Monday, September 01, 2014

LO PÚBLICO Y LO PRIVADO: A PROPÓSITO DE LOS CORNEJOLEAKS, LOS LOBIES, LOS CONGRESISTAS CON TRAMPAS, LOS CANDIDATOS CON ANTECEDENTES PENALES, POLÍTICOS VANIDOSOS, OTROS CON SUERTE Y LA TECNOLOGÍA DE INFORMACIÓN

Por Eduardo Jiménez J. 
       ejj39@hotmail.com

¿Un personaje público tiene vida privada o esta desaparece? La tiene, aunque en menor medida que una persona común y corriente. La regla es que a mayor exposición de la persona a la cosa pública, menor diámetro tiene su vida privada; y viceversa: los que no somos personajes públicos gozamos de una amplia vida privada, dado que la misma no interesa a los demás.

¿Es válido hackear correos de una cuenta personal de correo de un personaje público?

Más allá de la legalidad que busca ocultar estos intríngulis, no hay respuesta absoluta. Dependerá del contenido de esa cuenta. La respuesta será absolutamente afirmativa si en los correos se comentan hechos de interés que todo ciudadano tiene derecho a conocer al ser cosa pública, como sucedió con la cuenta interceptada del ex primer ministro Cornejo, donde una conocida lobista, socia nada menos que de la mismísima hermana del actual ministro de economía, solicitaba una ampliación del período de pesca de anchoveta para beneficio directo de una compañía pesquera donde ella -coincidencia de coincidencias- era directora.

Al hacer una ponderación, pesa más el derecho a conocer un hecho público que la privacidad del correo. Conflictos de intereses, donde lo público y lo privado se diluyen; y donde el entonces primer ministro utilizó una cuenta privada para tratar asuntos relativos a su gestión ministerial.

Es lo que sucedió también con el ministro de energía y minas, descubierto in fraganti, por otro correo hackeado, donde se detallaba que permitía graciosamente que una empresa regulada por su sector elabore el reglamento de una importante ley. Es decir, el gato de despensero.

Y estos dos casos son apenas un tímido ejemplo del tráfico de influencias que se produce a diario en el Ejecutivo que, como se recordará, se iniciaron apenas asumieron las riendas del estado con el famoso affaire de Las brujas de Cachiche, donde estuvo implicado Omar Chehade, primer vicepresidente de Ollanta Humala.

O pongamos algo más pedestre: el tráfico de influencias de los dos últimos ex presidentes del congreso nacional para nombramiento de “asesoras”, las que en realidad eran, en buen castellano, amantes, o como vulgarmente se denomina “trampas”.

No nos interesaría si las asesoras en cuestión hubiesen sido sufragadas con el peculio de los dos congresistas del oficialismo cuando ejercieron el cargo de presidentes del Parlamento; pero el interés público radica en que los nombramientos fueron pagados con el dinero de los contribuyentes, de todos nosotros, por lo que tenemos derecho no solo a saber, sino a que rindan cuentas y se sancione drásticamente a los dos congresistas y, por añadidura, devuelvan el dinero gastado en emolumentos, regalos y viajes de sus “asesoras”.

En una democracia con mayores controles de lo público hace buen tiempo los dos congresistas en entredicho hubiesen sido defenestrados de sus cargos, más con el agravante de haber detentado el cargo de Presidente de un poder del estado, y quizás purgado una condena privativa de libertad por haber utilizado recursos públicos para fines privados (mantener a la amante). Como vemos, acá no pasó nada, más allá de lo anecdótico.

Si bien el tráfico de influencias se ha producido también en otros gobiernos, como que en el presente el hecho da la impresión que se ha acentuado. Y eso que estamos hablando de un gobierno que iba a liderar “la gran trasformación”, incluyendo la moral del “hombre nuevo peruano”.

Un hecho al que debemos dar gracias a la tecnología es el uso de un software que permite cruzar información de distintas bases de datos y conocer oportunamente si alguno de los candidatos cuenta o ha contado con sentencia judicial por delito cometido.

En el pasado era imposible, sobretodo porque determinar caso por caso si un candidato tenía o no prontuario era descubrirlo cuando ya había juramentado el cargo o, peor aún, había concluido su mandato. Ahora gracias al software Veritas (creado por “hackers buenos”) hemos descubierto centenas de casos de candidatos sentenciados, desde delitos por omisión de alimentos, pasando por violaciones y estafas, hasta terrorismo y homicidios. Una verdaderas “joyitas”.

Otro grupo son aquellos que declararon un título o grado académico no obtenido. Son los que mordieron la vanidad de vanidades.

Para ser político no se requiere un grado académico. Fueron, y grandes políticos, sin ningún título o grado que ostentar, Víctor Raúl Haya de la Torre o José Carlos Mariátegui. Haya, por los avatares políticos de su dilatada vida, nunca pudo terminar la carrera de Derecho y menos obtener su título de abogado; y Mariátegui, por razones de salud y de situación económica, no terminó la educación primaria.

Sin embargo un discípulo de Víctor Raúl, con mayor suerte y confort económico que el maestro y, por añadidura, ex presidente de la república, decía ostentar, o por lo menos permitió que se creyese que ostentaba, un doctorado en la prestigiosa universidad La Sorbona de París; y, ahora, hasta se encuentra en tela de juicio su dudoso grado de magíster obtenido en una universidad donde su correligionario y buen amigo es nada menos que rector.

Claro, tiene cierto “estatus” que a un político con cargo público, antes de su nombre venga, a modo de prefijo, el consabido “doctor”, o que en las placas conmemorativas, a las que son muy afectos, aparezca la conocida frase “obra inaugurado siendo presidente o alcalde el doctor ……”; pero, le debe costar su esfuerzo, y doctores, realmente doctores, de verdad hay pocos. Vanidad de vanidades.

Pero, volviendo a los candidatos de las próximas elecciones, un grupo mayoritario de estos son los que no declararon bienes ni rentas. Imaginamos que debe ser gente que vive de lo que buenamente el partido al que pertenecen les da o lo que sus vecinos colaboran. No faltará un amigo por allí que le preste gratuitamente una casa para que viva con su familia, otro que le regale una camioneta 4x4 para que se desplace cómodamente, y uno más que tiene una cadena de supermercados y le proporciona de todo para la alimentación de él y su familia. Tipos suertudos la verdad, como el ex alcalde que va a la reelección por Lima, con serias dudas y manchas bien oscuras sobre su anterior gestión, título de una universidad donde no lo obtuvo y con un título de arquitecto en otra, obtenido misteriosamente, y que hasta ahora es un acertijo saber cómo vive o como dice la conocida letra de una canción “cómo lo hace”. Debe ser “rico” vivir así, sin trabajar, con amigos que te mantienen y de “yapa” obtienes títulos y grados profesionales que te llueven del cielo.

Pero, existe otro importante grupo de candidatos que tienen sentencia ya cumplida; es decir “pagaron su deuda con la sociedad” como eufemísticamente se acostumbra decir. Si bien es cierto ello, creo que el Estado, vía el Jurado Nacional de Elecciones, teniendo en cuenta el interés imperativo de la sociedad (de nuevo la cosa pública), debería poner en conocimiento de la ciudadanía quienes son estos candidatos que otrora delinquieron y por qué delito, aclarando indudablemente que ya cumplieron su condena. El elector decidirá al final si le entrega la confianza de su voto o no. Han existido casos de condenados redimidos realmente y que luego contribuyeron con una clara y notable función pública; pero, por el principio de trasparencia y publicidad, el elector debe conocer los antecedentes, el pasado, del candidato por el que piensa votar. Al final de cuentas es mejor tener un buen elector informado a uno que no lo es. Y como dice el conocido adagio –al cual era afecto el conocido ex presidente- “quien no la debe no la teme”.


De nuevo el interés público y el privado. En una república uno prevalece sobre el otro en determinados casos.

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