Por: Eduardo Jiménez J.
ejj39@hotmail.com
Llama la atención que
el voto mayoritario a favor de Luis Castañeda Lossio provenga de los sectores
populares (lo que se conoce en las encuestas como los sectores C, D, y E),
mientras a favor de Susana Villarán –de tendencia izquierdista- se encuentren
los sectores altos y medios (sectores A y B) que obviamente son minoría y no
deciden una elección.
Inicialmente se
podría conjeturar que los sectores populares son más propensos a la corrupción
que los otros, así como más propensos a las dádivas y a los ofrecimientos
demagógicos; pero ello aparte de ser parcialmente inexacto, no explica en su
totalidad el fenómeno.
Existe un elemento adicional
que lo explica en parte y lo comentamos en un artículo anterior a raíz de la
revocatoria: la afinidad de clase. (“Siendo una alcaldesa de izquierda,
paradójicamente es rechazada por las mayorías populares (el sí se impuso en los
distritos más populares), mientras los segmentos altos y medios la avalaban,
incluyendo a instituciones de la gran empresa, como la Confiep”: La revocatoria en el final: Susana reina pero no gobierna,
22.3.13).
Por
más que Villarán sea de izquierda (caviar,
pero de izquierda) tiene, por afinidad de clase, una sintonía con esos votantes
que pertenecen a los rezagos de lo que fue la oligarquía criolla de antaño. Esa
“argollita” que detentaba en sus manos el destino del país. Su extracción de
clase proviene de allí. Es un elemento subjetivo, intangible, un lazo umbilical, pero que explica en
parte esa afinidad de los sectores altos con la alcaldesa. Es una de las
“suyas”. Por más que ella lo desee, no podría mimetizarse jamás con un poblador
de los sectores populares: su educación, su formación, su pasado familiar, le
impiden compenetrarse con los pobladores de los sectores sociales más bajos,
pese a sus buenas intenciones “samaritanas”.
En cuanto a los
costos políticos por las reformas emprendidas, es cierto, aunque parcialmente,
lo argumentado por Villarán y su entorno. Organizar el trasporte y el comercio
mayorista significa afectar intereses de sectores informales consolidados en el
tiempo y muchos de ellos componentes de “la nueva clase media”, poco ilustrada
todavía y enormemente pragmática, pero que goza de gran poder económico
cimentado en varias décadas de actividad informal. En cambio los sectores altos
y medios tradicionales que le conceden su voto a la alcaldesa, por su propia ilustración de clase (periódicos que
leen, comparación de reformas en distintas capitales, acceso a información,
etc.), comprenden mucho mejor la necesidad de una reforma amplia de la ciudad
de Lima, incluyendo trasporte, comercio mayorista, infraestructura, seguridad
ciudadana, con una “visión” de ciudad a futuro.
De allí que el
candidato Castañeda, apelando a un populismo
edil, hable (es un decir, dada su
parquedad) de una “revisión” de la reforma del trasporte. En cierta manera, lo
que busca es ganarse a esos sectores informales con gran poder económico a los
cuales el “roba pero hace obra” no les tiene sin mucho cuidado ético dada su
pragmaticidad absoluta.
Según dicen algunos entendidos en los
problemas del trasporte, la reforma no se hizo antes por falta de decisión
política. Cada vez que en la
Municipalidad de Lima se sugería el tema, los transportistas
hacían “una bolsa” para dejar las cosas como estaban. (Hasta el ahora
“venerable patricio” Luis Bedoya Reyes dicen que, siendo alcalde de la ciudad,
se opuso a la construcción de un subterráneo en Lima por presión de los
transportistas de ese entonces). Leyenda urbana o no, lo cierto es que no
existió ánimo político de parte de los alcaldes de los últimos cuarenta años
para encarar problema tan peliagudo.
Pero, como apuntamos,
los costos políticos de encarar las reformas no es la única explicación de la
baja aceptación de la alcaldesa Villarán. Creo que también se debe a sus
garrafales errores, que vienen desde sus primeros años de gestión. Faltó un plan
coherente, preparación, gente más versada en su entorno. (Su entorno de
confianza provenía de las ONGs, de la “izquierda pituca”, donde algunos incluso
por primera vez conocían el centro histórico de la ciudad cuando fueron a
trabajar a la
Municipalidad de Lima, adictos a las consultorías y redes
sociales, pero no al trabajo de campo). El factor humano que reclutó por
naturales razones ideológicas y clasistas fue insuficiente para el gran reto
que se había impuesto.
Si lo vemos en
retrospectiva, sus primeros años solo fueron de “aprendizaje”: obras
inconclusas, otras a medio hacer, improvisación por doquier (como la demostrada
en el tristemente célebre “olón” de la playa La Herradura, obra hecha
contra toda previsión técnica), o la improvisación y apresuramiento, de cara a
las elecciones, del “corredor azul”, con serias deficiencias y perjuicios para
el público usuario. Aunque, en honor a la verdad, la primera gestión de Luis
Castañeda tampoco brilló por grandes obras, más bien fue bastante opaca, hasta
mediocre; y su “obra-insignia” en la segunda gestión, el Metropolitano, demoró
su culminación más de lo previsto y costando seis veces lo que el presupuesto
inicial.
A ello se debe sumar
cierta arrogancia de la alcaldesa y la generación de anticuerpos: tiene un
“espíritu aristocrático” (de nuevo el factor de clase), quizás contra su
voluntad que, curiosamente, la hace sintonizar con los sectores altos, siendo
ella de izquierda, y rechazo manifiesto y poca comprensión por los sectores
populares (es sintomático como los vecinos de las zonas populares durante las
primeras semanas del “corredor azul”, frente a sus protestas de falta de buses
alimentadores, eran acusados por los altos funcionarios de la Municipalidad de
Lima –que no usan el trasporte público- como “ociosos”, “poco cívicos”,
“convenidos” y otros calificativos peyorativos, mientras con un distrito de
clase media alta como Miraflores firmaban esos mismos funcionarios un convenio
para “no molestar a los vecinos miraflorinos” recolocando el paradero final de
los buses).
Y, por supuesto, la
revocatoria desde que asumió el cargo, que la hizo concentrarse en su defensa
antes que en los problemas de la ciudad. Ya el tema lo hemos tratado en otros
artículos de este blog, pero existió en su contra un ánimo revocador de sus
opositores políticos que fue capitalizado por los errores en su gestión. (Si
analizamos en términos socio-raciales, curiosamente la revocatoria la lideró un
“cholo” –Marco Tulio Gutiérrez-proveniente de los sectores populares emergentes
contra una “pituca blanca” de pasado señorial. Eso da para un análisis
sociológico y hasta sicológico).
No dudamos de las
buenas intenciones de la alcaldesa, pero ese espíritu de clase confabula contra su accionar político.
A lo que debemos
agregar la falta de partido político propio. Otro de sus errores fue
presentarse con su propio partido a las elecciones generales del 2011,
perdiendo la representación electoral de Fuerza Social, lo que la llevó a
buscar desesperadamente un “vientre de alquiler” al más puro estilo de los
“políticos chicha” y a romper con muchos de sus antiguos aliados de izquierda
(muy parecido a lo que hizo Humala cuando llegó al gobierno), pese a que había
prometido no presentarse a una reelección cuando fue lo de la revocatoria. La ambición
personal pudo más que el razonamiento político desasosegado, y los resultados
los va a ver el 5 de Octubre.
También confabula que
una de sus “obras insignia”, la reforma del trasporte, la empezó muy tarde, por
lo que no va a gozar los réditos políticos que justifiquen una reelección. Si
la reforma la hubiese empezado seriamente un año atrás y tuviese para mostrar
dos o tres corredores que operen eficientemente, con un público usuario
“educado” en el uso del trasporte público como sucede en otras capitales de la
región, tendría algo que justificase en los hechos la continuidad de su
administración; pero, recién la reforma del trasporte se encuentra en el
periodo de prueba, con errores, marchas y contramarchas, y buses
reacondicionados y no los prometidos Euro V.
Aparte de ello, la
reforma del trasporte actualmente más beneficia a los sectores medios que usan
el corredor de la Avenida Arequipa
o el próximo de Javier Prado; pero un trabajador que vive en los distritos de Ventanilla,
Villa María o San Juan de Lurigancho no se beneficia directamente. Quizás a
futuro sentirá los beneficios, pero actualmente solo tiene molestias y pagos de
más por desplazarse a su trabajo o centro de estudios, al tener que usar dos o
tres vehículos. De repente, de haber comenzado por allí la reforma, en los
sectores populares, antes que en los sectores medios (de nuevo el interés de
clase), el resultado electoral pudo haber sido distinto (ahora que laboro en
una universidad ubicada al pie de la Panamericana Sur
constato que por allí ni remotamente ha llegado la reforma del trasporte e
impera la informalidad total).
Adicionalmente,
Villarán también podría enfrentar su propio Comunicore,
si se comprueba las graves irregularidades de su gerente en la Caja Metropolitana de Lima. De
ser así, de comprobarse el saqueo a las arcas comunales, sería el fin de otro
“mito”: el de la supuesta superioridad ética de la izquierda, el auto considerarse
“la reserva moral del país”; mito que por cierto ya se encuentra bastante
cuestionado con las graves acusaciones e indicios de corrupción y
enriquecimiento ilícito que pesan contra Gregorio Santos.
Pero, por el lado del
candidato que va puntero las cosas no son muy halagüeñas para la ciudad. Si
promete más de lo mismo de su primera gestión (escaleritas para los cerros y un
par de cruces a desnivel) será poco para Lima. La valla la tiene alta, dado que
la reforma del trasporte y del comercio mayorista significa que deberá
enfrentarse a los sectores informales que le van a dar su voto. Si todo regresa
“al estado pre-reforma”, sea con el eufemismo de una “revisión” o cualquier
otro subterfugio legal, la ciudad será la principal afectada.
Posiblemente la nueva
gestión de Castañeda se reduzca a un “Comunicore 2” en versión corregida y
aumentada, cumpliéndose la profecía
del “roba pero hace obra” que casi la mitad de electores piensa de él. No se
percibe ni en el propio Castañeda ni en su entorno ánimos de grandes reformas,
de “pisar callos”, sino más de lo mismo que vimos en su anterior gestión: un
poco de cemento por aquí o inaugurar unas escaleras por allá. (De hecho su
principal ofrecimiento hasta ahora –sin contar el estrafalario monorriel que
sacó de la manga- son doscientas “escaleras solidarias”).
Por ello, Villarán
por más que pierda las elecciones, en los últimos meses de su gestión deberá
consolidar la reforma del trasporte, corregir errores sin la presión electoral,
colocar “candados legales” a los cambios que inició e impedir así que el 1 de
Enero, cuando asuma el cargo el reelecto alcalde, se retorne a la situación
anterior del caos en el trasporte público. Será un haber que políticamente
podrá mostrar a futuro, que “Susana sí se atrevió” a lo que muchos alcaldes no
quisieron enfrentar.
Lamentablemente
cualquier cambio requiere enfrentar a los grupos fácticos de poder informales
que a lo largo de décadas han consolidado poder económico y político. Estamos
viendo su actuar no solo a nivel de los gobiernos locales, sino los regionales
y el propio gobierno central (el partido nacionalista llevó en sus filas a
muchos del sector informal y “las bolsas para campaña” del entonces candidato
Ollanta Humala fueron bastante evidentes).
Ese es uno de los
dilemas que se van a presentar en los próximos años, sea en la ciudad de Lima o
en las regiones.
No comments:
Post a Comment