Friday, February 26, 2016

UN ELECTOR EN BUSCA DE SU PRESIDENTE

Por: Eduardo Jiménez J.
        ejimenez2107@gmail.com
        ejj39@hotmail.com
       @ejj2107


He parafraseado el título de la obra de Pirandello para graficar lo que está sucediendo en las elecciones para presidente de la república. “Políticos antiguos” que no logran sintonizar con los nuevos tiempos; y nuevos que se desgastan rápidamente.

El estancamiento de la coalición Alianza Popular encabezada por dos políticos experimentados como Alan García y Lourdes Flores parece confirmar el fin de un ciclo que comenzó con la Asamblea Constituyente de 1978 y que tiene como personalidades representativas y sobrevivientes de aquella época  tanto a García como a Flores. (Incluso Lourdes ha insinuado que es momento de retirarse a los “cuarteles de invierno”).

Si bien tenemos un gran marco mundial que es el cuestionamiento a todo lo que provenga del establishment político (evidente en el desarrollo de las primarias en EEUU o el fin del bipartidismo español); lo cierto es que entre nosotros el proceso está marcado por un vertiginoso cambio de figuras nuevas en la política que al poco tiempo “envejecen”, así como agrupaciones políticas cuya vigencia no pasa de la coyuntura electoral.

A lo que debemos agregar que los nuevos políticos y sus agrupaciones privilegian un discurso vacío, muy genérico y poco atrayente para un electorado diverso. Y algunos –a la usanza de los aristócratas de antaño- han pensado que el dinero puede comprar la presidencia. Son políticos lights. En otras palabras: más allá de si aplican o no las nuevas herramientas de la tecnología de información, contratar asesores caros o derrochar publicidad y conciertos musicales por doquier, quizás lo que hace falta es la construcción de una nueva fe, de un “mito motivador” al decir de Mariátegui (el abuelo), y forjar un partido político de abajo hacia arriba, sostenido por una ideología o una “visión del mundo”, lo que no se logra de la noche a la mañana, ni existen atajos. Verdadero desafío hercúleo en estos tiempos.

Y dentro de este desgaste de viejos y nuevos políticos el elector sigue buscando un candidato que represente el cambio; pero en paralelo no perdona los “anticuchos” y  hechos poco claros y hasta medio turbios que se denuncian contra algún candidato, prefiriendo mirar a otra opción más trasparente.

Es lo que sucedió con la candidatura de García y los narcoindultos; así como la de Acuña y los casos de plagio (amén de un rosario de otras denuncias). Si bien cada uno esgrimió argumentaciones legales justificatorias, a veces lindantes con las leguleyadas, fueron difíciles de convencer. (Y cuando García pidió disculpas por los narcoindultos ya fue demasiado tarde).

Y, en el medio, un organismo electoral que privilegia los formalismos legales a la realidad: la casi exclusión del candidato Julio Guzmán dio la vuelta al mundo. En las democracias consolidadas y en las que se encuentran en vías de consolidación como la peruana, es muy raro que saquen de competencia a un candidato por no tener “un papel con un sello” y, por añadidura, un candidato que se encuentra segundo en las opciones del electorado. Puede parecer hasta que el organismo electoral “juega en pared” con otras candidaturas que quisiera favorecer. La práctica virreinal del “papel sellado” se privilegió sobre la realidad socio-política.

Pero creo algo está cambiando en la opinión que se tiene del elector promedio y que ya no pasa tan fácilmente estos hechos bochornosos. Calificado despectivamente de “electarado” por cierta prensa conservadora al eligir candidaturas cuestionadas o poco convincentes, más por “afinidad nacional” que por razonamiento (se elige alguien “tan peruano” en las virtudes y sobretodo los defectos como los tiene el elector). Considerado como un votante pragmático y sin muchos valores éticos –que, por lo demás, no le interesan demasiado- socialmente se le ubica en los estratos C (la nueva clase media), D y E.

Al parecer, el elector promedio está adquiriendo una conciencia crítica, más a nivel intuitivo que racional. No le interesa tanto los argumentos técnicos que, por ejemplo, rodean a los narcoindultos, los casos de plagio o la cuasi exclusión de Guzmán, pero sí considera ciertos valores universales como la honestidad o trasparencia en ciertos actos de los candidatos y de los organismos oficiales, y lo que puede estar bien o mal.
No es una actitud ética abstracta, más es sentido común que lo “aterriza” en cómo actúa un candidato o una institución.

Si bien no se puede generalizar (como en todas partes siempre habrá “electarados”), en un ambiente de marcada desconfianza como el peruano, tanto a las instituciones públicas como al oficio de político, el elector promedio está buscando un candidato que exprese ciertos valores que lo hagan creíble y que cumplirá la palabra empeñada de llegar a ser presidente. No un “pendex” redomado, sino alguien que inspire confianza.

Esto da incluso para una tesis universitaria sobre cultura, política y modernidad. Hay una suerte de mezcla de valores de cultura milenaria con modernidad.

De allí el ascenso meteórico de Guzmán, más con un trabajo en redes sociales y en el “boca a boca” que en costosas campañas publicitarias. Representa lo nuevo y “derecho”. Y, de haber salido de la contienda, las preferencias se hubieran encaminado no hacia algún puntero –ya bastante desgastados-, sino a dos candidaturas frescas y trasparentes que comienzan a hacerse visibles como la de Barnechea y la de Mendoza.

Ambos con campañas franciscanas, representan “lo nuevo” en política. Alfredo Barnechea, con un discurso articulado y reformista, ha sabido posicionarse en el centro político, bastante huérfano luego que la mayoría optó por la centroderecha. Mientras a Verónika Mendoza se le aprecia sinceridad en lo que dice; aunque no la tiene fácil dado que parte desde una izquierda neomarxista y antiminera (al igual que su entorno más cercano), cuando el elector predominante es de centro hacia la derecha (un elector más “conservador”). Convencerlo va a ser su gran reto, aparte que sus credenciales democráticas todavía no son muy claras (su posición frente al chavismo y la autocracia venezolana es, por decir lo menos, bastante ambigua). Quizás este no sea su año todavía, pero tiene una gran ventaja: es joven, trasparente y se ha hecho conocida a nivel nacional.

Curiosamente tanto Barnechea como Mendoza ganaron la representación de sus agrupaciones en elecciones internas verdaderamente abiertas y no los remedos que se dieron en otras organizaciones. Representan lo nuevo y, valgan verdades, lo honesto. Por el momento nadie los ha podido acusar de nada turbio. Pueden crecer, dependerá de su estrategia y los errores de sus contendores.

Para terminar, decíamos que no hay una nueva fe, un mito motivador. Quién está en algo de eso es Fuerza Popular. Los fujimoristas vienen construyendo un partido que puede proyectarse más allá del apellido Fujimori. Nos guste o no. Comenzaron con una fe a inicios del 2000 cuando vino la persecución a todo lo que pareciese u oliese a fujimorismo (y que ellos llaman “la gran persecución”), la experiencia de catacumbas que los cohesionó internamente (gracias a los errores de sus adversarios, sobretodo desde la izquierda). Están en mitad del proceso y en convertirse en un partido verdaderamente representativo, enraizado en lo “cholo popular”. Todavía tienen sus dilemas hamletianos. El 2016 es crítico para ellos: de perder otra vez Keiko, posiblemente gane preeminencia al interior de FP el albertismo, lo que marcaría una regresión en todo lo avanzado por los sectores más democráticos del partido.

Nada está dicho y los dados están echados.


Saturday, February 06, 2016

PLAGIOS

Por: Eduardo Jiménez J.
        ejimenez2107@gmail.com
        ejj39@hotmail.com
       @ejj2107


La denuncia -que dio la vuelta al mundo- contra un candidato a las presidenciales peruanas y dueño de tres universidades, acusado de plagio nada menos de su tesis doctoral, trae a colación nuevamente el tema, que se ha vuelto controvertido y bastante extendido, no solo en Perú sino en otros países con democracias y derechos más enraizados.

En cierta manera el plagio ha sido facilitado por los adelantos tecnológicos. Antes era un poco más difícil, aunque no imposible, copiar obras sin el consentimiento del autor o del editor; pero la revolución digital facilitó enormemente la tarea, a tal punto que se extendió la distribución y venta de obras “pirateadas”, es decir sin el respectivo licenciamiento o pago de derechos.

Si bien el copiar películas, temas musicales o libros encamina hacia un lucro obtenido a expensas de los autores o editores, el plagiar una tesis, un trabajo monográfico o un libro y pasarlo como propio, va más hacia la obtención de un grado, una nota o una satisfacción académica sin el esfuerzo intelectual debido.

Pero no se crea que únicamente el mundo académico se encuentra copado por el plagio. También lo están los planes de gobierno. Por lo menos tres agrupaciones políticas que compiten en las presidenciales fueron detectadas de no citar la fuente de donde provenía la información de sus planes de gobierno.

Los “padres de la patria” tampoco se salvan. Cada cierto tiempo surge un escándalo por plagio de alguna ley extranjera que con puntos y comas algún congresista la presenta como proyecto de ley de su “autoría”.

Hasta los jueces, nada menos que de la Corte Suprema de la República, no están exentos de acusaciones de plagio, como lo denunció un magistrado bastante acusioso, que detectó en los plenos casatorios (aquellos que producen jurisprudencia vinculante para todo el sistema judicial) párrafos enteros citados sin precisar la fuente y como si fuese autoría directa de los jueces supremos. El “copia y pega” se ha convertido en práctica institucional.

Como profesor universitario me he topado con trabajos plagiados sin impunidad o hasta tesis universitarias para la titulación, por lo que ahora soy más meticuloso cuando me corresponde ser asesor de una tesis o revisar un trabajo que no haya sido “bajado” de alguna de las tantas páginas existentes.

Usualmente los alumnos descargan ellos mismos los trabajos de alguna página de monografías (a veces es tan burdo y risible el plagio, que hasta citan artículos de leyes extranjeras como si fuesen nacionales). Pero, en otros casos, se encuentra la modalidad del “encargo”, es decir un trabajo encomendado para su realización a una tercera persona (casi siempre otro alumno) a cambio de una contraprestación económica. No han faltado casos en los que pude ser testigo que ciertos docentes se “ofrecían” para realizar tesis para el título universitario a cambio de una remuneración. (O, en ocasiones, a cambio de prestaciones sexuales si se trataba de alumnas).

Y si bien el tratarse de “doctor” es bastante usual en nuestro medio (a los médicos y abogados usualmente se nos dice doctor), nunca está demás tener un cartón con el grado, obtenido a las buenas o, muchas veces, con malas artes.

De allí que no solamente alumnos del pregrado sean copistas obsesivos. Existen casos de políticos conocidos y de jueces supremos que fueron “ayudados” para obtener el grado de doctor o magíster. Usualmente en el mundo académico el grado sirve para hacer carrera y, en cuanto a los supremos, el grado de doctor les confiere cierto estatus acorde al grado final en el escalafón judicial. En los políticos es más vanagloria personal.

La “cultura del plagio” se encuentra bastante extendida y enraizada. En cierta manera, a diferencia de los países anglosajones, nosotros “toleramos más” el plagio. Nos parece como algo natural. De allí que las campañas en contra de la piratería intelectual hayan fracasado rotundamente. (Circulan fotografías en la web donde policías con uniforme custodian locales de una conocida galería donde ofrecen todo tipo de películas y programas pirateados. En ese nivel estamos).

Quizás sea parte de nuestra “tolerancia ante la corrupción” que nos permite ser “flexibles” en los valores de acuerdo a cierto pragmatismo, sin sospechar que así no salimos del subdesarrollo ni económico ni cultural. (Existen estudios de la relación directa entre corrupción y subdesarrollo).

De repente una combinación de penas severas con sanciones morales de la sociedad puede ser un camino que permita, sino erradicar, bajar los niveles de plagio. Conozco universidades que expulsan a los alumnos que hayan cometido plagio en un trabajo académico o que les retiran el grado obtenido. Sería un buen comienzo extender ese tipo de sanciones al mundo académico local.