Por: Eduardo Jiménez J.
@ejj2107
La separación de Dilma Rousseff del cargo presidencial pone
fin a un modelo que para muchos era inspiración de un gobierno de izquierda en
democracia. Fracasados el socialismo del siglo XXI venezolano, el populismo
kirchnerista, convertida en república sultánica la Nicaragua sandinista, solo
quedaba en la región “el modelo” del Partido de los Trabajadores brasileños.
Con una economía en problemas recesivos (que el último mundial ni ayudó
a reactivar), corrupción generalizada tanto en la esfera privada como pública,
y en esta última en igual proporción tanto en el partido de gobierno como en la
oposición, la opción política elegida fue la separación de la presidenta Dilma
Rousseff en un controvertido juicio político. (No se le acusa de
corrupción, sino de desviar fondos del gobierno para cubrir otras cuentas
públicas).
Lo cierto es que trece años atrás, cuando el PT adviene al poder con
Lula da Silva, la forma de ganar apoyo político fue a través del clientelaje:
usando programas sociales para fidelizar el voto de las mayorías desfavorecidas,
concediendo licitaciones a empresas de dudoso comportamiento ético como
Odebrecht o avalando su entrada a otros países (entre ellos el nuestro); lo que
a su vez trae corrupción y tráfico de influencias.
Lo curioso del caso es que los acusadores de Rousseff y su entorno a su
vez están siendo investigados por corrupción. No se salvan ni el oficialismo ni
la oposición, por lo que muchos aconsejan como salida a la crisis un adelanto
de las elecciones generales.
Todo ello evidencia los límites del populismo y la precariedad
institucional en la región, y una grave descomposición social de larga data,
evidenciada ahora que los problemas económicos y recesivos acortan la sensación
de bienestar vivida años atrás. Aparte que una cada vez mayor clase media
reclama un confort que ve diluirse en el día a día, lo que se traduce en furia
y enojo ante la descomposición moral de la clase política, a quien culpabiliza
por los males de la que pudo ser una gran potencia.
Lo cierto es que gracias a un Poder Judicial más independiente del poder
político, se ha podido ir descubriendo la maraña de intereses creados generados
por el poder político, considerando a “la era Lula” como una de las más
corruptas de la historia reciente; y si bien Brasil todavía es considerada “una
potencia”, no menos cierto es que sigue siendo “un país tropical”, con todos
los males que ello conlleva, empezando por la corrupción generalizada.
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