Por: Eduardo Jiménez J.
@ejj2107
Lo
que siempre me gustó del recordado Tito
Flores Galindo fue su libertad para interpretar los hechos y las ideologías.
Socialista de convicción, no se encasilló en los dogmas que fosilizaron al
marxismo, sino que, al estilo de José Carlos, lo interpretó libremente. Fue
creación heroica.
Intelectual
orgánico, como lo quería Gramsci, tuvo un compromiso político, pero sin
nublarle los sentidos y el pensamiento. De allí la libertad que respiraban sus
textos, algo difícil de encontrar.
Precisamente
La agonía de Mariátegui, la polémica
con la Komintern (la internacional comunista de ese entonces) es la mejor
prueba. Delicioso y libérrimo ensayo sobre los últimos años del Amauta, que a
muchos de la izquierda de ese entonces les encarapeló el cuerpo.
Coincidentemente,
como Mariátegui, Flores Galindo vivió pocos años. Dicen de las personas con
corta vida, que lo presienten, una voz en su interior les susurra que su paso
por este mundo será breve, y tratan, en el poco tiempo que les resta, vivir
intensamente, haciendo lo que sienten como su vocación. Tito con su producción
intelectual fue un ejemplo de ello. Como que luego vendría Buscando un Inca. Obra mayor. Y después la muerte, hace ya
veinticinco años.
Al
igual que Mariátegui, supo de la importancia de las utopías. De las creencias
que mueven a las personas y colectividades, algo despreciado por el marxismo
ortodoxo, considerado hasta “reaccionario”. Son los pathos subyacentes en el espíritu popular. Los grandes políticos
saben de eso y cómo llegar así al pueblo.
La
izquierda no ha vuelto a tener un intelectual de la talla de Flores Galindo
(menos la derecha). Es bueno recordarlo, son ejemplos de integridad moral en
estos tiempos de gris mediocridad, de publicaciones olvidables, de copia y
pega, incluso de reconocidos “intelectuales”. Hasta siempre.