Tuesday, March 31, 2015

RECORDANDO A ALBERTO FLORES GALINDO

Por: Eduardo Jiménez J.
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Lo que siempre me gustó del recordado Tito Flores Galindo fue su libertad para interpretar los hechos y las ideologías. Socialista de convicción, no se encasilló en los dogmas que fosilizaron al marxismo, sino que, al estilo de José Carlos, lo interpretó libremente. Fue creación heroica.

Intelectual orgánico, como lo quería Gramsci, tuvo un compromiso político, pero sin nublarle los sentidos y el pensamiento. De allí la libertad que respiraban sus textos, algo difícil de encontrar.

Precisamente La agonía de Mariátegui, la polémica con la Komintern (la internacional comunista de ese entonces) es la mejor prueba. Delicioso y libérrimo ensayo sobre los últimos años del Amauta, que a muchos de la izquierda de ese entonces les encarapeló el cuerpo.

Coincidentemente, como Mariátegui, Flores Galindo vivió pocos años. Dicen de las personas con corta vida, que lo presienten, una voz en su interior les susurra que su paso por este mundo será breve, y tratan, en el poco tiempo que les resta, vivir intensamente, haciendo lo que sienten como su vocación. Tito con su producción intelectual fue un ejemplo de ello. Como que luego vendría Buscando un Inca. Obra mayor. Y después la muerte, hace ya veinticinco años.

Al igual que Mariátegui, supo de la importancia de las utopías. De las creencias que mueven a las personas y colectividades, algo despreciado por el marxismo ortodoxo, considerado hasta “reaccionario”. Son los pathos subyacentes en el espíritu popular. Los grandes políticos saben de eso y cómo llegar así al pueblo.

La izquierda no ha vuelto a tener un intelectual de la talla de Flores Galindo (menos la derecha). Es bueno recordarlo, son ejemplos de integridad moral en estos tiempos de gris mediocridad, de publicaciones olvidables, de copia y pega, incluso de reconocidos “intelectuales”. Hasta siempre.


Wednesday, March 18, 2015

ATACADA: EL CINE COMO PROPAGANDA

Por: Eduardo Jiménez J.
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La ópera prima de Aldo Miyashiro evidencia un interés didáctico y de denuncia sobre la violación impune de mujeres en nuestro país (los créditos finales dan cuenta de una acuciosa investigación previa), así como la ineficacia de la administración de justicia en resolver el conflicto social. Quizás ese afán didáctico y de denuncia es lo que “lastra” el filme que cuenta con una interesante primera parte.

Atacada se encuentra dentro del grupo de películas que se denomina cine de propaganda o proselitista, donde el realizador o los productores buscan resaltar una idea, una persona o un hecho determinado, sea apologéticamente o como denuncia. Casi siempre existe un interés ideológico, religioso o político en el tema. Fue el cine de, por ejemplo, la documentalista alemana Leni Riefenstahl, donde resaltaba las supuestas bondades de la raza aria en la época del nazismo; o, más recientemente, de películas como Cristiada, donde se hacía apología de la heroicidad de los católicos que murieron en la llamada guerra de los cristeros, en el México post revolucionario.

El gran peligro del cine de propaganda o proselitista es caer en los esquemas o clichés. Vale decir todo se encuentra en función de la idea o el concepto. Personajes y trama van en función a lo que se quiere denunciar o resaltar. Y ese es el principal problema de Atacada, subtitulada existencialmente como La teoría del dolor.

La película tiene cuatro partes claramente delimitadas: la etapa previa a la violación donde conocemos a Andrea y a su entorno. La violación propiamente. La tercera es el shock post traumático y el inútil juicio que sigue contra Rodrigo, el violador. La última es la venganza personal. Hay un epílogo donde vemos al personaje algunos años después tratando de rehacer su vida.

Las tres primeras partes (la etapa previa a la violación, la fiesta donde se produce, la inútil batalla legal de Andrea -muy al estilo anglosajón-) tienen ese afán de demostrar los efectos de la violación perpetrada y la ineficacia de la justicia en nuestro país cuando se trata de los poderosos, como lo evidencia la desaparición de los videos que registraron el hecho, y la “compra” de testigos y del propio médico legista. La esquematicidad de los personajes es evidente: los “buenos” son marcadamente buenos, y los “malos” marcadamente malos. Y en ese punto es donde se desequilibra la película: por demostrar una idea (la ineficacia del sistema de administración de justicia frente a un hecho tan clamoroso de violación) tenemos personajes que no llegan a desarrollar del todo y quedan como portavoces de una idea. Aparecen más como figuras, pero les falta densidad.

No obstante, pudo haber sido un mal menor, si el filme no se dilatase tanto con un giro rocambolesco donde se da cuenta de la venganza de los amigos de Andrea contra Rodrigo. La película pierde rumbo del todo, entramos truculentamente al cine gore, y se acentúa la parte melodramática con el internamiento de la protagonista en un penal por ser supuestamente “autora intelectual” del delito, amén del padre que fallece de tristeza y un pequeño que la espera a su salida de la cárcel (suponemos producto de la violación). Acá desbarranca del todo, cuando pudo tener un buen corte con el fin del juicio y un breve epílogo sobre la protagonista.

Es meritorio que Miyashiro haya tratado un tema que casi es de género y lo tratan por lo general mujeres. Vale el intento (y se debe ser muy hombre para hacerlo). Esperemos que en su siguiente largo pueda equilibrar mejor las cosas.


ATACADA  
Dir y Guión: Aldo Miyashiro
c/ Érika Villalobos (Andrea), Jason Day (Rodrigo), Eduardo Cesti (padre de Rodrigo), Carlos Gassols (padre de Andrea), Christian Rivero (Diego)
Perú/2015/Drama**/Estrenos


Tuesday, March 10, 2015

EN FACEBOOK TODOS SOMOS FELICES

Por: Eduardo Jiménez J.
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El título no es mío, lo tomé de un artículo muy interesante publicado en la versión digital del diario argentino La Nación (http://www.lanacion.com.ar//1725676-el-espejo-de-facebook-cuando-la-vida-ideal-de-otros-trae frustracion?utm_source=n_hoy_nota2&utm_medium=saberhoy&utm_campaign=NLSoc), que trata el tema de lo que publican los usuarios en facebook, la principal red social del mundo.

A grosso modo el artículo alude a las fotos y videos que las personas suben a la red, donde aparentan un estado de felicidad eterno, o vacaciones a lugares exóticos que cualquiera no podría tomar, lo cual dista mucho de ser real; pero, a contrario, quienes ven esas imágenes y están atravesando por un grave momento, las puede deprimir más de lo que ya se encuentran al ver tanta felicidad de otros, produciendo el efecto inverso a lo visto, es decir de insatisfacción frente a su propia vida o envidia hacia la exhibida por los demás.

Si bien el artículo es bastante genérico en sus apreciaciones; es cierto que –como sucede en la vida real- muchas personas aparentan un estado de dicha o una situación que no se condice con la realidad que viven. Ha sido el caso, por ejemplo, de los que aparentan una felicidad conyugal que no existe con fotos tipo estoy con mi esposo (a) en un restaurante o en una playa, o regalándome flores y chocolates en el aniversario de bodas o por San Valentín, cuando en la vida real es probable que su relación conyugal se encuentre bastante deteriorada. O, también, de aquellos jóvenes que proclaman “conquistas” de mujeres exuberantes y luego se descubre que son fotos trucadas. Para no mencionar la de aquellos trabajadores que simulan en sus vacaciones ir a una playa paradisíaca del Caribe y más bien se la pasaron en la cabina de internet a la vuelta de su casa.

En cierta forma esas imágenes del mundo virtual buscan compensar la vida diaria, plagada de momentos grises, tediosos y frustrantes (que son los mayores en la vida). El ser humano siempre ha buscado una forma de liberarse de la realidad que lo agobia y limita. En el pasado era con un buen libro que, incluso, enriquecía su existencia, o también viendo alguna película interesante; pero en la actualidad, gracias a la tecnología digital, se ha optado por la manera más pedestre y directa, como son las imágenes y fotografías que colgamos en las redes sociales.

Por regla la información de la red debe tomarse con mucha cautela. Es muy humano querer aparentar una imagen que no es o de potenciar una que apenas es en la vida real. El juego de las apariencias se produce casi en todos los seres humanos; difícilmente encontraremos alguien que se presente ante los demás como es realmente, dado que existe el deseo de ser aceptado por su entorno social (y virtual), y una forma sencilla es la de aparentar tener éxito, ser dichoso o mostrarse sumamente amable y ocurrente.

También se encuentran aquellos que suben fotos acompañados de algún personaje público e indican más bien estatus. Puede ser un cantante, un político, un empresario: “aparezco al lado del famoso tal”, ergo me codeo con “los grandes”. Mientras su face no sea únicamente un mural de “fotos con los famosos”, pasa.

Y hablando de excesos, como señala el artículo, están aquellos que cuelgan fotos de todo lo que hacen: comiendo, manejando, subiendo al bus, paseando al perro o hasta entrando al baño. La interpretación sicológica de tamaño narcisismo se la dejo a los sicólogos; pero el efecto en las redes será el contrario al deseado, el aludido comienza a no gustar, porque como dice el viejo refrán bueno es culantro, pero no tanto.

Desde el punto de vista sociológico, el fenómeno se produce por lo que ha venido en denominarse la sociedad del espectáculo, donde la vida íntima o personal es puesta de manifiesto abiertamente. Algo que se ve muchísimo en los medios de comunicación y en las redes sociales. El fenómeno es mundial, pero en algunos países –como el nuestro- se ha extendido ampliamente. Basta ver la amplia cobertura que tiene el rompimiento amoroso o la “sacada de vuelta” (infidelidad) entre un cantante o jugador de fútbol y una vedette, o entre dos jóvenes que saltan a la fama por el simple hecho de participar en algún reality televisivo (ver nuestro artículo La tv basura). Este fenómeno, por emulación, es replicado entre los innumerables jóvenes anónimos que comienzan a exteriorizar los asuntos más íntimos en el facebook y demás redes.

Otro grupo sí es peligroso y son los “vengativos”. Aquellos o aquellas que rompieron bruscamente una relación sentimental y comienzan a publicitar fotografías comprometedoras de la otra parte o a deslizar en su muro comentarios muy personales de su comportamiento bajo las sábanas (qué hacía o qué no hacía en la cama, cuánto duraba, si era real o fingido, gustos, preferencias, aversiones). Casi siempre son jóvenes (aunque algunos no tan jóvenes) que se dejan llevar por el despecho o la ira del momento, sin tomar conciencia que su accionar puede perjudicar a terceros. Hace poco me enteré del caso de un padre de familia, muy acongojado, cuando vio en el facebook del ex enamorado de su hija, fotos donde ella aparecía practicándole sexo oral al muchacho. Imagínense lo que ese padre sentirá en su fuero interno.

Generalmente los “amores eternos juveniles” duran lo que dura un verano o un ciclo académico de estudios, por lo que las fotos o videos grabados en pleno romance, no se sabe qué futuro tendrán terminado este. Gracias al digital, las imágenes tomadas inocentemente con un celular pueden ser manipuladas o descargadas en otros medios; y fotos apasionadas en una fiesta pasado(a) de copas o en la intimidad de un  hostal, pueden ser utilizadas luego para fines no muy santos de coerción, chantaje o simple desquite.

Y ya no hablo de aquellos que sí son concientes de lo que hacen, como muchos adultos que buscan niñas, niños o adolescentes para sus gustos sexuales. El pederasta sí tiene una conciencia más clara de lo que está cometiendo con frío cálculo, que la del muchacho o muchacha que se deja llevar por las emociones del momento fruto del despecho o de una infidelidad descubierta. (Hace poco, en mi país, se descubrió el chantaje sexual a cambio de favores académicos que nada menos un director de un colegio de varones perpetraba contra sus púberes alumnos).


No todo lo que se publica en el facebook y en general en las redes sociales es felicidad, puede existir también la parte oscura y dramática del caso. Al final de cuentas, el mundo virtual refleja lo que somos en la vida real como humanos, ni más ni menos.