Por: Eduardo
Jiménez J.
ejimenez2107@gmail.com
ejj39@hotmail.com
@ejj2107
Los problemas que enfrentan gobiernos de
izquierda en AL, como los de Maduro, Evo, Correa, Dilma, Bachelet, o
el fin de la era Kirchner en Argentina, pudiera dar a entender que el péndulo
de la historia vuelve a girar hacia la derecha de nuevo, dejando las veleidades
de gobiernos izquierdistas de distinto matiz (desde rosaditos a rojos).
Al parecer la situación no es tan mecánica
y está asociada más bien al fin del “boom” de las materias primas que benefició
a tantos gobiernos de por acá de distinto sesgo ideológico (y fue de paso
fuente de corrupción).
Gracias al alto precio de las materias
primas o commodities que tuvimos desde fines del siglo pasado hasta la primera
década del presente muchos gobiernos de izquierda pudieron desarrollar
programas de inclusión social que beneficiaron a los sectores menos
favorecidos.
No hubo “magia”, sino que se dispuso de
una buena caja fiscal que permitía subsidiar programas sociales. Lo malo fue
que ningún gobierno, absolutamente ninguno, tomó la decisión de cambiar el
modelo para iniciar la transición hacia un “segundo piso”, de elaboración de
productos o generación de conocimientos, que permitiese sostener el crecimiento
iniciado. Todos fueron primario-exportadores.
El caso más delirante fue el de Venezuela
que durante el chavismo y con un barril de petróleo superior a los cien dólares
pudo financiar inumerables programas sociales y “exportar la revolución” en lo
que se llamó el socialismo del siglo XXI.
Ese populismo ha sumido hoy a Venezuela en
mayor pobreza, hiperinflación y corrupción generalizada.
Precisamente otro factor por el que el
elector les da la espalda en las urnas a los gobiernos de izquierda es la
corrupción que se siente en las altas esferas del poder.
Los ejemplos emblemáticos son el gobierno
de los Kirchner en Argentina y el del Partido de los Trabajadores en Brasil.
Los hechos que están saliendo a flote en el gobierno de los K, así
como el gobierno de Lula y Dilma Roussef implican una corrupción total que
afecta los valores esenciales de la democracia y el sistema republicano.
Técnicamente, junto a Venezuela, Argentina y Brasil se encuentran en recesión.
Digamos que el elector “se hizo de la
vista gorda” frente a la corrupción, mientras el gobierno tenía para financiar
programas sociales; pero acabados o restringidos los fondos, comienzan las
protestas y las exigencias de cambio de mandatario.
Las protestas también se relacionan con el
enorme porcentaje de la población que salió de la pobreza gracias al superavit
fiscal. Es paradójico, pero los gobiernos de izquierda crearon las condiciones socio-económicas
del aumento en número de una clase media que se niega a regresar a la pobreza y
que consiguientemente despierta una conciencia de exigencia de mayores derechos
sociales.
En otras palabras, estamos ante una clase
media que busca mejorar su estatus y no regresar a una situación de carencias preboom
de commodities.
No se trata de un péndulo que gire
mecánicamente a la derecha, sino que la situación del contexto internacional ya
no favorece a los gobiernos de izquierda que fueron elegidos democráticamente a
inicios de siglo (y que muchos de ellos quisieron perpetuarse en el poder por
reelecciones sucesivas).
Por otro lado, estos gobiernos de
izquierda -como muchos de la región incluyendo el peruano- no se plantearon el
dilema del “fin de las vacas gordas” e intentar una reconversión económica que
permita mantener el crecimiento; sino que optaron por el fácil expediente del
gasto fiscal, gracias a las inmensas regalías.
El manejar un gran presupuesto sin los
controles institucionales necesarios trae corrupción, sea de izquierda o de
derecha, produciéndose un distanciamiento con el ciudadano medio que con
esfuerzo redondea su presupuesto mensual mientras aprecia que el entorno del
poder y los amigos del poder literalmente saquean las arcas fiscales. El caso
de Brasil es el más emblemático de todos.
La verdad no hay receta nueva, ni camino corto. Gracias a nuestro
temperamento latino nos acostumbramos al gasto dispendioso y la farra eterna,
sin pensar mucho en el futuro. Fue una oportunidad perdida, como la del guano
en el siglo XIX peruano. Creo que ya no podemos pensar en nuevos booms de
materias primas, sino comenzar desde la base un proceso de trasformación que
permita un crecimiento sostenido para bien de las nuevas generaciones.
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