Tuesday, September 30, 2014

CLASES SOCIALES Y ELECCIONES MUNICIPALES



Por: Eduardo Jiménez J.
        ejimenez2107@gmail.com
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Llama la atención que el voto mayoritario a favor de Luis Castañeda Lossio provenga de los sectores populares (lo que se conoce en las encuestas como los sectores C, D, y E), mientras a favor de Susana Villarán –de tendencia izquierdista- se encuentren los sectores altos y medios (sectores A y B) que obviamente son minoría y no deciden una elección.

Inicialmente se podría conjeturar que los sectores populares son más propensos a la corrupción que los otros, así como más propensos a las dádivas y a los ofrecimientos demagógicos; pero ello aparte de ser parcialmente inexacto, no explica en su totalidad el fenómeno.

Existe un elemento adicional que lo explica en parte y lo comentamos en un artículo anterior a raíz de la revocatoria: la afinidad de clase. (“Siendo una alcaldesa de izquierda, paradójicamente es rechazada por las mayorías populares (el sí se impuso en los distritos más populares), mientras los segmentos altos y medios la avalaban, incluyendo a instituciones de la gran empresa, como la Confiep”: La revocatoria en el final: Susana reina pero no gobierna, 22.3.13).

            Por más que Villarán sea de izquierda (caviar, pero de izquierda) tiene, por afinidad de clase, una sintonía con esos votantes que pertenecen a los rezagos de lo que fue la oligarquía criolla de antaño. Esa “argollita” que detentaba en sus manos el destino del país. Su extracción de clase proviene de allí. Es un elemento subjetivo, intangible, un lazo umbilical, pero que explica en parte esa afinidad de los sectores altos con la alcaldesa. Es una de las “suyas”. Por más que ella lo desee, no podría mimetizarse jamás con un poblador de los sectores populares: su educación, su formación, su pasado familiar, le impiden compenetrarse con los pobladores de los sectores sociales más bajos, pese a sus buenas intenciones “samaritanas”.

En cuanto a los costos políticos por las reformas emprendidas, es cierto, aunque parcialmente, lo argumentado por Villarán y su entorno. Organizar el trasporte y el comercio mayorista significa afectar intereses de sectores informales consolidados en el tiempo y muchos de ellos componentes de “la nueva clase media”, poco ilustrada todavía y enormemente pragmática, pero que goza de gran poder económico cimentado en varias décadas de actividad informal. En cambio los sectores altos y medios tradicionales que le conceden su voto a la alcaldesa, por su propia ilustración de clase (periódicos que leen, comparación de reformas en distintas capitales, acceso a información, etc.), comprenden mucho mejor la necesidad de una reforma amplia de la ciudad de Lima, incluyendo trasporte, comercio mayorista, infraestructura, seguridad ciudadana, con una “visión” de ciudad a futuro.

De allí que el candidato Castañeda, apelando a un populismo edil,  hable (es un decir, dada su parquedad) de una “revisión” de la reforma del trasporte. En cierta manera, lo que busca es ganarse a esos sectores informales con gran poder económico a los cuales el “roba pero hace obra” no les tiene sin mucho cuidado ético dada su pragmaticidad absoluta.

 Según dicen algunos entendidos en los problemas del trasporte, la reforma no se hizo antes por falta de decisión política. Cada vez que en la Municipalidad de Lima se sugería el tema, los transportistas hacían “una bolsa” para dejar las cosas como estaban. (Hasta el ahora “venerable patricio” Luis Bedoya Reyes dicen que, siendo alcalde de la ciudad, se opuso a la construcción de un subterráneo en Lima por presión de los transportistas de ese entonces). Leyenda urbana o no, lo cierto es que no existió ánimo político de parte de los alcaldes de los últimos cuarenta años para encarar problema tan peliagudo.

Pero, como apuntamos, los costos políticos de encarar las reformas no es la única explicación de la baja aceptación de la alcaldesa Villarán. Creo que también se debe a sus garrafales errores, que vienen desde sus primeros años de gestión. Faltó un plan coherente, preparación, gente más versada en su entorno. (Su entorno de confianza provenía de las ONGs, de la “izquierda pituca”, donde algunos incluso por primera vez conocían el centro histórico de la ciudad cuando fueron a trabajar a la Municipalidad de Lima, adictos a las consultorías y redes sociales, pero no al trabajo de campo). El factor humano que reclutó por naturales razones ideológicas y clasistas fue insuficiente para el gran reto que se había impuesto.

Si lo vemos en retrospectiva, sus primeros años solo fueron de “aprendizaje”: obras inconclusas, otras a medio hacer, improvisación por doquier (como la demostrada en el tristemente célebre “olón” de la playa La Herradura, obra hecha contra toda previsión técnica), o la improvisación y apresuramiento, de cara a las elecciones, del “corredor azul”, con serias deficiencias y perjuicios para el público usuario. Aunque, en honor a la verdad, la primera gestión de Luis Castañeda tampoco brilló por grandes obras, más bien fue bastante opaca, hasta mediocre; y su “obra-insignia” en la segunda gestión, el Metropolitano, demoró su culminación más de lo previsto y costando seis veces lo que el presupuesto inicial.

A ello se debe sumar cierta arrogancia de la alcaldesa y la generación de anticuerpos: tiene un “espíritu aristocrático” (de nuevo el factor de clase), quizás contra su voluntad que, curiosamente, la hace sintonizar con los sectores altos, siendo ella de izquierda, y rechazo manifiesto y poca comprensión por los sectores populares (es sintomático como los vecinos de las zonas populares durante las primeras semanas del “corredor azul”, frente a sus protestas de falta de buses alimentadores, eran acusados por los altos funcionarios de la Municipalidad de Lima –que no usan el trasporte público- como “ociosos”, “poco cívicos”, “convenidos” y otros calificativos peyorativos, mientras con un distrito de clase media alta como Miraflores firmaban esos mismos funcionarios un convenio para “no molestar a los vecinos miraflorinos” recolocando el paradero final de los buses).

Y, por supuesto, la revocatoria desde que asumió el cargo, que la hizo concentrarse en su defensa antes que en los problemas de la ciudad. Ya el tema lo hemos tratado en otros artículos de este blog, pero existió en su contra un ánimo revocador de sus opositores políticos que fue capitalizado por los errores en su gestión. (Si analizamos en términos socio-raciales, curiosamente la revocatoria la lideró un “cholo” –Marco Tulio Gutiérrez-proveniente de los sectores populares emergentes contra una “pituca blanca” de pasado señorial. Eso da para un análisis sociológico y hasta sicológico).

No dudamos de las buenas intenciones de la alcaldesa, pero ese espíritu de clase confabula contra su accionar político.

A lo que debemos agregar la falta de partido político propio. Otro de sus errores fue presentarse con su propio partido a las elecciones generales del 2011, perdiendo la representación electoral de Fuerza Social, lo que la llevó a buscar desesperadamente un “vientre de alquiler” al más puro estilo de los “políticos chicha” y a romper con muchos de sus antiguos aliados de izquierda (muy parecido a lo que hizo Humala cuando llegó al gobierno), pese a que había prometido no presentarse a una reelección cuando fue lo de la revocatoria. La ambición personal pudo más que el razonamiento político desasosegado, y los resultados los va a ver el 5 de Octubre.

También confabula que una de sus “obras insignia”, la reforma del trasporte, la empezó muy tarde, por lo que no va a gozar los réditos políticos que justifiquen una reelección. Si la reforma la hubiese empezado seriamente un año atrás y tuviese para mostrar dos o tres corredores que operen eficientemente, con un público usuario “educado” en el uso del trasporte público como sucede en otras capitales de la región, tendría algo que justificase en los hechos la continuidad de su administración; pero, recién la reforma del trasporte se encuentra en el periodo de prueba, con errores, marchas y contramarchas, y buses reacondicionados y no los prometidos Euro V.

Aparte de ello, la reforma del trasporte actualmente más beneficia a los sectores medios que usan el corredor de la Avenida Arequipa o el próximo de Javier Prado; pero un trabajador que vive en los distritos de Ventanilla, Villa María o San Juan de Lurigancho no se beneficia directamente. Quizás a futuro sentirá los beneficios, pero actualmente solo tiene molestias y pagos de más por desplazarse a su trabajo o centro de estudios, al tener que usar dos o tres vehículos. De repente, de haber comenzado por allí la reforma, en los sectores populares, antes que en los sectores medios (de nuevo el interés de clase), el resultado electoral pudo haber sido distinto (ahora que laboro en una universidad ubicada al pie de la Panamericana Sur constato que por allí ni remotamente ha llegado la reforma del trasporte e impera la informalidad total).

Adicionalmente, Villarán también podría enfrentar su propio Comunicore, si se comprueba las graves irregularidades de su gerente en la Caja Metropolitana de Lima. De ser así, de comprobarse el saqueo a las arcas comunales, sería el fin de otro “mito”: el de la supuesta superioridad ética de la izquierda, el auto considerarse “la reserva moral del país”; mito que por cierto ya se encuentra bastante cuestionado con las graves acusaciones e indicios de corrupción y enriquecimiento ilícito que pesan contra Gregorio Santos.

Pero, por el lado del candidato que va puntero las cosas no son muy halagüeñas para la ciudad. Si promete más de lo mismo de su primera gestión (escaleritas para los cerros y un par de cruces a desnivel) será poco para Lima. La valla la tiene alta, dado que la reforma del trasporte y del comercio mayorista significa que deberá enfrentarse a los sectores informales que le van a dar su voto. Si todo regresa “al estado pre-reforma”, sea con el eufemismo de una “revisión” o cualquier otro subterfugio legal, la ciudad será la principal afectada.

Posiblemente la nueva gestión de Castañeda se reduzca a un “Comunicore 2” en versión corregida y aumentada, cumpliéndose la profecía del “roba pero hace obra” que casi la mitad de electores piensa de él. No se percibe ni en el propio Castañeda ni en su entorno ánimos de grandes reformas, de “pisar callos”, sino más de lo mismo que vimos en su anterior gestión: un poco de cemento por aquí o inaugurar unas escaleras por allá. (De hecho su principal ofrecimiento hasta ahora –sin contar el estrafalario monorriel que sacó de la manga- son doscientas “escaleras solidarias”).

Por ello, Villarán por más que pierda las elecciones, en los últimos meses de su gestión deberá consolidar la reforma del trasporte, corregir errores sin la presión electoral, colocar “candados legales” a los cambios que inició e impedir así que el 1 de Enero, cuando asuma el cargo el reelecto alcalde, se retorne a la situación anterior del caos en el trasporte público. Será un haber que políticamente podrá mostrar a futuro, que “Susana sí se atrevió” a lo que muchos alcaldes no quisieron enfrentar.

Lamentablemente cualquier cambio requiere enfrentar a los grupos fácticos de poder informales que a lo largo de décadas han consolidado poder económico y político. Estamos viendo su actuar no solo a nivel de los gobiernos locales, sino los regionales y el propio gobierno central (el partido nacionalista llevó en sus filas a muchos del sector informal y “las bolsas para campaña” del entonces candidato Ollanta Humala fueron bastante evidentes).

Ese es uno de los dilemas que se van a presentar en los próximos años, sea en la ciudad de Lima o en las regiones.


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