Monday, March 21, 2016

CORRUPCIÓN Y GOBIERNOS DE IZQUIERDA EN AMÉRICA LATINA

Por: Eduardo Jiménez J.
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       @ejj2107

Los problemas que enfrentan gobiernos de izquierda en AL, como los de Maduro, Evo,  Correa, Dilma, Bachelet, o el fin de la era Kirchner en Argentina, pudiera dar a entender que el péndulo de la historia vuelve a girar hacia la derecha de nuevo, dejando las veleidades de gobiernos izquierdistas de distinto matiz (desde rosaditos a rojos).

Al parecer la situación no es tan mecánica y está asociada más bien al fin del “boom” de las materias primas que benefició a tantos gobiernos de por acá de distinto sesgo ideológico (y fue de paso fuente de corrupción).

Gracias al alto precio de las materias primas o commodities que tuvimos desde fines del siglo pasado hasta la primera década del presente muchos gobiernos de izquierda pudieron desarrollar programas de inclusión social que beneficiaron a los sectores menos favorecidos.
No hubo “magia”, sino que se dispuso de una buena caja fiscal que permitía subsidiar programas sociales. Lo malo fue que ningún gobierno, absolutamente ninguno, tomó la decisión de cambiar el modelo para iniciar la transición hacia un “segundo piso”, de elaboración de productos o generación de conocimientos, que permitiese sostener el crecimiento iniciado. Todos fueron primario-exportadores.

El caso más delirante fue el de Venezuela que durante el chavismo y con un barril de petróleo superior a los cien dólares pudo financiar inumerables programas sociales y “exportar la revolución” en lo que se llamó el socialismo del siglo XXI.

Ese populismo ha sumido hoy a Venezuela en mayor pobreza, hiperinflación y corrupción generalizada.

Precisamente otro factor por el que el elector les da la espalda en las urnas a los gobiernos de izquierda es la corrupción que se siente en las altas esferas del poder.

Los ejemplos emblemáticos son el gobierno de los Kirchner en Argentina y el del Partido de los Trabajadores en Brasil. Los hechos que están saliendo a flote en el gobierno de los K, así como el gobierno de Lula y Dilma Roussef implican una corrupción total que afecta los valores esenciales de la democracia y el sistema republicano. Técnicamente, junto a Venezuela, Argentina y Brasil se encuentran en recesión.

Digamos que el elector “se hizo de la vista gorda” frente a la corrupción, mientras el gobierno tenía para financiar programas sociales; pero acabados o restringidos los fondos, comienzan las protestas y las exigencias de cambio de mandatario.

Las protestas también se relacionan con el enorme porcentaje de la población que salió de la pobreza gracias al superavit fiscal. Es paradójico, pero los gobiernos de izquierda crearon las condiciones socio-económicas del aumento en número de una clase media que se niega a regresar a la pobreza y que consiguientemente despierta una conciencia de exigencia de mayores derechos sociales.

En otras palabras, estamos ante una clase media que busca mejorar su estatus y no regresar a una situación de carencias  preboom de commodities.

No se trata de un péndulo que gire mecánicamente a la derecha, sino que la situación del contexto internacional ya no favorece a los gobiernos de izquierda que fueron elegidos democráticamente a inicios de siglo (y que muchos de ellos quisieron perpetuarse en el poder por reelecciones sucesivas).

Por otro lado, estos gobiernos de izquierda -como muchos de la región incluyendo el peruano- no se plantearon el dilema del “fin de las vacas gordas” e intentar una reconversión económica que permita mantener el crecimiento; sino que optaron por el fácil expediente del gasto fiscal, gracias a las inmensas regalías.

El manejar un gran presupuesto sin los controles institucionales necesarios trae corrupción, sea de izquierda o de derecha, produciéndose un distanciamiento con el ciudadano medio que con esfuerzo redondea su presupuesto mensual mientras aprecia que el entorno del poder y los amigos del poder literalmente saquean las arcas fiscales. El caso de Brasil es el más emblemático de todos.

La verdad no hay receta nueva, ni camino corto. Gracias a nuestro temperamento latino nos acostumbramos al gasto dispendioso y la farra eterna, sin pensar mucho en el futuro. Fue una oportunidad perdida, como la del guano en el siglo XIX peruano. Creo que ya no podemos pensar en nuevos booms de materias primas, sino comenzar desde la base un proceso de trasformación que permita un crecimiento sostenido para bien de las nuevas generaciones.


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