Por:
Eduardo Jiménez J.
La misma gente de
izquierda ya está haciendo sus análisis y la autocrítica en la fallida forma
que se hizo gobierno municipal. Más allá de aquellos que achacan la culpa del
fracaso del gobierno municipal de izquierda a la derecha (para ellos la culpa
siempre es de otros), podemos resumir en algunos puntos cuestionables la
gestión de Villarán: privilegio de tecnócratas sobre operadores políticos, provenientes
sobretodo de las ONG, buenos para la consultoría y redes sociales, pero nulos
para el trabajo de campo (muchos por primera vez pisaban el centro histórico de
la ciudad al trabajar en el Municipio) y torpes ante las “zancadillas” que les
colocaba la oposición a cada momento –incluyendo la revocatoria-; enfoque
básico en la clase media y media alta y nula visión de una Lima en su conjunto para
el futuro; improvisación a granel (el “olón” de la Herradura , el corredor
azul); descuido de obras para los sectores populares (el puente “Bella Unión” demoró
meses en ser restablecido; el túnel de San Juan de Lurigancho se encuentra sin
concluir); pérdida de la identidad partidaria por una “mala lectura” del
resultado obtenido en el 2010, debido más al azar que a la capacidad de sus
dirigentes (Fuerza Social perdió su representatividad política postulando en
solitario a las generales del 2011, creyendo que se encontraban en la cresta de
una ola electoral); y el subsecuente y desesperado “vientre de alquiler” para
las municipales y el “pactismo” con políticos cuestionables de Perú Posible, al
más puro estilo de la derecha bruta y
achorada. Ya no hablemos de la parte ideológica, donde existe una mezcla en
distintas proporciones de progresismo, enfoque multicultural, republicanismo, ecologismo light, aderezado todo con
ciertos toques de liberalismo clásico y apertura al mercado.
Es una izquierda que
se desdibujó en los últimos años, perdió el norte y perdió aliados dentro de la
misma izquierda.
Pero a
contracorriente tenemos otra izquierda, la de provincias, una “izquierda chola”,
bastante radical, con base política en Patria Roja y base social en el
magisterio estatal y el campesinado, cuyos cuadros provienen de una clase media
provinciana ilustrada, que en su
discurso ha tomado como banderas el cuidado del medio ambiente, la oposición a
la gran minería y el predominio de una ruralia, una suerte de gran campo
armónico con la naturaleza. Su mejor exponente es Gregorio Santos quien, pese a
estar con prisión preventiva por graves cargos de corrupción, ha conseguido
cerca del 50% de votos a su favor. En menor medida se encuentran otros “antis” de
tendencia radical que operan en el sur del país. El común denominador de todos
ellos es su desprecio y desconfianza a todo lo que provenga de Lima, incluyendo
a los “dirigentes” de izquierda limeños. (Como una vez sostuve en un post, medio
en broma, es el antagonismo irresuelto entre la izquierda caviar y la
izquierda salchipapa).
Se puede cuestionar
el discurso antiminero de esta izquierda provinciana; pero no se puede negar su
arraigo popular. Y difícilmente ese arraigo obedece “al electarado” como acusa
la derecha dura, sino a la sintonía con los problemas que tienen las regiones
mineras, desde el agua –valiosísimo recurso en los campos cultivables- hasta la
repartición de los beneficios de la explotación de las minas.
Evidentemente esa
izquierda provinciana ha sabido buscar un enemigo que le sirva de caballito de
batalla, y lo encontró en la gran minería formal que curiosamente no contamina
en las proporciones que la informal o la ilegal; pero al centrarse en “las
grandes empresas mineras” no colisiona contra sus bases partidarias, muchos de
cuyos integrantes y familiares se dedican a la minería artesanal y a todo lo
que ella conlleva, incluyendo rapto de menores para la prostitución infantil.
Fríamente es cuestión de estrategia política. (Ese mismo bastión de izquierda
provinciana radical sirvió de base electoral al entonces candidato Humala,
tanto en las generales del 2006 como las del 2011).
La pregunta es si tiene
futuro la izquierda provinciana. Evidentemente que sí y bastante; pero en el
camino va a tener que volverse más orgánica, plantear objetivos viables (atenuar
el discurso anti y proponer estrategias viables de desarrollo) y ejercer la
democracia interna. Ese es uno de sus grandes retos, pasar de movimiento social
de protesta a partido político orgánico. Y si se unifican en un solo partido
nacional (tarea, por cierto, bastante ardua y complicada), uniendo todos los
movimientos sociales provincianos en una sola plataforma, podemos hablar de un
partido político con proyección nacional. (En cierta manera Tierra y Libertad
del padre Arana ha dado el salto, pero le falta mucho trecho por recorrer).
En el camino deben
evitar repetir uno de los peores males de la política nacional: el caudillismo
y el caciquismo, fenómenos que se están volviendo recurrentes en los
movimientos regionales de izquierda, emulando el estilo de la derecha
conservadora.
¿Esa izquierda
provinciana podrá sintonizar con la izquierda light, pituca, de Miraflores y
San Isidro?
Lo veo difícil. La
limeña izquierda light electoralmente
no es significativa. No existen partidos representativos de izquierda, no
tienen bases sociales y carecen de coherencia partidaria y programática
(hicieron un intento con el Frente Amplio, pero quedó a medias). Deberían mirar
hacia el pasado y ver que el mejor momento de la izquierda fue entre los años
70 y 80, teniendo su cenit con Izquierda Unida. El secreto no fue otro que la
organización a partir de unas sólidas bases populares y el desenvolvimiento de
un populismo edil de izquierda encabezado por un líder carismático al frente (hoy
esas bases son o castañedistas o fujimoristas).
Quizás el intento de
colocarse Villarán en el centro político, con un discurso dirigido sobretodo a
las clases medias ilustradas, poco entendible para el ciudadano común, no dio
el resultado esperado. No basta con “renunciar” a un pasado político, sino en
ser convincente y coherente en las propuestas.
Y eso lleva también a
que la izquierda necesita un líder carismático, que gane elecciones, que
“arrastre votos”, como lo fue el desaparecido Alfonso Barrantes, quien no
necesitó renunciar a su pasado mariateguista
y practicó más bien un populismo edil de izquierda, realizando con escasos
recursos una de las mejores gestiones que tuvo la ciudad de Lima. (La
institución del programa del vaso de leche nació en su administración).
En estos momentos no
cuentan con un líder así y todavía se debaten en pugnas de protagonismo los
viejos sesentones y setentones que fueron “revolucionarios” hace ya cuarenta
años.
Comparto la idea de
Antonio Zapata, en el sentido que los “viejos patricios” de la izquierda -esos
que creen estar vigentes porque tienen una columna semanal en algún periódico,
concentrados casi todos en el colectivo Ciudadanos
por el Cambio- renuncien a todo protagonismo y cedan el paso a los jóvenes.
Nunca se aplicaría con más certeza la sentencia de Manuel Gonzáles Prada. Se
abran las compuertas a las bases a fin que se produzca el relevo generacional.
Quizás de allí surja un líder carismático, en sintonía con la Lima actual y las nuevas
generaciones. En la revocatoria del 2013 se vislumbró más de un joven con
bastante carisma. (Pienso en Marisa Glave, quien se jugó por entero contra la
revocatoria).
Pero como están las
cosas, dudo que renuncien. Susana Villarán ya declaró que no abandona la
política (en otros países, con el magro resultado cosechado el 5 de Octubre,
muchos políticos se retiran a sus cuarteles de invierno), así que suponemos
tentará suerte en las congresales del 2016. (No creo sea tan desubicada de
pensar en las presidenciales). Los viejos opinólogos tampoco quieren soltar sus
posiciones de privilegio en la izquierda; y más o menos se repite en la zurda
lo que sucede en los partidos de derecha: caudillismo hasta la muerte; muere el
caudillo y con él muere el partido.
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