Por: Eduardo
Jiménez J.
@ejj2107
Castañeda
ha demostrado que carece de un plan coherente para Lima, salvo el de meter
cemento a diestra y siniestra, y borrar todo vestigio de la administración
anterior. Y, parece también, que ha perdido todo contacto con la realidad (lo
que hay dentro de su mente es preocupante, como manifiestan los sicólogos), reflejado
en su estrepitosa caída en la aceptación ciudadana. Y todo en menos de cien
días.
Somos
quizás una de las pocas capitales donde impera el caos, desorden e informalidad
en el trasporte público. Ya no hablemos de las ciudades europeas, sino de algunas
vecinas, como las de Santiago, Bogotá o Quito, para darse cuenta de la
diferencia. La calidad de vida del vecino –algo que importa poco a Castañeda-
es mucho mejor en otras ciudades, en lo que al trasporte público se refiere. Y
la receta no es otra, sino que cada alcalde iba mejorando lo que su antecesor
había hecho. Sin complejos adánicos, se iba sumando en beneficio de los vecinos
de la ciudad.
Con
una voluntad digna de mejores causas en sus tres primeros meses de gestión
desmanteló la incipiente reforma del trasporte iniciada por la gestión Villarán
y, de paso, canceló un magaproyecto tan importante como Vía Parque Rímac, a fin
de echar mano a sus fondos (no pierde sus viejas costumbres) y construir
un by pass entre las avenidas Garcilaso
y Arequipa, obra que todos los técnicos han criticado porque no es necesaria,
ni cuenta con expediente técnico, como tampoco los permisos legales
obligatorios para una obra de esa envergadura. Se va a gastar dinero de todos
los contribuyentes en una obra que no es vital para la ciudad, sin expediente
técnico ni licitación (el contratista ha sido designado a dedo), teniendo de
contratista a una empresa (la brasileña OAS) sumamente cuestionada en su país
de origen por ofrecer coimas a los funcionarios públicos (aparte que en Brasil
extrañamente se ha declarado en quiebra).
Ha
vuelto a sus antiguas andadas, cuando pensaba que Lima era como su chacra, sin
darse cuenta que la ciudad cambió en los años que no estuvo en la alcaldía, con
ciudadanos más atentos a una propuesta de mejor calidad de vida y de ahorro en
las horas de trasporte (promedio actual: el limeño pierde cuatro horas en
viajes en combi, sin seguridad y sin horarios). No obstante ello, una de sus
primeras medidas como alcalde fue prorrogar automáticamente el caótico y
demencial recorrido de las combis por tres años más, sin importarle los muertos
y heridos que al amparo de su ordenanza han ocasionado, como los temibles
“chosicanos”.
Ya no hablemos de la cultura, la que es
borrada con pintura amarilla. Creyendo que con “el cucó” del terrorismo iba a
pasar desapercibida su decisión autoritaria: la mayoría de ciudadanos se
encuentra en desacuerdo con la decisión tomada de borrar los murales, así como
en que haya deshecho la reforma del trasporte, reforzando de nuevo el sistema
comisionista-afiliador de las combis asesinas y repletas de infracciones.
La
seguridad ciudadana brilla por su ausencia, con un centro histórico donde se
producen asaltos y robos a cada momento, y donde impera de día y de noche la
prostitución clandestina y los hostales en cada esquina. (No es casualidad que
se deje ejercer el más antiguo oficio a vista y paciencia de los vecinos, si
nos percatamos que la prostitución es uno de los más lucrativos negocios, por
lo que muchos funcionarios ediles prefieren hacerse de la “vista gorda”).
A
estas alturas menos podemos hablar de trasparencia. Su gestión, como las pasadas, se
caracteriza por hacerlo todo a media luz, siempre en la oscuridad.
En
un estado democrático y constitucional, los otros poderes e instituciones del
estado deben preocuparse por la situación anómala del manejo de la capital por
un alcalde que ha perdido el rumbo hace tiempo. Es hora que actúen la
Controlaría General de la República, el Ministerio de Economía y Finanzas y el
propio Congreso de la República, que, felizmente, ha mostrado cierto interés en
el tema. Y es hora también que reformemos la ley de municipalidades. No es
posible que el alcalde electo tenga mayoría absoluta de regidores en forma
automática. Las votaciones para regidores deben ser independientes a la de
alcalde.
El
alcalde Castañeda se quedó en la Lima de inicios de siglo, con sus escaleritas
pintadas y el culto a la personalidad. Lo bueno, que su gestión solo durará
cuatro años, sin posibilidades de reelección inmediata. Lo malo: habrá que
comenzar de cero cuando se vaya, ya que no habrá hecho nada, salvo artificios
para los tontos.
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