Por: Eduardo Jiménez J.
Existen vínculos subterráneos entre el
fútbol y la sociedad y la política. No necesariamente es una relación evidente
de causa-efecto, pero de haber vínculos, los hay; como que el fútbol despierta
pasiones multitudinarias y eso lo sabe muy bien cualquier gobierno, democrático
o dictatorial, de derecha o de izquierda. Como el de Brasil, durante el gobierno
de Lula da Silva, a fin de ser sede del mundial 2014.
Por aquella época el “modelo
brasileño” estaba en boca de todos. Incluso la izquierda local lo quería
replicar por estos lares. Se repetía constantemente que Brasil estaba en “el
umbral” de los países en desarrollo y Lula era una suerte de superstar de la política; pero como dice
el viejo adagio “el pan se puede quemar en la puerta del horno”. Obras
sobrevaluadas, otras a medio hacer, constantes protestas callejeras mientras
duró el evento, pifiaderas solemnes a la presidenta Dilma Rousseff cuando aparecía
en los estadios, crecimiento mínimo el presente año pese al mundial e inflación
al alza, reflejaban más a un país del tercer mundo que a uno desarrollado. La
soberana goleada que le infligió Alemania en las semifinales simbolizó
magistralmente ese ambiente poco sano que vive la política y economía brasileña:
bastante mediocre y por añadidura enormemente corrupta. Brasil, a pesar de
todo, sigue siendo “un país tropical”.
Otro que fue “el gran perdedor” es
Argentina que, si bien llegó a la final, muestra al igual que Brasil, un equipo
que depende de individualidades, y si estos desaparecen o juegan de regular
para abajo, el equipo no responde. Le sucedió a Brasil cuando su jugador
estrella, Neymar, no jugó ante Alemania ni ante Holanda. Las individualidades
en el fútbol reflejan muy bien el caudillismo que todavía impera en nuestras
sociedades. Si el caudillo desaparece, se hunde el partido político y con él
todo el gobierno. Los equipos de acá van a tener que aprender de Alemania que
no juega con individualidades, sino con equipos, y si uno de los integrantes se
lesiona y no participa, se le reemplaza por otro con cualidades parecidas. En
el fondo el sistema aplicado es el taylorista, de la revolución industrial del
siglo XX, donde todos los trabajadores son engranajes, piezas que pueden ser
reemplazadas indistintamente. El sistema
tiene sus ventajas, pero también sus límites.
Por cierto, los desmanes producidos en
el gran Buenos Aires luego de la derrota, dicen mucho de la grave anomia que
atraviesa la sociedad argentina, así como su clase política. Atrapados entre un
pasado que fue glorioso y un presente más bien decadente, y un futuro bastante
incierto; los exabruptos violentos son reflejo del miedo ante un futuro nada
halagüeño.
Otro gran perdedor fue España.
Eliminada sin conmiseración apenas comenzó el torneo. Qué le pasó a los
españoles, a los campeones del anterior mundial, era la pregunta que flotaba en
el ambiente. Sirvió para ejemplificar que nadie se puede dormir en sus
laureles. Más en estos tiempos. Que seguir la misma estrategia y con los mismos
personajes, no necesariamente produce los mismos resultados que antaño. En los
ambientes competitivos, como es un mundial de fútbol profesional, no se puede
ir confiado en que el pasado se repetirá de usar los mismos procedimientos y
los mismos insumos (léase jugadores). El caso español da para estudiarlo en las
escuelas de administración y de paso en las estrategias de guerra que es el
fútbol.
Con Costa Rica, Chile y Colombia se
cumplió el conocido adagio de “no hay enemigo chico”. Sobretodo los queridos “ticos”,
a quienes menospreciaron (venían a que les hagan goles, se decía
sarcásticamente). El secreto de su éxito es bastante obvio: disciplina y
profesionalización, roce internacional y cumplimiento de lo que el Amauta
decía: sin Europa no hay posibilidad de aprender. Europa, a pesar que ya no es
el continente todopoderoso de antaño, sigue siendo una fuente inagotable de
conocimientos, incluyendo los futbolísticos, sino pregúntenle a los alemanes.
De los DT de estos tres países, dos
también lo fueron en el nuestro. Cuando estuvieron acá quisieron imponer
disciplina a los jugadores, profesionalización, y no los dejaron. Migraron a
otras latitudes y ya vemos los resultados. Por eso nosotros solo tenemos a un
Reimond Manco y por allá hay un James Rodriguez y otros más. La política del
compadrazgo y de las juergas apañadas solo produce mediocridad, típico de las
sociedades mercantilistas y poco competitivas. Después no se sorprendan que no
lleguemos a ningún mundial hace más de treinta años.
Y otro que llamó la atención fue
Estados Unidos. El soccer, como ellos
lo llaman, está entrando poco a poco en la sociedad americana. La generación
joven lo practica más. Algunos son escépticos si alguna vez será el deporte
favorito en Norteamérica. Tendrá que ver con la cantidad de latinos para dar
una respuesta. Ya son la segunda mayoría luego de los WASP y, al paso que van
–se reproducen más que los blancos-, en un momento de este siglo los igualarán
o incluso los superarán en número. Si sucede eso, el fútbol podría ser el gran
deporte de Norteamérica. Tan cierto como que algún día el presidente de allá
será alguien de origen latino, apellidado López, Ramírez o Gonzáles. A la
sociedad norteamericana le sucederá lo mismo que le pasó al Imperio Romano en
sus postrimerías: fue tomado por los bárbaros, pero estos conservaron las
instituciones diseñadas por Roma.
El próximo mundial será en la fría
Rusia. Muy posiblemente con Vladimir Putin dando la bienvenida a las delegaciones.
Imagino que por allá a los opositores a su gobierno no les aplicarán solo agua
fría como sucedió en Brasil, sino los mandarán directamente y sin juicio previo
a una gélida prisión. Es que el gobierno de Putin representa muy bien lo que se
conoce como “democracia autoritaria” y no se anda con muchas exquisiteces.
Felizmente nosotros no hemos caído en
la insensatez de “hacer un mundial” en asociación con Chile y Colombia
(nuestros socios en la Alianza
del Pacífico), como algunas voces sugerían. Sería doblemente oneroso:
despilfarrar dinero público que puede servir para mejorar los servicios que
presta el estado y hacer el ridículo en apenas la primera vuelta con una
solemne goleada de ocho a cero contra cualquier “equipito” del barrio. Mejor
nos olvidamos de eso hasta nuevo aviso.
De todas maneras, de acá a cuatro
años, será de nuevo un placer ver por televisión un encuentro de fútbol y no de
“fulbo”, practicado por estas tierras, y que se parece al fútbol pero no llega
a ser lo mismo.
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