Monday, July 07, 2014

PROFETAS DEL ODIO

Por: Eduardo Jiménez J.
        ejjlaw@yahoo.es

Al terminar de leer los ensayos que componen el libro Profetas del odio de Gonzalo Portocarrero, me confirma lo que siempre pensé: el origen del terror desatado por Sendero Luminoso obedeció, entre otras causas, a razones ideológicas asentadas en un contexto cultural determinado.

Practicando lo que se conoce como sociología de la cultura (con un toque especial de sicoanálisis, segunda especialidad del autor), Portocarrero llega a una conclusión parecida: el contexto provinciano de la tranquila Huamanga se vio trastocado por la Universidad que se constituye a fines de los años cincuenta, emergiendo en los sesenta como un centro de intensa actividad marxista en la sierra central. En ese contexto de despiadado debate político, donde la polémica URSS – China es el eje y toma de posición de unos y otros, llega un joven profesor, Abimael Guzmán, que con un discurso retórico emotivo, esperanzador y seudo científico gana adeptos principalmente entre los jóvenes. Con esos jóvenes va formando una suerte de “congregación religiosa laica”, bajando el paraíso prometido a la tierra.

Uno de los aportes del doctor Portocarrero es dejar de lado el típico enfoque economicista de buena parte de la izquierda que justificaba el terror de Sendero Luminoso por las condiciones de pobreza extrema en Ayacucho y más bien trata de explicarlo por las condiciones culturales e ideológicas imperantes que permiten el surgimiento de la organización terrorista más letal que hayamos conocido. (Martín Tanaka tiene un excelente ensayo sobre las incongruencias que marcan el discurso del Informe Final de la CVR, discurso redactado mayormente por gente de izquierda).

Pero la explicación no se agota en las condiciones culturales (la relación compleja amo – siervo desarrollada por Portocarrero se va a repetir en el imaginario huamanguino, pese a que en la realidad ya había desaparecido años atrás con la finalización del mundo oligárquico), ni en el pasado de las estructuras culturales incásicas y coloniales que se asientan en un pueblo; sino que aborda la biografía del cabecilla, del líder del grupo, y cómo fue necesario un hombre con las características especiales de Abimael Guzmán para dar nacimiento a las acciones armadas de Sendero Luminoso. Difícilmente se hubiesen producido con otra persona distinta a Guzmán. Sus cualidades personales (desgarrado como hijo bastardo en un país donde la inclusión y ascenso social estaban limitados y hasta prohibidos por razones socio-económicas, de raza u origen) fueron esenciales para dar nacimiento a todo lo que vino después. Con ello Portocarrrero también  rompe otro mito de la izquierda: el que la revolución la hacen las masas y no individualidades; existe más bien una relación de ida y vuelta, de franca retroalimentación, entre unas y otros.

Demuestra también que el pasar Sendero Luminoso a las acciones armadas hacia finales de los años setenta fue practica, sino común, bastante frecuente entre grupos terroristas de extrema izquierda y que se auto proclamaban marxistas como las Brigadas Rojas en Italia o los montoneros y tupamaros en Argentina y Uruguay. La diferencia entre SL y los demás grupos de la izquierda peruana, fue que el camarada Gonzalo decidió pasar a la acción y no quedarse en el mero discurso retórico (casi toda la izquierda maoísta proclamaba en ese entonces la lucha armada).

Eso explica también –si bien Portocarrero no lo desarrolla en su libro- la razón por la cual gran parte de la izquierda, sea tácita o explícitamente, expresó su apoyo a las acciones de Sendero Luminoso. Los consideraban como los primos hermanos que se “atrevieron” a llevar a la práctica la tesis de la violencia revolucionaria, hasta cuando sus queridos “primos hermanos” comenzaron a asesinar a los dirigentes de la izquierda legal, a fin de limpiar el camino de la revolución de “reformistas”. Y esa complicidad explica en parte que para muchos grupos de izquierda la democracia siga siendo un medio y no un fin, así como sus reiterados fracasos de unión electoral y política: existe un “trauma” (para usar la jerga sicoanalítica cara a Portocarrero) que no lo han superado todavía y les lleva a cometer error en error político como, por ejemplo, el apoyo a Fujimori en los noventa o a Humala en el presente siglo.

Precisamente una de las tesis centrales del libro y que merece el título –Profetas del odio- es la galvanización de las contradicciones a través de la violencia. Abimael Guzmán y sus discípulos practicaron una vieja tesis del marxismo: la violencia revolucionaria. La violencia debía agudizar las contradicciones entre el proletariado –o la vanguardia que lo representaba que para Guzmán era SL- y las fuerzas represivas del orden burgués. De allí que adoctrina a sus huestes en el odio de clase, visto y vivido desde niños por los muchachos que provenían de hogares humildes y excluidos, y vivido también por el propio Guzmán en sus años mozos y de exclusión en la ciudad de Arequipa. Ese odio de clase será la gasolina que haga girar el motor de la historia; de allí la importancia que le otorgaba. Lo que precisa Portocarrero es que en un momento determinado, hacia la segunda mitad de los años ochenta, ese odio se le escapa de las manos al líder senderista y comienza a ser practicado irrefrenablemente por sus huestes.

Otro mito que se rompe es el del supuesto cientificismo de la ideología marxista. Para todo aquel que se haya acercado al marxismo auroral sabrá que los propios Marx y Engels autodenominaron a su teoría como socialismo científico, desacreditando despectivamente al socialismo de sus rivales (Saint-Simon, Proudhon) como “socialismo utópico” o no realizable.

El autoproclamado socialismo científico era producto de la época que vivieron, de un positivismo imperante, donde el progreso se dibujaba como una línea francamente ascendente; por lo que ellos deducían que las condiciones estaban dadas para que el proletariado europeo conduzca la revolución que, previo estadio de una dictadura que “limpie” las desigualdades y taras del capitalismo, conduzca inexorablemente al comunismo, a la tierra prometida de la justicia y la igualdad. Desde el punto de vista de los mitos movilizadores, Marx y todos sus discípulos que vinieron después lo que hicieron fue traer el paraíso a la tierra, convirtiéndose así una ideología en un dogma “laico religioso”.

Lo que demuestra Portocarrrero es que frente a la secularización de la sociedad, cuando la religión comienza a perder presencia y poder en el mundo occidental, se hace necesario que los mitos bajen a la tierra. El hombre tiene que creer en algo que suceda a futuro. Eso lo sabía muy bien José Carlos Mariátegui, cuyos artículos y libros exploran la idea del mito que sirva de impulso al obrero para la lucha revolucionaria, lo que en su época fue muy criticado por el marxismo estaliniano, más pedestre y economicista.

Abimael Guzmán era adicto a los sofismas con los que cautivaba a sus seguidores, principalmente jóvenes, justificando así las acciones sangrientas y el sacrificio más duro en aras de una sociedad justa y sin clases. Aplicando sofísticamente el materialismo histórico arengaba a sus huestes en su accionar como resultado de la evolución de millones de años que tenían como desenlace inevitable el socialismo; por lo tanto todo sacrificio y acción por más despiadada y sangrienta que fuese se encontraba justificada por tan noble propósito. Premisas indemostrables, como la “raza superior” de los nacionalsocialistas, pero que servían para justificar no solo las acciones más sangrientas sino también la entrega de la propia vida a la causa revolucionaria.

Una digresión adicional que tampoco se encuentra en el libro de Portocarrero, pero igualmente se desprende de su lectura: sobre el reclutamiento de jóvenes militantes a “la causa revolucionaria”. Sucedió en el pasado y sucede actualmente con el Movadef. Los jóvenes son “el insumo” de SL/Movadef, la razón es obvia: son más fáciles de manipular con un discurso inflamado sobre las desigualdades y la inoperancia de la democracia para resolverlas. Algo evidente por cierto y que permite concluir que solo la lucha armada permitirá corregir esas graves desigualdades y que, por supuesto, Abimael Guzmán se encuentra recluido en una base naval por haber entregado su vida a tratar de corregir esas desigualdades que ningún partido o político “tradicional” lo hizo. Si a ello se agrega que generalmente los jóvenes tienen una entrega más generosa y desinteresada que los adultos, y que la historia de los años del terrorismo no se detallan con la suficiente convicción en las aulas escolares tenemos lo que ya hemos constatado: jóvenes que creen sinceramente que el camarada Gonzalo fue un luchador social y merece ser amnistiado.

Merece leerse Profetas del odio (el estudio iconográfico de los dibujos de los senderistas es también interesante y merece todo un análisis aparte) por la perspectiva que trabaja el autor, apartándose de los clichés tradicionales tanto de la izquierda, como de la derecha que solo ve la parte cuantitativa y epidérmica de los daños del terror pero no se atreve a penetrar más allá. Profetas del odio obliga al lector a tomar una posición y a un permanente interactuar con el libro, desde ese punto de vista es una lectura estimulante.

Profetas del Odio. Raíces culturales y líderes de Sendero Luminoso
Gonzalo Portocarrero
Fondo Editorial de la PUCP
1ª Edición, Lima 2012, .258pp


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