Thursday, April 09, 2015

LIMA COMO SU CHACRA: CASTAÑEDA A LOS CIEN DÍAS



Por: Eduardo Jiménez J.
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Castañeda ha demostrado que carece de un plan coherente para Lima, salvo el de meter cemento a diestra y siniestra, y borrar todo vestigio de la administración anterior. Y, parece también, que ha perdido todo contacto con la realidad (lo que hay dentro de su mente es preocupante, como manifiestan los sicólogos), reflejado en su estrepitosa caída en la aceptación ciudadana. Y todo en menos de cien días.

Somos quizás una de las pocas capitales donde impera el caos, desorden e informalidad en el trasporte público. Ya no hablemos de las ciudades europeas, sino de algunas vecinas, como las de Santiago, Bogotá o Quito, para darse cuenta de la diferencia. La calidad de vida del vecino –algo que importa poco a Castañeda- es mucho mejor en otras ciudades, en lo que al trasporte público se refiere. Y la receta no es otra, sino que cada alcalde iba mejorando lo que su antecesor había hecho. Sin complejos adánicos, se iba sumando en beneficio de los vecinos de la ciudad.

Con una voluntad digna de mejores causas en sus tres primeros meses de gestión desmanteló la incipiente reforma del trasporte iniciada por la gestión Villarán y, de paso, canceló un magaproyecto tan importante como Vía Parque Rímac, a fin de echar mano a sus fondos (no pierde sus viejas costumbres) y construir un  by pass entre las avenidas Garcilaso y Arequipa, obra que todos los técnicos han criticado porque no es necesaria, ni cuenta con expediente técnico, como tampoco los permisos legales obligatorios para una obra de esa envergadura. Se va a gastar dinero de todos los contribuyentes en una obra que no es vital para la ciudad, sin expediente técnico ni licitación (el contratista ha sido designado a dedo), teniendo de contratista a una empresa (la brasileña OAS) sumamente cuestionada en su país de origen por ofrecer coimas a los funcionarios públicos (aparte que en Brasil extrañamente se ha declarado en quiebra).

Ha vuelto a sus antiguas andadas, cuando pensaba que Lima era como su chacra, sin darse cuenta que la ciudad cambió en los años que no estuvo en la alcaldía, con ciudadanos más atentos a una propuesta de mejor calidad de vida y de ahorro en las horas de trasporte (promedio actual: el limeño pierde cuatro horas en viajes en combi, sin seguridad y sin horarios). No obstante ello, una de sus primeras medidas como alcalde fue prorrogar automáticamente el caótico y demencial recorrido de las combis por tres años más, sin importarle los muertos y heridos que al amparo de su ordenanza han ocasionado, como los temibles “chosicanos”.

 Ya no hablemos de la cultura, la que es borrada con pintura amarilla. Creyendo que con “el cucó” del terrorismo iba a pasar desapercibida su decisión autoritaria: la mayoría de ciudadanos se encuentra en desacuerdo con la decisión tomada de borrar los murales, así como en que haya deshecho la reforma del trasporte, reforzando de nuevo el sistema comisionista-afiliador de las combis asesinas y repletas de infracciones.

La seguridad ciudadana brilla por su ausencia, con un centro histórico donde se producen asaltos y robos a cada momento, y donde impera de día y de noche la prostitución clandestina y los hostales en cada esquina. (No es casualidad que se deje ejercer el más antiguo oficio a vista y paciencia de los vecinos, si nos percatamos que la prostitución es uno de los más lucrativos negocios, por lo que muchos funcionarios ediles prefieren hacerse de la “vista gorda”).

A estas alturas menos podemos hablar de  trasparencia. Su gestión, como las pasadas, se caracteriza por hacerlo todo a media luz, siempre en la oscuridad.

En un estado democrático y constitucional, los otros poderes e instituciones del estado deben preocuparse por la situación anómala del manejo de la capital por un alcalde que ha perdido el rumbo hace tiempo. Es hora que actúen la Controlaría General de la República, el Ministerio de Economía y Finanzas y el propio Congreso de la República, que, felizmente, ha mostrado cierto interés en el tema. Y es hora también que reformemos la ley de municipalidades. No es posible que el alcalde electo tenga mayoría absoluta de regidores en forma automática. Las votaciones para regidores deben ser independientes a la de alcalde.

El alcalde Castañeda se quedó en la Lima de inicios de siglo, con sus escaleritas pintadas y el culto a la personalidad. Lo bueno, que su gestión solo durará cuatro años, sin posibilidades de reelección inmediata. Lo malo: habrá que comenzar de cero cuando se vaya, ya que no habrá hecho nada, salvo artificios para los tontos.

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