Por: Eduardo Jiménez J.
@ejj2107
Más o menos es lo que está en el fondo del indulto al ex
presidente Fujimori. Los primeros
enarbolan la bandera de los derechos humanos y la anticorrupción. Ergo,
Fujimori, al haber sido condenado por delitos de “lesa humanidad” no merece el
indulto. Así se caiga el mundo, los principios deben prevalecer.
En cambio, los segundos argumentan que si bien los
principios son importantes, “la razón de estado” también lo es. Sobretodo si la
responsabilidad es llevar las riendas de un pais. Y si para gobernarlo y evitar
una vacancia de incalculables repercusiones para la nación, se debe indultar a
un corrupto y sátrapa, a veces hay que hacerlo. Si quieres hacer política
tienes que ensuciarte las manos, los santos solo están en el cielo.
En el primer grupo se encuentra un conglomerado
heterogéneo que por facilidades de denominación se le llama “antifujimorista”.
Descontando a los políticos que viven del odio contra todo lo que lleve el
nombre Fujimori, a ciertos periodistas y ONGs de derechos humanos que
igualmente lucran de ese anti, la gran mayoría son personas bienpensantes,
actuantes de buena fe, que se manifiestan especialmente en las redes sociales y
las manifestaciones callejeras. Si quisiéramos dar ciertos rasgos en común,
podemos decir que la mayoría son jóvenes, menores a los treinta años, de clase
media o alta, educación superior esmerada y con valores republicanos y
democráticos; y, por razones cronológicas, la historia de lo sucedido en los
años 90 la conocen de segunda mano, casi siempre de fuentes sesgadas. En ese
conglomerado anti no todos son de izquierda.
Otra característica es que al ser un conglomerado disímil,
no se organizan en partidos políticos. Su movimiento es muy espontáneo, facilitado
bastante por los medios digitales. Por eso es difícil, casi imposible, tener un
“speaker” que represente a todos, y los partidos que se suben a la protesta no
representan ni a una minúscula parte. Es más, hasta podríamos encontrar un
porcentaje considerable que en ese movimiento profese un antipartido al estilo
“que se vayan todos”.
En el segundo grupo (donde confieso me encuentro),
usualmente están los mayores de cuarenta años. Vivieron el fujimorismo de los
noventa en carne propia, conocen directamente las luces y sombras de esa
década, y los antecedentes que en los años ochenta justificaron el cambio de
modelo y el ascenso de un desconocido como lo era Alberto Fujimori: terrorismo,
hiperinflación, desgobierno, deuda externa; época en la cual daba la impresión
que la nación iba hacia el abismo.
Son concientes que lo poco de estabilidad política y económica
conseguida, se inició en aquellos años; y si bien muchos de los integrantes no
tienen la educación esmerada de los jóvenes antis (en aquellos años no existían
las amplias oportunidades en educación de la que ahora usufructúan sus hijos),
profesan un agradecimiento al ex presidente Fujimori por la acción política decidida
que devolvió la paz y la estabilidad al país. Mal que bien, recordemos, comenzó
por aquellos días el cambio del que ahora gozamos.
Usualmente puede haber sido gente de izquierda, muchos
con participación directa o indirecta en la “cosa pública”, y que prefieren
preservar lo poco ganado que tirarlo todo por la borda en nombre de principios
etéreos. No diré como el general Odría que “la democracia no se come”; pero
democracia sin estabilidad política e institucional es poco sostenible.
Si bien al grupo que opta por la razón de estado, se lo
tilda de fujimorista y corrupto por los “principistas”; lo cierto es que se
trata de una simplificación tan burda como la que sostiene que el bando opuesto
es caviar y terruco cien por ciento. Ni lo uno ni lo otro.
Vistas así las cosas, va a ser muy difícil una
reconciliación de ambos grupos. También hay algo de diferencia generacional en
cómo se mira el mundo y el pasado inmediato de nuestro país. Por naturaleza,
los jóvenes son más intolerantes con las cuestiones pragmáticas y más proclives
a cuestionar las decisiones y actos de los “viejos”, invocando los “sagrados principios”.
(De repente, de regresar a mis veinte, estaría militando en el bando opuesto).
Aparte que el grupo de los “principistas” tiene un
discurso “políticamente correcto”, bastante moralizador, casi puritano; por lo
que es muy difícil, desde la orilla opuesta, sostener un discurso contrario más
bien de corte pragmático y realista. Siempre va a ser más atractivo y romántico
hablar de grandes cambios en nombre de principios etéreos, que de cambios más bien
modestos y posibles en democracia.
A ello se complica que las elites criollas
internacionalizadas más se identifican con un presidente como PPK (de allí que
los sectores sociales A y B no avalan tanto el indulto como los sectores C y D),
mientras los sectores populares “emergentes” se identifican más con un
presidente como Fujimori, lo sienten más suyo. Por extracción social, sus
votantes pertenecen a dos derechas diferentes; aunque las dos, a su manera,
sumamente conservadoras.
Tampoco veo cerca la reconciliación en las esferas del
poder. La partida de ajedrez –interrumpida por el indulto- ha recomenzado.
Difícilmente la oposición keikista va a soltar a su presa. Ellos saben muy bien
que les conviene el adelanto de elecciones, para descolocar a los otros
candidatos, principalmente al hermano rebelde.
Si me preguntan, diría que en aras de la gobernabilidad,
PPK debió haber renunciado dignamente en su momento, sin que necesariamente
entre en juego el tema del indulto, y sostener con una amplia coalición al
primer vicepresidente hasta terminar el mandato. Pero, como alguien dijo, el
indulto fue el enjuage entre dos viejos. Uno queriendo tapar sus entuertos y el
otro queriendo salir libre. Muchas veces la historia se escribe en renglones
torcidos.
Creo que la historia desapasionada de estos años tomará
décadas en ser escrita, cuando todos los actores hayan muerto. Pero, en ese
interín el país no puede parar. Tenemos que continuar, cojos y tuertos como
estamos en política, con partidos que más se asemejan a un club de amigos en
unos casos y en otros a una sociedad anónima. Así y todo debemos continuar. Y
en un momento determinado debemos “pasar la hoja”, olvidar, como bien ha
señalado Max Hernández en reciente entrevista. Otro viejo izquierdista que
también ha pensado más en la gobernabilidad y el país que en los principios
etéreos.
Y evitemos los apasionamientos. No llevan a buenas
elecciones. Mis amigos del bando opuesto por buscar el mal menor eligieron en
los años 90 a Fujimori por oponerse al Vargas Llosa liberal, con ayuda de la
izquierda y del Apra, algo que no se comenta mucho. Y en el presente siglo
votaron por el “mal menor” llamado Toledo, luego Humala y ahora PPK. Y en todas
las oportunidades fueron decepcionados. Creo que es el momento que hagan una
serena autocrítica. Algo les está pasando al cometer tantos errores en nombre
del antifujimorismo.
Como diría Aristóteles, la verdad no está en ninguno de
los extremos, está en el justo medio. Y tenía razón.
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