Thursday, September 04, 2014

OSTERLING O EL SER REPUBLICANO

Por: Eduardo Jiménez J. 

Agosto fue un mes aciago para la política, las letras y las artes.  Casi consecutivamente se fueron Henry Pease, Enrique Zileri, David Sobrevilla, Rafael y Victoria Santa Cruz y, ahora, Felipe Osterling.

Mi primer acercamiento a Felipe Osterling fue por el derecho: su tratado de Obligaciones, escrito al alimón con Mario Castillo, era y es consulta indispensable para el estudiante, con mayor razón cuando mi tesis de bachillerato versaba sobre un aspecto importante de las obligaciones como es el pago de intereses. Siempre le tuve respeto como “padre” del importante Libro VI del Código Civil; y si bien fue bastante conservador en la estructura final del texto (hecho que después me percaté era inherente a su carácter), se debe reconocer que es uno de los pocos temas del Derecho Civil donde los cambios se realizan muy lento.

Ideológicamente no fue un liberal, más bien fue el conservador que encajó muy bien en el Partido Popular Cristiano (“club de abogados” como alguien, en ese entonces, lo denominó acertada e irónicamente); aunque fue un socialcristiano por convicción y formación. Quizás la educación en colegios religiosos, los estudios en la PUCP “pre-modernizante” de la casona en la Plaza Francia, marcaron ese tono que iba bien con su carácter. Un tanto en esa tradición que insufló Riva Agüero para lo que pensaba debía ser una universidad católica.

Profesor por largos decenios, hacía cátedra no solo en el aula, sino también en la tribuna política. Un auténtico profesor lo es dentro y fuera de aulas. En ello fue un ejemplo para muchos de su generación y las que vinieron después. Dejó de ser profesor y se convirtió en maestro.

Un ejemplo del Osterling académico fue que solo publicaba aquello que pensaba valía la pena. No fue tanto hombre de multifacética obra, con mucha extensión pero poca profundidad, sino de escasa extensión, casi reducida al tema de Obligaciones, pero con evidente profundidad. En ese sentido fue un obseso, en el buen sentido del término, y uno de los pocos realmente juristas, en el sentido preciso de la palabra.

El Osterling político me llamó la atención mucho después. No tanto el ministro de justicia del segundo gobierno de Belaunde, sino el que desafió el autogolpe de Alberto Fujimori en 1992. La célebre foto donde increpa airado a los militares que le impiden ingresar al Congreso en calidad de presidente del Senado dio la vuelta al mundo.

Su vida política activa terminó en ese momento, pero no su participación en la política como opinante, como hombre preocupado por la cosa pública. Osterling pertenece a esa vieja raza de republicanos que, sin importar la tienda donde militan, su interés está en los problemas del Perú y sus posibles soluciones.

Esa raza que se va extinguiendo con la desaparición de Henry Pease desde el ejercicio de la cátedra y la política, de David Sobrevilla desde la filosofía comprometida con la realidad, de Enrique Zileri desde el periodismo crítico, y Felipe Osterling desde la tribuna del derecho. No fue de esos “juristas” que se creen asépticos y prefieren no opinar de política (y terminan sirviendo a dictaduras o gobiernos autoritarios). Todo lo contrario, quiso “ensuciarse las manos” en su compromiso con el país, más allá de las intolerancias que todavía imperan en nuestro medio.

Sus últimos años los dedicó a escribir sus memorias y a poner a punto la versión definitiva de su Tratado de Obligaciones, de reciente circulación.


Viejo republicano, quizás con él se está extinguiendo una forma de acercarse a la política, comprometida con el país y sus instituciones más allá de los apetitos inmediatos. Descanse en paz.

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