Monday, May 19, 2014

LUCHAS Y CONTRALUCHAS, HUELGAS JUDICIALES Y JUEGO DE TRONOS EN LOS ÓRGANOS CONSTITUCIONALES

La larga huelga de los trabajadores del Poder Judicial duró más de cuarenta días sin importar la paralización de miles de procesos pendientes de resolución. Su principal pedido era ser excluidos de la ley de Servicio Civil.

Todo cambio genera resistencias. Lo insólito sería que los afectados se allanen al cambio. Por eso las resistencias en el pasado a la Ley de Carrera Magisterial, hoy a la ley de Servicio Civil, mañana a la inminente reforma universitaria y a la siempre postergada reforma política.

Es cierto que al momento de la aprobación de la ley en el Congreso de la República se cometió el error de exceptuar de los alcances de la norma, sin existir justificación alguna, entre otros, a los trabajadores del propio Congreso, de la Sunat o de la SBS, lo que motivó que otros trabajadores del estado con gran poder de negociación como son los judiciales busquen también “salirse” del marco normativo; pero no menos cierto es que de satisfacer su pedido, se vendría un “efecto cascada” de otras instituciones del estado que requieren lo mismo, y solo quedarían comprendidos dentro de la ley los estatales con menos poder de negociación. Por ello sería recomendable que el Congreso enmiende su propio error y derogue la excepción que, incluso, es inconstitucional, atendiendo al artículo 103º de nuestra Carta Política.

No obstante ello, efectuar los trabajadores judiciales una huelga indefinida por más de cuarenta días paralizando un servicio esencial del estado para exigir la exclusión del marco de una ley, contando con el entusiasmo explícito del propio presidente del Poder Judicial, no se ve en una democracia realmente con estado de derecho. En una democracia consolidada sería descabellado paralizar el servicio de la administración de justicia. Miles de miles de procesos de alimentos, de familia, de inquilinos morosos, de reos en cárcel o de trabajadores que solicitan sus beneficios sociales quedaron paralizados a lo largo y ancho de todo el país.

Ello ha llamado a cuestionar la poca eficacia del Consejo Ejecutivo del Poder Judicial a darle solución inmediata y efectiva a la atención básica a los usuarios, que somos todos nosotros. No es posible que denegasen la declaratoria de emergencia del Poder Judicial a fin de contratar trabajadores que realicen las labores de los huelguistas.

Si bien la huelga es un derecho reconocido en la propia Constitución Política, ello no quita que se corte el derecho de servicio a los ciudadanos o se haya previsto siquiera una atención mínima (audiencias, recepción de escritos, atención en juicios de alimentos y  juicios penales). Imagínese, querido lector, si los trabajadores de Sedapal deciden realizar una huelga indefinida y suspender el servicio de agua a toda la ciudad de Lima. Sería impensable porque también están los derechos de los usuarios a recibir el servicio. Algo similar se produce con los usuarios del Poder Judicial. A quienes toman las decisiones no les importó el ciudadano, síntoma que estamos en muchos aspectos en una sociedad pre-moderna.

Y ya es hora que a los servidores del estado que hacen huelga se les descuente por los días no trabajados y no reciban su sueldo sin trabajar, bajo el subterfugio que van a “compensar” las horas perdidas, horas que jamás se compensan en la práctica. Día trabajado, día pagado; y si no se labora no existe contraprestación económica, como sucede en el sector privado.

Y ya es hora también que se modernice ese poder del estado. No me refiero a las computadoras de última generación, sino a las decisiones políticas, que las aplicadas son de antiquísima generación. En pleno siglo XXI al representante de un importante poder del estado, como si todavía estuviésemos en el medioevo, solo lo elijen “sus pares”, otros jueces supremos, y no la totalidad de jueces de todo el país, como sucede cuando se elije al presidente de la República, cuya decisión recae en todos los ciudadanos, o al presidente del Congreso, que lo determinan todos los congresistas electos y no solo los portavoces de cada bancada. Y lo mismo sucede con la designación del representante máximo en el Ministerio Público. De allí que se producen esos conciliábulos a media luz, los “toma y daca” de espaldas a la ciudadanía.

Ojalá algún día veamos elegido al presidente del Poder Judicial por todos los jueces del Perú. Ojalá. Con ello obviamente no se solucionarán todos sus problemas, pero se avanzaría un gran paso en la democratización de este importante poder del estado.

El otro tema es “la lucha de poderes” entre el Consejo Nacional de la Magistratura y el Tribunal Constitucional. Eso tampoco se ve muy seguido.

Juego de poderes, es cierto. Intereses políticos para nombrar a dos fiscales supremos cuestionados, los hay. Lo malo es que ese “juego de tronos” se llevó de encuentro al estado de derecho. Algo similar pasó semanas atrás con las movidas para elegir, pese a los cuestionamientos con los que carga, al primo de la primera dama como el Fiscal de la Nación.

Esos roces de organismos constitucionales en gran parte se producen cuando no existe una institucionalidad sólida. Vienen los forcejeos bastante ásperos.

Es evidente que tanto en el Poder Judicial, el Ministerio Público, el Consejo Nacional de la Magistratura y el propio Tribunal Constitucional existen intereses políticos y económicos. Se produce acá y en otros países. Lo malo es que en países como el nuestro, donde no tenemos una sólida institucionalidad, quedan las instituciones a merced del juego político o los intereses económicos, y poco se puede hacer para que no se lleven de encuentro al maltrecho estado de derecho. De allí que luego nos enteramos de extrañas resoluciones que exculpan a un político importante o le archivan el proceso por alguna nulidad formal, amen de esas resoluciones judiciales que “amparan” a empresas poco escrupulosas a seguir abusando del erario público y de los consumidores o a saltarse las normas porque “lesionan” su derecho constitucional. Y por eso algunos que están adentro del Leviatán prefieren “no comprarse el pleito”, para estar tranquilos en su puesto hasta que termine su mandato o, vencido el mismo, permanecen en sus cargos por falta de nombramiento de los sucesores, como sucede con los miembros del TC y su alambicada resolución, atribuyéndose funciones que no le corresponden.

Creo que es hora también de buscar otras formas de nombramiento de los integrantes de los órganos constitucionales. El Congreso, por lo menos el que tenemos, no parece el más apropiado para estos menesteres.

Y todos estos cambios tienen un nombre y un apellido: Reforma Política. Tan mal vista en los noventa, pero tan necesaria ahora.
Eduardo Jiménez J.


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