Thursday, July 16, 2015

LA PSICOLOGÍA COMO FARÁNDULA

Por: Eduardo Jiménez J.
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       @ejj2107


Las recientes denuncias contra un conocido piscólogo mediático, adicto a presentarse en los programas faranduleros a fin de “diagnosticar” sobre trastornos de la personalidad de conocidas figuras de realities locales, ha vuelto a determinar cuáles son los límites éticos del ejercicio profesional, sobretodo en la sicología y la medicina.

La fórmula no es nueva; más bien ha sido “importada” de los realities norteamericanos. Se entrevista a un terapeuta sobre la conducta de una figura mediática, opina dando generalmente un “diagnóstico” apabullador sobre la persona preguntada (sufre de bulimia, es bonderline, tiene trastornos obsesivo-compulsivos, etc.). Por lo general ponen rostro circunspecto, a fin de darle “seriedad” al asunto, teniendo de telón de fondo una fotografía inmensa de la persona “diagnosticada”.

Quien conozca más o menos los procedimientos médicos, sabe muy bien que un médico o un sicólogo no pueden diagnosticar sin haber observado previamente al paciente e incluso luego de haber tenido a la mano exámenes clínicos o test sicológicos. Es como que un abogado opine de un caso “diagnósticando” sobre tal o cual actuación judicial, sin haber visto jamás las piezas procesales del caso en cuestión. (Práctica que ultimamente se está volviendo algo muy común entre algunos colegas de mi gremio).

Debemos tener presente que una cosa es dar una opinión general que no significa un diagnóstico, sino ciertas apreciaciones basadas en datos amplios y sin el paciente a la vista, donde el condicional “podría ser” debe ser subrayado; y otra cosa distinta es hacer diagnósticos sin base cierta que los corrobore. Este último supuesto implica apresuramiento, escasos límites éticos y un afán de lucro y notoriedad a expensas del supuesto diagnosticado, el cual –dicho sea- tiene las puertas abiertas para exigir no solo la rectificación, sino una indemnización contra el “terapeuta” y el medio de comunicación que lo contrató.


En otros países, el terapeuta que aparece en estos programas se enriquece. No solo por los honorarios que cobra, sino porque su nombre y supuesto “prestigio” rebota en los medios de comunicación. Luego vienen los libros de autoayuda, las terapias caras para los que puedan pagarlas y hasta un programa de televisión propio. Imagino que por estas tierras los resultados lucrativos deben ser más modestos, aunque no exentos de la gloria efímera que concede la televisión.


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