Por: Eduardo Jiménez J.
@ejj2107
A 25 años de la captura de Abimael Guzmán, las
publicaciones sobre Sendero Luminoso son abundantes: testimonios de parte,
ensayos, recuento histórico; aunque la literatura de ficción nos debe la gran
novela de aquellos años, deuda pendiente.
Pero, la pregunta es por qué Sendero Luminoso, pese a
todo, continúa vigente en la realidad social y política del país, incluso entrando
en la escena oficial, como lo vimos recientemente en la huelga de los maestros.
Y, la respuesta que cae por su peso, es que la derrota
militar de SL no significaba el fin del movimiento, más político que alzado en
armas propiamente. A lo que se debe añadir el vacío de liderazgo en todo
sentido que dejaron los partidos políticos actuantes de la escena oficial, más
remedos de partidos que organizaciones institucionalizadas.
Creo que el historiador Antonio Zapata es quien mejor ha
explicado el tema.
El fin de Sendero Luminoso (la toma del poder) no ha
variado. Lo que ha cambiado es la estrategia (cómo se llega a la toma del
poder), dejando de lado (por lo menos en la gran mayoría de sus cuadros
políticos) las acciones armadas y pasando más bien a las acciones
político-sociales, reclutando cuadros dirigenciales en las nuevas hornadas de
estudiantes o insertándose en movimientos sociales de reclamo (como fue el caso
de los docentes públicos). De allí la creación de una serie de organizaciones
de fachada como el Movadef o la inserción en organizaciones gremiales como el
Conare. Ello tampoco implica que renuncien al “pensamiento Gonzalo”, suerte de
coordenadas ideológicas muy ferreamente enraízadas en su pensamiento político.
Por eso, dentro de su lógica, ellos jamás van a pedir
“perdón” por lo que hicieron en el pasado, sólo están cambiando de estrategia. En
su razonamiento, las víctimas inocentes de la llamada guerra interna son daños
colaterales, lamentables, pero que se producen en toda guerra.
Recordemos que siempre han sido “animales políticos”. Ni
en los años más álgidos del terror dejaron de pensar políticamente. Ellos
seguían muy bien la doctrina de Clausewitz: la guerra como prolongación de la
política. No nos extrañe por eso que pidan la “amnistía” para todos los “alzados
en armas”. Desde su punto de vista es bastante natural lo que piden, pese a que
a nosotros nos puede parecer una aberración.
Asimismo, han podido recrear toda una “mística” alrededor
del líder encarcelado (algo parecido a lo que hicieron los fujimoristas en
torno al fundador de la dinastía) y así atraer nuevos cuadros políticos entre
la juventud que no conoció directamente como fueron los años del terror. Para
los jóvenes, esos años son como un sueño brumoso, contado vagamente por los padres,
a lo que se suma que en los colegios el fenómeno del terrorismo se pasa
rápidamente, sin detenerse en lo importante del tema.
Quizás este “olvido” por parte de la sociedad peruana de lo
que significó el terrorismo obedeció a querer olvidar un hecho trágico y
traumático. Pasar la página rápidamente y dedicarse a otros asuntos. Esa
amnesia colectiva, ese querer olvidar hechos dolorosos, favoreció el reagrupamiento
y resurgimiento de Sendero.
Pero en esta situación de renacimiento de Sendero
Luminoso el estado peruano y los partidos políticos tienen una gran
responsabilidad. Ambos creyeron que derrotándolo militarmente el problema se
terminaba. Con una organización altamente ideologizada y con un férreo esquema
político, dificílmente las cosas terminaban con el fin de la “guerra interna”.
Y, cuando renace como Movadef, los partidos políticos, bastante disminuidos,
carentes de legitimidad social y totalmente desprestigiados, no debaten “en la
cancha” con los neosenderistas, sino que desde la escena oficial se dedican a
emitir leyes prohibiendo la “apología del terrorismo”, como si con ello el
problema se solucionaba.
¿Qué hacer?
Las prohibiciones nunca han dado resultado. Nuestra
historia está plagada de prohibiciones a organizaciones consideradas sectarias
y el resultado siempre fue nulo, es más, las prohibiciones y persecuciones
hicieron más fuerte al perseguido (el caso más emblemático fue el del partido aprista
de las catacumbas, tratado desde la derecha oligárquica como “secta”).
Si bien es políticamente incorrecto decirlo, creo que se
debe legalizar a Sendero Luminoso. Siendo un partido político legal, entra al
sistema y los reflectores estarán puestos sobre él: sus movimientos, los
dirigentes responsables, el financiamiento, todo. Es una apuesta arriesgada, lo
sé, y más el costo político de quien la ejecute, pero con un estado tan
deficiente como el peruano y la poca legitimación de los partidos políticos, no
hay otra salida viable.
Las heridas que Sendero Luminoso abrió en los años del
terror no se han cerrado. Ayuda poco ese accionar arrogante que tienen y el no
pedir perdón por los actos cometidos en el pasado. Arrastran un pesado lastre. Es
algo que en términos democráticos y humanos juega en contra de ellos. Pero, dudo
que regresen a la “lucha armada”, por lo menos la mayoría de ellos sabe que eso
es inviable ahora. Su lucha actual es otra, más política, más social, en el
papel que tuvo la izquierda en los años setenta, encabezando movimientos
sociales de reclamo. Y no sorprenda que en el corto plazo –más allá de su
legalización o no- se convierta en el principal partido político de izquierda,
desplazando a los así ubicados en la escena oficial.
Sendero Luminoso está a medio camino entre las catacumbas
de antaño y el entrar de lleno a la escena política oficial. Tensionados entre
sus mismas contradicciones y las que conlleva la sociedad peruana actual.