Saturday, March 04, 2017

GATURRO

Por: Eduardo Jiménez J.
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Hace exactamente un mes desapareció Gaturro. Como siempre fue a buscar gatas. Usualmente se ausentaba por tres o cuatro días, pero regresaba, casi siempre anunciándose con su carácterístico maullido agudo que rompía la tranquilidad de la noche. Interrumpía el sueño a las tres o cuatro de la madrugada, a veces antes, para decir que ya estaba de vuelta y, de paso, le den su desayuno y reponer fuerzas luego de sus lances amatorios.

Ya a temprana edad sus maullidos eran inconfundibles. Era su forma de anunciarse, de decir “aquí estoy”. Parecían rugidos de un pequeño león. Y de verdad parecía un pequeño león por su abundante melena color canela, que lo cubría de principio a fin. De comportamiento bastante aristocrático, como si nada ni nadie le importasen, tenía una personalidad fuerte y bien marcada. Cuando mi tía lo trajo hace siete años del Parque Kennedy, no cabía en la palma de la mano. Vino chiquito, con los ojos todavía cerrados, en una caja de zapatos. Físicamente se parecía bastante a Garfield, el popular felino de las tiras cómicas. Como él, era obeso (su médico había recomendado ponerlo a dieta), atigrado y poseía una inteligencia bastante despierta.

Por interrumpir el sueño, estuve tentado en más de una ocasión a dejarlo abandonado lejos, muy lejos de la casa; pero al final uno se encariña con los seres que le rodean, animales o personas, con sus virtudes y sus defectos.

También cambié de opinión porque Gaturro en el fondo era noble. “Tragoncito” (tenía un apetito pantagruélico como Garfield), histriónico hasta la exageración, pero noble. En los últimos meses de mi madre, la acompañó en su lecho de enferma. Por reloj, desde las ocho de la mañana hasta las seis de la tarde estaba a sus pies, a esa hora desaparecía hasta el día siguiente.

Y cuando vino otro gato chiquito –que apareció en mi azotea, al parecer uno de sus tantos hijos- lo adoptó. Al ser el único gato de la casa, pensé se iba a poner celoso o lo iba a botar, pero lo dejó estar, comer de su plato, beber de su agua y sobretodo jugar con él. Lo llevaba en sus andanzas y la pequeña Tabi imitaba todo lo que Gaturro hacía. Parecía un padre ejemplar, enseñando al hijo lo necesario para sobrevivir en el mundo.

No se cuántos hijos habrá tenido en sus siete largos años de vida. Pero, cuando vino casi ya no había gatos en la zona; lo cierto es que repobló de felinos la cuadra y alrededores. Practicó religiosamente el mandato bíblico “creceos y multiplicaos”.  

Muchos de sus hijos son “fiel retrato del padre”; incluso en una ocasión, cuando a lo lejos divisé un gato, pensé que era Gaturro que regresaba al hogar, pero viéndolo de cerca, era uno de sus hijos paseándose por la cornisa de una azotea. Al igual que sus características físicas, algunos de sus descendientes heredaron su peculiar y agudo maullido que rompe la tranquilidad de la noche. 

Gaturro era bastante posesivo en “su territorio”, espantó a todos los gatos rivales y expandió su área de influencia más allá de la azotea de mi casa. “Su imperio” abarcaba hasta donde le alcance la vista. Incluso, en los inicios tuve problemas con algunos vecinos, no solo porque también les interrumpía el sueño, sino porque gustaba retozar en su jardín, que él ya consideraba su propiedad.

Nunca lo quise capar. Sabía que iba a vivir poco, que sus andanzas nocturnas alguna vez le iban a pasar la factura. Pero, preferí que viva intensamente a que tenga una larga y monótona vida de gato emasculado. Más bien vivió más de lo que yo había esperado.

Una sola vez estuvo gravemente herido. Tendría unos dos años cuando a traición lo atacó un gato resentido, en esas guerras iniciales que disputaba con otros felinos por dominio del territorio o por las “novias”. Tuve que llevarlo de emergencia a su veterinario –era todo un jaleo meterlo en su trasportador, no le gustaba estar encerrado- y que le cosan las heridas. Recuerdo que esos días de convalecencia estaba a los pies de mi cama, no tanto porque me tuviera más afecto a mí –más predilección tenía por mi tía que lo trajo- sino porque sabía que mientras durase su recuperación, de haber peligro, lo iba a defender.

Gaturro no olvidaba las afrentas. Esperó recuperar fuerzas, a que le crezcan de nuevo las uñas –su doctora se las había cortado antes de la operación- y fue en busca del gato que lo había atacado de mala manera. Pude ver la pelea, fue en una azotea un poco lejana a mi casa, pero vi que Gaturro le dio duro, el otro gato salió corriendo despavorido y nunca más se le volvió a ver. En esas luchas de poder, se había convertido en el amo y señor de la zona. Ningún otro felino osaba pasar por su “territorio”. Consolidaba así su dominio.

Pero, como sucede con los reyes viejos, que solo gobiernan por la fama ganada, noté que sus reflejos se volvían más lentos con el tiempo. Se iniciaba ese lento proceso de decadencia que todo ser vivo padece. Tarde o temprano otro gato le habría disputado el trono. Quizás uno de sus tantos hijos que lo desafiaba por el poder en la eterna lucha entre lo viejo y lo nuevo.

Hace pocos días ha entrado, también por la azotea, otro gatito. Debe de tener un mes más o menos. No se si será uno de sus últimos hijos, es un poco huraño todavía. Está entrando poco a poco en confianza. A veces se queda a dormir detrás de algún mueble, sigiloso. De repente viene a reclamar “su herencia”. Quien está celosa es Tabi, la gata que Gaturro adoptó de chiquita. Convertida en una gata adulta, quedó por breve tiempo como dueña y señora de la casa, pero ya le apareció un rival. No lo ha recibido de buena manera al visitante, “tira dedo”, señalando detrás de que mueble se encuentra para que lo bote, a lo que yo me hago como que no entiendo lo que me dice. Vamos a ver como va la relación con su nuevo amigo.

Así como Gaturro vino el primer sábado del año 2010, curiosamente se fue también el primer sábado del mes de Enero del 2017. Exactamente siete años, como que los gatos tienen siete vidas y creo él, al vivir intensamente, las inviritió todas año tras año. Imagino que debe estar en el paraíso de los felinos, rodeado de todas las gatas que quiere, en su Valhalla gatuno. Descansa en paz Gaturro.
7.2.17

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