Por mérito propio es uno de los
grandes de las letras hispanoamericanas del siglo XX. Solo con Cien de años de soledad, su novela más
emblemática, hubiese pasado a la inmortalidad.
Curiosamente, a Gabo le pasó lo mismo
que a Cervantes en el siglo XVII: para este Los
trabajos de Persiles y Segismunda era su pasaporte al parnaso literario;
García Márquez siempre defendió que El
amor en los tiempos del cólera era su mejor novela. Sin embargo, uno pasó a
la eternidad con El Quijote de la Mancha y el otro
siempre será recordado por Cien años de
soledad.
Quizás Cien años… es su novela más acabada, aquella que tiene inspiración
de los dioses. Gabo “levita”. Y no es para menos. Se preparó con anteriores
libros que describían ese fabuloso mundo como La hojarasca o Los funerales
de la mamá grande, y Cien años de
soledad era el resultado natural, la culminación del ciclo de Macondo,
final apocalíptico, con trasfondo bíblico.
Pero, al publicarla, Gabo contaba con
apenas cuarenta años de edad, por lo que tenía una “carrera literaria” por
delante. Época del boom
latinoamericano, combinación de notable talento con marketing editorial, los
escritores de aquella generación debían entregar a su editor, bajo contrato,
una nueva obra cada cierto tiempo. Por lo que el escritor estaba obligado a “dar
algo” que estuviese a la altura de su prestigio. No siempre lo lograban (prueba
de ello son las innumerables novelas
menores tanto de Vargas Llosa como del propio García Márquez); pero en GGM
dos novelas post Macondo son
realmente muy buenas: El amor en los
tiempos del cólera y El general en su
laberinto, magistral obra sobre los últimos días de Simón Bolívar. A ellas
dos podemos sumar su primer tomo de memorias, Vivir para contarla.
El cine fue otra de sus pasiones. Incluso
el García Márquez joven se matriculó en una escuela de cine en Roma. Su
cinefilia no solo comprendía los comentarios de películas, sino escribir
guiones y, posiblemente lo más importante, la promotoría cultural. Fue el de la
iniciativa para la Academia
de Cine en Los Baños – Cuba. Gracias a su prestigio, pudo llevar a la isla a
realizadores de diferentes partes del mundo, incluyendo norteamericanos, a fin
que vuelquen su experiencia en los jóvenes cineastas latinoamericanos. A casi
treinta años, la experiencia de Los Baños no ha sido todavía adecuadamente
sopesada; pero sospecho que el impacto en la formación de los jóvenes cineastas
no fue tan grande como Gabo lo deseaba, en parte por la misma situación que se
vive actualmente en Cuba y los problemas que arrastra desde hace varios años el
modelo de socialismo cubano.
No tuvo igual suerte con las
adaptaciones de sus novelas. Quizás por la inexorable ley que determina que de
una buena novela es muy difícil hacer una buena película, en cambio de una mala
novela sí se puede hacer una buena película. Algo de cierto hay. Es muy difícil
adaptar una buena novela (hay excepciones como las adaptaciones de El gatopardo o Muerte en Venecia, ambas de Luchino Visconti), salvo que se
realicen adaptaciones parciales o libres; en cambio las malas novelas, por el
hecho de ser malas, pueden ser mejoradas y recreadas por un buen director con
la complicidad de un hábil guionista, trasformándolas en una buena película. Cual
destino trágico, a las obras de García Márquez se aplicó dicha ley.
La parte política fue la más
discutible de Gabo. Su férrea defensa del régimen castrista le granjeó algunos
enemigos y rivales, incluyendo al propio Mario Vargas Llosa, que tomó una
posición radicalmente distinta con respecto a Cuba y al socialismo real. No
obstante, Gabo no era un ideólogo como MVLL. Mario es un sistematizador lógico
y coherente de una ideología. Sus ensayos y artículos periodísticos no tienen
fisuras en la defensa y toma de posición sobre el liberalismo como ideología
política. Gabo más fue un compañero de
ruta del régimen cubano, un amigo leal que se encuentra al lado en las
buenas y en las malas.
Dicho sea de paso, el célebre puñetazo
que le infirió Vargas Llosa a García Márquez en los años setenta trascendió lo
anecdótico personal (se decía que Gabo estaba enamorando a la esposa de Mario
o, como decimos los peruanos, la estaba afanando).
Ese puñetazo marcó el fin de una amistad y la separación ideológica de dos
amigos que en los años previos defendieron a capa y espada la revolución
cubana. Después de ese KO el boom ya
no fue el mismo.
Personaje querible y carismático, lo
cierto es que Gabo será recordado más por sus novelas que por las enemistades o
posiciones políticas. Esta es una buena ocasión para entrar al fabuloso mundo
que construyó con palabras o, si ya se conoce, volverse a internar. No hay
pierde.
Eduardo Jiménez J.
ejjlaw@yahoo.es
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