratitud de los
españoles y en especial de la clase política, también. Muerto, se quiere lavar
ofensas del pasado. Imagínense qué político ahora recibe el último adiós de su
pueblo formando colas de más de dos
kilómetros a intemperie y en pleno frío nórdico.
El homenaje que
recibió de cuerpo presente quiere resarcir en parte esa ingratitud y demuestra
que la democracia puede tener héroes tan grandes como los del mundo antiguo.
Eduardo Jiménez J.
ejjlaw@yahoo.es
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