Por: Eduardo Jiménez J.
@ejj2107
La
consulta del referendo a favor de salir de la Unión Europea es un duro golpe al
más ambicioso proyecto de unión que se haya visto. Compelidos por las
consecuencias de la II Guerra Mundial, donde el único ganador fue Estados
Unidos frente a una Europa en escombros, a los europeos no les quedó más
remedio que la unión luego de siglos de siglos de rivalidades nacionales,
políticas, económicas y religiosas. Inglaterra ingresó a la comunidad europea
en 1973 con un tratamiento especial: conservan su moneda, no están en el
espacio Schengen, y política y económicamente mantienen su posición
privilegiada con relación a Estados Unidos.
No
obstante ello la inquietud por los ataques terroristas islámicos en Europa y el
subsecuente crecimiento de una xenofobia hacia todo aquello que tenga raíz
árabe, el crecimiento lento de la economía europea y la falta de empleos
adecuados para los nativo continentales, así como los gastos de mantenimiento
de la burocracia comunitaria en contextos donde los problemas financieros que
sacudieron Europa a inicios de siglo no se han resuelto del todo, propició un
clima para que se piense seriamente en salirse de la unión.
Como
sucede muchas veces en un contexto de decisión, la parte emotiva o irracional
pesó más que la racional, así como lo inmediato frente a la perspectiva de un
futuro a largo plazo. En otras palabras, usualmente el ciudadano piensa más con
las tripas que con el cerebro. Algo de eso ha ocurrido en la consulta del
pasado 23 de Junio.
No
creo sea el fin del sueño comunitario; pero sí deberá ser replanteado por los
estados que quedan. Quizás una decisión que se tome es con respecto a los
migrantes, en especial los de origen árabe. Es probable que las fronteras se
cierren gradualmente, crezca la xenofobia y se produzca un “efecto dominó”.
Réplicas de escisión en otros países europeos. Por lo menos Marine Le Pen, la
lideresa del Frente Nacional de extrema derecha, ha pedido un referendo similar
para Francia. Por todos los problemas que están pasando, un buen porcentaje de
“galos auténticos” ven con malos ojos la creciente presencia musulmana en
Francia.
Pero
el hecho que subyace a todo el problema es la pérdida de empleos de los
trabajadores de los países industrializados en beneficio de mano de obra mucho
más barata en otros países, la revolución tecnológica que vivimos y la
desigualdad de ingresos en los mismos países capitalistas.
Como
sucedió con otros hechos históricos, se quiere ocultar el problema real a
través de una ideología justificante de lo que sucede y campañas emotivas de
odio racial (“la culpa la tienen los árabes y los asiáticos” se dice en Europa;
mientras en Estados Unidos “la culpa” la tienen los latinos), exacerbando así un
nacionalismo conservador y “cerrar fronteras”. En cierta forma estamos
reviviendo el clima crispante de los años treinta del siglo pasado.
La
onda sísmica que puede traer el Brexit es de pronóstico reservado. Puede ser
que se atenúe con un cuidadoso manejo político y se realicen reformas
económicas importantes o que se expanda más allá de las fronteras europeas, si
las condiciones son favorables a su crecimiento; pero, al parecer, los europeos
no ganan con esta decisión. Solos, cada uno por su lado, no son nada en el
contexto mundial.