Por: Eduardo Jiménez J.
El “no” a la independencia se impuso sobre el
“sí” en el referendo del 18 de Setiembre, por lo tanto Escocia continuará
siendo parte del Reino Unido de la Gran
Bretaña. De haberse impuesto el “sí” hubiese tenido
posiblemente un “efecto dominó” en otras regiones separatistas de Europa,
especialmente los catalanes que se preparan para una consulta similar.
Una de las consecuencias del fin de la guerra fría fue el resurgimiento de los
nacionalismos europeos que se encontraban en un segundo plano por las tensiones
entre el Este y el Oeste. Terminada la guerra con la implosión de la Unión Soviética , se elevaron a
primer plano, a veces en forma dramática como en la ex Yugoslavia o las propias
repúblicas ex soviéticas y, en ciertos casos, el silenciamiento independentista
fue sangriento como en Chechenia.
En otros, donde existe un desarrollo mayor de
las formas democráticas, la decisión de declararse autónomos pasa por las
ánforas, por la consulta directa a los ciudadanos involucrados. Es lo que
sucedió en Escocia, lo que puede suceder en España con respecto a los catalanes
y vascos, y lo que también pasó en la zona
franco parlante del Canadá. Matices más matices menos ha existido un deseo de
independencia que se ha resuelto “civilizadamente”.
Nosotros tenemos también, de vez en cuando,
ansias separatistas, como la del sur de Puno, con la creación de la Nación Aimara que reúna a las
etnias a los dos lados de la frontera, tanto los aimaras de Perú como los de
Bolivia. Hasta ahora el asunto no ha pasado más allá de poses declarativas y
sustentos “históricos”; pero como Estado debemos estar preparados para lo que
pueda venir, si el estado de las cosas cambia.
Ello obedece a que los estados-nación que se
crearon fue producto de un sometimiento violento de unos pueblos hacia otros,
no consensual, pueblos que por otra parte conservaron un fuerte nacionalismo; por
lo que en ciertas coyunturas resurge, como la acaecida en Europa a raíz de la
crisis económica que todavía no la superan. Así, la nación que dentro de un
Estado pretende autonomía, supone que con sus recursos le irá mejor que siendo
parte de otro Estado. Es lo que acaeció con los escoceses y el petróleo del Mar
del Norte, cuyas reservas no están del todo justificadas, dependiendo cómo se
mire el vaso, pero sirvió de incentivo a favor de la campaña por el “sí”.
Quizás en el caso de Escocia primó cierta
cordura.
Con las naciones sucede lo mismo que con las
familias: a veces podemos renegar de nuestros parientes más próximos o desconocerlos
como tales. Las imposiciones de los lazos consanguíneos son arbitrarias, pero
lo cierto es que el paso del tiempo y el trato nos hace verlos como personas
cercanas a nosotros, y con ciertas características más o menos similares.
No obstante el ambiente polarizante que se
vivió en las últimas semanas, muchos escoceses, sobretodo los indecisos, con la cabeza más fría sopesaron lo que
podrían perder en caso separarse de Gran Bretaña (la estabilidad de la libra esterlina,
puestos de trabajo en empresas inglesas, barreras migratorias, incertidumbre
frente a un futuro desconocido, posible no reconocimiento por parte de la Unión Europea ) y aplicaron el
viejo adagio que dice más vale malo
conocido que bueno por conocer.
Mal que bien son parte del Reino Unido y de
un gobierno que les ha prometido más autonomía de la que en la actualidad gozan.
Es meritorio reconocer la labor de persuasión (a veces aplicando el “susto” de
lo que podría pasar en caso de una secesión) que han tenido los líderes de los tres
principales partidos: los conservadores, los liberales y los laboristas. Todos
ellos han suscrito el acuerdo para mayor autonomía política y
financiera-tributaria a favor de Escocia que, conocidos los resultados,
comenzaría a ejecutarse el próximo año; abriéndose paso a un “nuevo pacto
político” entre las naciones del Reino Unido: una suerte de federalización con
“micro estados” al interior de un gran estado, experimento político que quizás
sirva de ejemplo para casos similares.
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