Thursday, July 17, 2014

BRASIL, 2014

Por: Eduardo Jiménez J.
        ejjlaw@yahoo.es

Existen vínculos subterráneos entre el fútbol y la sociedad y la política. No necesariamente es una relación evidente de causa-efecto, pero de haber vínculos, los hay; como que el fútbol despierta pasiones multitudinarias y eso lo sabe muy bien cualquier gobierno, democrático o dictatorial, de derecha o de izquierda. Como el de Brasil, durante el gobierno de Lula da Silva, a fin de ser sede del mundial 2014.

Por aquella época el “modelo brasileño” estaba en boca de todos. Incluso la izquierda local lo quería replicar por estos lares. Se repetía constantemente que Brasil estaba en “el umbral” de los países en desarrollo y Lula era una suerte de superstar de la política; pero como dice el viejo adagio “el pan se puede quemar en la puerta del horno”. Obras sobrevaluadas, otras a medio hacer, constantes protestas callejeras mientras duró el evento, pifiaderas solemnes a la presidenta Dilma Rousseff cuando aparecía en los estadios, crecimiento mínimo el presente año pese al mundial e inflación al alza, reflejaban más a un país del tercer mundo que a uno desarrollado. La soberana goleada que le infligió Alemania en las semifinales simbolizó magistralmente ese ambiente poco sano que vive la política y economía brasileña: bastante mediocre y por añadidura enormemente corrupta. Brasil, a pesar de todo, sigue siendo “un país tropical”.

Otro que fue “el gran perdedor” es Argentina que, si bien llegó a la final, muestra al igual que Brasil, un equipo que depende de individualidades, y si estos desaparecen o juegan de regular para abajo, el equipo no responde. Le sucedió a Brasil cuando su jugador estrella, Neymar, no jugó ante Alemania ni ante Holanda. Las individualidades en el fútbol reflejan muy bien el caudillismo que todavía impera en nuestras sociedades. Si el caudillo desaparece, se hunde el partido político y con él todo el gobierno. Los equipos de acá van a tener que aprender de Alemania que no juega con individualidades, sino con equipos, y si uno de los integrantes se lesiona y no participa, se le reemplaza por otro con cualidades parecidas. En el fondo el sistema aplicado es el taylorista, de la revolución industrial del siglo XX, donde todos los trabajadores son engranajes, piezas que pueden ser reemplazadas indistintamente.  El sistema tiene sus ventajas, pero también sus límites.

Por cierto, los desmanes producidos en el gran Buenos Aires luego de la derrota, dicen mucho de la grave anomia que atraviesa la sociedad argentina, así como su clase política. Atrapados entre un pasado que fue glorioso y un presente más bien decadente, y un futuro bastante incierto; los exabruptos violentos son reflejo del miedo ante un futuro nada halagüeño.

Otro gran perdedor fue España. Eliminada sin conmiseración apenas comenzó el torneo. Qué le pasó a los españoles, a los campeones del anterior mundial, era la pregunta que flotaba en el ambiente. Sirvió para ejemplificar que nadie se puede dormir en sus laureles. Más en estos tiempos. Que seguir la misma estrategia y con los mismos personajes, no necesariamente produce los mismos resultados que antaño. En los ambientes competitivos, como es un mundial de fútbol profesional, no se puede ir confiado en que el pasado se repetirá de usar los mismos procedimientos y los mismos insumos (léase jugadores). El caso español da para estudiarlo en las escuelas de administración y de paso en las estrategias de guerra que es el fútbol.

Con Costa Rica, Chile y Colombia se cumplió el conocido adagio de “no hay enemigo chico”. Sobretodo los queridos “ticos”, a quienes menospreciaron (venían a que les hagan goles, se decía sarcásticamente). El secreto de su éxito es bastante obvio: disciplina y profesionalización, roce internacional y cumplimiento de lo que el Amauta decía: sin Europa no hay posibilidad de aprender. Europa, a pesar que ya no es el continente todopoderoso de antaño, sigue siendo una fuente inagotable de conocimientos, incluyendo los futbolísticos, sino pregúntenle a los alemanes.

De los DT de estos tres países, dos también lo fueron en el nuestro. Cuando estuvieron acá quisieron imponer disciplina a los jugadores, profesionalización, y no los dejaron. Migraron a otras latitudes y ya vemos los resultados. Por eso nosotros solo tenemos a un Reimond Manco y por allá hay un James Rodriguez y otros más. La política del compadrazgo y de las juergas apañadas solo produce mediocridad, típico de las sociedades mercantilistas y poco competitivas. Después no se sorprendan que no lleguemos a ningún mundial hace más de treinta años.

Y otro que llamó la atención fue Estados Unidos. El soccer, como ellos lo llaman, está entrando poco a poco en la sociedad americana. La generación joven lo practica más. Algunos son escépticos si alguna vez será el deporte favorito en Norteamérica. Tendrá que ver con la cantidad de latinos para dar una respuesta. Ya son la segunda mayoría luego de los WASP y, al paso que van –se reproducen más que los blancos-, en un momento de este siglo los igualarán o incluso los superarán en número. Si sucede eso, el fútbol podría ser el gran deporte de Norteamérica. Tan cierto como que algún día el presidente de allá será alguien de origen latino, apellidado López, Ramírez o Gonzáles. A la sociedad norteamericana le sucederá lo mismo que le pasó al Imperio Romano en sus postrimerías: fue tomado por los bárbaros, pero estos conservaron las instituciones diseñadas por Roma.

El próximo mundial será en la fría Rusia. Muy posiblemente con Vladimir Putin dando la bienvenida a las delegaciones. Imagino que por allá a los opositores a su gobierno no les aplicarán solo agua fría como sucedió en Brasil, sino los mandarán directamente y sin juicio previo a una gélida prisión. Es que el gobierno de Putin representa muy bien lo que se conoce como “democracia autoritaria” y no se anda con muchas exquisiteces.  

Felizmente nosotros no hemos caído en la insensatez de “hacer un mundial” en asociación con Chile y Colombia (nuestros socios en la Alianza del Pacífico), como algunas voces sugerían. Sería doblemente oneroso: despilfarrar dinero público que puede servir para mejorar los servicios que presta el estado y hacer el ridículo en apenas la primera vuelta con una solemne goleada de ocho a cero contra cualquier “equipito” del barrio. Mejor nos olvidamos de eso hasta nuevo aviso.

De todas maneras, de acá a cuatro años, será de nuevo un placer ver por televisión un encuentro de fútbol y no de “fulbo”, practicado por estas tierras, y que se parece al fútbol pero no llega a ser lo mismo.



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