Por: Eduardo Jiménez J.
@ejj2107
Muchos se han rasgado las vestiduras
por el giro al centro de Keiko Fujimori. El más visible nuestro Nobel. Olvidan
que una cosa son los deseos y odios políticos, y otra la realidad. Y la que
manda siempre es nuestra realidad que, por las encuestas, refleja que el
electorado no ve con malos ojos la candidatura
de “la hija del dictador”. Es más, muchos guardan un grato recuerdo del
gobierno de Alberto Fujimori y lo consideran como uno de los mejores presidentes
que ha tenido el país, y ven una suerte de continuidad y “justicia poética” en
la elección de su hija.
Que de repente todavía no tenemos
inscrito en nuestro ADN político la democracia como mejor forma de gobierno, es
posible. Que no nos importe demasiado un gobierno autoritario, también. Pero es
nuestra realidad, nos guste o no. La verdad, somos pocos los que nos
preocupamos por la institucionalidad democrática. (Modestamente, como buen converso, me incluyo en el grupo).
¿Qué Keiko puede llegar a ser
presidenta? Es probable. Como diría Sarah Connor en Terminator 2: el futuro no está escrito. Y, en política, menos;
sobretodo en nuestra voluble política nacional, apenas unas variables que
pueden cambiar de sentido en pocas semanas. Pero, creo que nadie en su sano
juicio podrá creer que Keiko Fujimori repetirá el gobierno de su padre, con
escuhas, grabaciones y compra de conciencias y medios por doquier. Difícil, la
coyuntura es otra. Es más, como bien señaló Hugo Neira en una entrevista, los
reflectores estarán permanentemente puestos sobre ella de llegar a la
presidencia, lo que hará imposible salirse del carril democrático.
Keiko sabe bien que el antifujimorismo
es fuerte y si bien tiene un “voto duro”, leal a ella, necesita de ese centro
político que la haga ganar, si puede en primera vuelta, mucho mejor. De allí
sus declaraciones y estrategias, como buscar asesores y gente de la oposición a
su padre, tal el caso del ex ministro del interior de Toledo, Fernando
Rospigliosi.
Desfujimorizar el fujimorismo, es su
consigna.
No es la primera en intentarlo. Como
lo recuerda Aldo Mariátegui en una reciente columna, es el caso de Marine Le
Pen en Francia, con amplias opciones de ganar la presidencia, quien no dudó en
expulsar a su propio padre del partido que fundó, por las declaraciones marcadamente
xenofóbicas de este (una suerte de Isaac Humala de derecha) a fin de “mover” al
partido hacia el centro político. El otro es el de la presidenta de Corea del
Sur, Park Geun-Hye, hija del sanguinario ex dictador surcoreano Park Chung-Hee,
quien también se desplazó al centro político, con disculpas incluidas, y ganó
las elecciones. ¿Qué se ha convertido en una versión femenina de su sanguinario
y corrupto padre? Ni remotamente. Park Geun no se desplaza un ápice del carril
democrático.
Y se olvida que en nuestro lindo Perú,
Ollanta Humala hizo lo mismo para ganar las elecciones en el 2011. Con fuerte olor a chavismo y a autocracia, enterró
la gran transformación y sacó a luz una hoja
de ruta más democrática y potable.
Se corrió al centro polítco, con bendición y todo de nuestro querido Nobel, que
fungió de garante político. El resultado ya lo conocemos.
Un partido político con resonancia más
allá de la coyuntura se forja por condiciones sociales, no por inscripciones
formales y exhibición de locales, como se pretende en la reforma que lleva a
cabo el Congreso. Un verdadero partido político nace de las luchas y
contradicciones sociales. De las “pruebas” que le impone el contexto adverso.
Fue el caso del Apra en los años veinte del siglo pasado o de Acción Popular en
los cincuenta. El fujimorismo está por convertirse en el partido de masas que
antaño le cupo al Apra. Y de nuevo digo: nos guste o no.
Mis amigos caviares deberían
percatarse que quien invita a Keiko a la Universidad de Harvard fue nada menos
que Steve Levitsky, caviar gringo por
antonomasia y totalmente alejado de las posiciones de derecha. Levitsky será
caviar, pero es inteligente, y, si la invitó, por algo será.
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