Por: Eduardo Jiménez J.
@ejj2107
Las recientes denuncias contra un conocido
piscólogo mediático, adicto a presentarse en los programas faranduleros a fin
de “diagnosticar” sobre trastornos de la personalidad de conocidas figuras de realities locales, ha vuelto a
determinar cuáles son los límites éticos del ejercicio profesional, sobretodo
en la sicología y la medicina.
La fórmula no es nueva; más bien ha sido
“importada” de los realities
norteamericanos. Se entrevista a un terapeuta sobre la conducta de una figura
mediática, opina dando generalmente un “diagnóstico” apabullador sobre la
persona preguntada (sufre de bulimia, es bonderline, tiene trastornos
obsesivo-compulsivos, etc.). Por lo general ponen rostro circunspecto, a fin de
darle “seriedad” al asunto, teniendo de telón de fondo una fotografía inmensa
de la persona “diagnosticada”.
Quien conozca más o menos los procedimientos
médicos, sabe muy bien que un médico o un sicólogo no pueden diagnosticar sin
haber observado previamente al paciente e incluso luego de haber tenido a la
mano exámenes clínicos o test sicológicos. Es como que un abogado opine de un
caso “diagnósticando” sobre tal o cual actuación judicial, sin haber visto jamás
las piezas procesales del caso en cuestión. (Práctica que ultimamente se está
volviendo algo muy común entre algunos colegas de mi gremio).
Debemos tener presente que una cosa es dar
una opinión general que no significa un diagnóstico, sino ciertas apreciaciones
basadas en datos amplios y sin el paciente a la vista, donde el condicional
“podría ser” debe ser subrayado; y otra cosa distinta es hacer diagnósticos sin
base cierta que los corrobore. Este último supuesto implica apresuramiento,
escasos límites éticos y un afán de lucro y notoriedad a expensas del supuesto
diagnosticado, el cual –dicho sea- tiene las puertas abiertas para exigir no
solo la rectificación, sino una indemnización contra el “terapeuta” y el medio
de comunicación que lo contrató.
En otros países, el terapeuta que aparece en
estos programas se enriquece. No solo por los honorarios que cobra, sino porque
su nombre y supuesto “prestigio” rebota
en los medios de comunicación. Luego vienen los libros de autoayuda, las
terapias caras para los que puedan pagarlas y hasta un programa de televisión
propio. Imagino que por estas tierras los resultados lucrativos deben ser más
modestos, aunque no exentos de la gloria efímera que concede la televisión.