El mundo católico ha presenciado y vivido la
elevación a estatus de santo a dos papas, hecho inusual y cuya característica
común es que fueron los más carismáticos de la Iglesia en los últimos
cincuenta años.
Más allá de los posibles “milagros”
atribuidos a los ahora dos santos, así como la fe de los creyentes, se
encuentra el hecho que una institución milenaria y que a su vez es un estado político
haya tenido necesidad de un proceso de santificación tan rápido en el siglo
XXI. ¿Por qué?
Creo que frente a los graves problemas que
hoy día enfrenta la
Iglesia Católica , entre otras estrategias, ha visto necesario
contar con dos “héroes contemporáneos” que sirvan de aliento y ejemplo a la
feligresía en un mundo bastante escéptico, y mitigar los problemas existentes
al interior de la Iglesia
(pederastía, corrupción en las altas esferas, escasez de nuevos servidores
religiosos, peligro de anacronismo frente a los grandes debates del mundo
contemporáneo).
Toda institución, laica o religiosa, necesita
héroes, referentes que sean ejemplo que la institución y la ideología que están
detrás, siguen vigentes, son “las correctas”, y puedan ser el paradigma a
seguir, otorgue un referente de unidad a los militantes y capte nuevos simpatizantes.
Los “héroes” cumplen esa función, muchas veces contra sus propios designios
personales. Ejemplo del lado “ateo” lo puede ser el Che Guevara en la segunda mitad del siglo XX. Cohesionó después de
su muerte a los movimientos comunistas y progresistas, sobretodo del llamado
Tercer Mundo. Quizás el Che jamás se propuso ello, pero terminó siendo un icono
post mortem y “santo laico”.
Algo similar ha pasado con los dos papas que
han subido a los altares. Probablemente jamás se les cruzó por la mente ser
santificados algún día; pero sus imágenes y prédicas serán usadas para un
propósito subalterno a lo que ellos se propusieron.
Y si bien los dos papas santificados son los
más carismáticos de los últimos cincuenta años, las coincidencias terminan allí.
Me parece no es casual que uno, Juan XXIII, haya sido el de la apertura de la
iglesia al mundo, el del Concilio Vaticano II; mientras el otro, Juan Pablo II,
fuera el papa de la reacción, de la vuelta al conservadurismo y a las
tradiciones, y el silenciamiento de las voces del denominado cristianismo de izquierda, aquellos
seguidores de la Teología
de la Liberación.
Creo que la propuesta de ambos papas ha sido
producto de un “toma y daca” dentro de las altas esferas del Vaticano. En buen
romance: una transacción en la lucha por el poder entre la facción progresista
y la facción conservadora. Se eleva a los altares en tiempo record a Juan Pablo
II, pero también al “papa bueno”, a Juan XXIII. Y en ambos casos festinando
trámites y hasta cantidad de milagros.
Tan graves problemas debe estar atravesando la Iglesia de Pedro, que no
sería raro que de aquí a algunos años comience el proceso de santificación del
papa Francisco. Se comience a buscar “milagros” que haya hecho después de
muerto, se abrevie trámites para subirlo a los altares, se busque testimonios
de fe. No sería raro.
Eduardo Jiménez J.
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