Por: Eduardo Jiménez J.
@ejj2107
A Gerald Oropeza ya no le gusta que lo llamen
“Tony Montana”, il grande uomo, como
le decía su amigo Zazá, amenazando con querellar al que ose seguir llamándolo
de esa manera.
Imaginamos que las indemnizaciones que
eventualmente pueda conseguir querellando a medios y periodistas, servirán para
pagar en parte la reparación civil que el estado peruano le impondrá.
Pero no nos interesa demasiado lo que el Tony Montana peruano pueda hacer o
creer. Vamos a ir un poco más allá.
Más preocupante es cómo un personajillo de
esa naturaleza puede ser icónico para muchos jóvenes. El que la hizo, el que a temprana edad consiguió vivir con lujos
inimaginables para un joven de escasos recursos. Dinero fácil y placeres
fáciles.
La célebre foto al pie de su lujoso carro,
cuando estaba en lo mejor de su esplendor en el tráfico de la droga, era la
invitación para que otros siguieran el mismo camino. Hay que reconocer que la
democratización de la movilidad social permitió que Gerald llegara adonde
llegó. En otras circunstancias ello hubiese sido imposible. Como dijo un tanto
discriminatoriamente una de las tantas lindas chicas que asistían contratadas a
sus fiestas (blancas, rubias, voluptuosas), ella creía que Gerald era el hijo del jardinero de la mansión
donde se realizaban las desenfrenadas orgías.
Veloz ascenso social, apoyo de líderes de un
antiguo partido político (su propio padre fue un dirigente reconocido del Apra,
la madre candidateó también por el Apra), los nexos entre narcotráfico y
política vuelven a estar bajo los reflectores. No son los primeros, ni serán
los últimos, de una estrecha relación entre los capos de la droga y los capos
de la política. Ello, más el blanqueo de dinero en actividades lícitas, gracias
a empresarios inescrupulosos, hablan más de una sociedad enferma que desde hace
buen tiempo se encuentra penetrada por la droga.
Se dice que los grandes capos del
narcotráfico en Colombia y México eran concientes que tarde o temprano iban a
terminar muertos o en la cárcel. Destino fatídico del que sabían no se iban a
librar, por lo que mientras durase el esplendor de su poder, lo disfrutaban al
máximo. Muchas veces estrambóticamente. Su exhibicionismo era el del nuevo rico del barrio. En cierta manera,
reflejaban la corta vida del personaje interpretado por Al Pacino en el célebre
remake Caracortada: Intensa, pero
breve.
Para ser sincero, el Tony Montana peruano no les llega ni a los talones.
Hugo Neira dice que nos estamos convirtiendo
en una república de mercachifles. Razón
no le falta. Todo se compra, todo se vende. Hasta las honras. El afán de
enriquecimiento y prosperidad que trajo el modelo económico implantado en
nuestro país hace 25 años, despierta esas zonas oscuras de nuestro animal (queja similar la tiene Jorge Edwards
con respecto al Chile post Pinochet).
El considerar todo mercancía y el tener como
modelo de vida el confort que el dinero te puede dar, signifca el éxito
conseguido, más allá de las formas en la que lo hayas logrado. Lícitas o
ilícitas, no importa mucho. Si tienes una oportunidad, sin importar demasiado
su origen, y no la tomas, serás considerado un huevón.
De allí que si antes un padre decía con
orgullo que su hijo quería ser médico, abogado o ingeniero, era la plasmación
del ascenso social de una familia de escasos recursos económicos; ahora el
querer ser futbolista, vedette o
narco es el medio del ascenso y reconocimiento social.
No solo son los pobres, también está el otro
extremo social. A los ricos les importa poco el país donde se vuelven
prósperos, y ellos a su manera también son los Tony Montana de hoy. Ayudados
por los contactos sociales y políticos, por el acceso directo al poder de
turno, ellos también la saben hacer.
Una ley que los beneficie, unas elusiones tributarias o unas licitaciones
ganadas a dedo son parte de ese nuevo Perú.
Como se ve, el Tony Montana peruano no es el
único. Grande uomo.