Monday, December 22, 2014

UNAS COMO DRAMA, OTRAS COMO COMEDIA: LA LEY DE EMPLEO JUVENIL

Por: Eduardo Jiménez J.
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       @ejj2107

El viejo Marx decía que la historia se repite, solo que en la segunda ocasión era comedia lo que antes fue drama.

Algo de ello parece esbozarse en las postrimerías del gobierno de Humala: una suerte de déjà vu de lo que fue el autoritarismo neoliberal del gobierno de Fujimori en los noventa. Por lo menos algunas medidas en el ámbito laboral, como la cuestionada ley de empleo juvenil (“ley pulpín”), nos retrae a aquellos tiempos de la ideología del cholo barato y el tigre de los andes (todo al ritmo del chino).

Es cierto que políticamente la ley trae réditos a la oposición. Es poco complicado ubicarse en contra de una norma que recorta derechos. La inversión es poca y la rentabilidad (política) es alta. De allí que gran parte del establishment se haya plegado a la izquierda del gobierno, rechazando la ley. Hasta los fujimoristas, Alan García II y Pedro Pablo Kuczynski la rechazaron¡¡¡

Pero no menos cierto es que el gobierno se encuentra atrapado en la complacencia al gran capital, cuya eterna monserga son los sobrecostos laborales, lo que se encuentra en relación inversa al rechazo ciudadano. Es que el ambiente de sensibilización de los derechos laborales es mucho mayor hoy en día que en los años noventa, donde la población en forma más o menos conciente aceptó un recorte de derechos en aras de un futuro mejor para sus hijos. Fue una suerte de pacto social tácito de sacrificio generacional en el entorno del terrorismo, desgobierno y pocas posibilidades económicas en aquel entonces.

Obviando las interpretaciones constitucionales, que serán variadas; nos encontramos con la efectividad de la norma, vale decir si conseguirá los fines deseados. Y en este extremo es que pueden comenzar a verse los fallos, en el sentido que la ley aprobada pueda ser objeto de un abuso por parte de los empresarios, sustituyendo a trabajadores con derechos por otros con no tantos. Y, lo peor, con la complacencia de un gobierno débil y que hace mucho arreó las banderas de las reivindicaciones populares (si alguna vez las tuvo).

Tampoco es probable que la norma beneficie a los miles de trabajadores de las pequeñas empresas, sumidos en la explotación más vil, los que pese a las facilidades otorgadas a las MYPES jamás han formalizado a sus trabajadores.


Más allá de los dilemas políticos del gobierno humalista, sería patético que termine siendo recordado como un gobierno entreguista al gran capital nacional y extranjero, incluyendo la mano de obra, lo que significó para muchos de sus votantes una esperanza de cambio.

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