Saturday, March 24, 2018

GOOD BYE PPK O EL PRESIDENTE DE LAS PUERTAS GIRATORIAS

Por: Eduardo Jiménez J.
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       @ejj2107
Por instinto he recelado de los millonarios que entran a la política. Generalmente lo hacen para aumentar su riqueza. Platón desconfiaba de los oligarcas, del gobierno de los ricos. Y tenía razón. Van de espaldas al pueblo, sea que el millonario venga de arriba o emerga de abajo de la pirámide social. Por eso recelaba de PPK, pese a que cierta izquierda caviar lo puso cerca a santo republicano en la segunda vuelta para enfrentarlo a Keiko. El resto de lo que pasó es historia conocida.

“Las puertas giratorias”, aquel procedimiento que alude al fácil cruce de los altos funcionarios entre la actividad pública y la actividad privada se cumplió con creces en un presidente que hizo del loby su divisa y de la comisión su bandera. Teniendo el poder de la más alta magistratura, era evidente que lo iba a usar a favor suyo y de su entorno.

Aunque si lo vemos desde un punto de vista trágico, casi griego, fue la primera víctima nacional de la megacorrupción de Odebrecht. Y dudo que sea la última. Por ello, fue patético presenciar, en sus últimos días, el desesperado pedido de “lealtad” que exigía al vicepresidente a través de sus emisarios para que renuncie junto a él. Reflejaba una mentalidad de señor feudal y que no le importaba el país. Algo así como “después de mí, el diluvio”.

También fue triste ver cómo se compraba votos. El “cuánto hay”. Lo que sirvió de catarsis para lo que vino después, haciéndonos recordar años más oscuros; y también para presenciar una práctica que es bastante común en la política, aquí y allá. El interés personal antes que el del país. En el medio, un abogado del presidente practicando lo mismo que tanto denostaba en otros. Vicios privados, públicas virtudes. Fue también el debut como aprendiz de brujo del joven Kenyi, quemado por su propia hermana. Si Shakespeare estuviese vivo y en Perú escribiría una magnífica tragedia (o tragicomedia) sobre todo lo que pasó en estos días.

Pero, lo más grave de todo ello es que somos una sociedas premoderna, en el sentido que no diferenciamos lo público de lo privado. Como los caudillos del XIX, el estado y sus recursos es “la chacra” del que transitoriamente está en el poder. De allí que hayamos fallado en todos los intentos de poner una barrera entre una y otra, mientras la corrupción campea en todos lados.

Queremos ser del primer mundo, ingresar a la OCDE, pero nuestra cultura y costumbres son del medioevo, no hemos cambiado mucho. Por eso acá no se cumplen  los contratos y se desconfía para hacer negocios con el que no pertenece al entorno cercano, a la “tribu”. No se respeta la palabra empeñada ni lo que está pactado en el papel. Hay que ser más “pendex” que la otra parte y sacarle la vuelta antes que el otro lo haga.

Tampoco nos quejemos de la calidad de congresistas que tenemos: acosadores sexuales, omisos a la asistencia familiar de sus hijos, burladores de los derechos laborales de sus trabajadores, estafadores consumados, mentirosos en su hoja de vida, etc., etc.: estamos eligiendo lo que nosotros somos. Son nuestro espejo. Los sicoanalistas lo expresan mejor: por un mecanismo de trasferencia elegimos a candidatos que tienen similar idiosincracia a la nuestra. Por eso, cuando se recomienda que la próxima vez piensen mejor a quién eligen, más es un buen deseo que una realidad.

Tendríamos que cambiar nosotros para modificar nuestro patrón de opciones políticas. No es casual que en los últimos 25 años hayan sido electos un Fujimori, un Toledo, un Humala o un PPK, que fue la encarnación del “blanco pendex que la hizo”. Y no será casual que el 2021 votemos por alguien parecido a como lo hicimos antaño.

Aunque en todo este cambalache político hay algo bueno –seamos optimistas-. En anteriores épocas la crisis se habría resuelto con un golpe militar, cortando la institucionalidad democrática. Desde el 2000 somos más institucionales. Elegimos el cauce que establece la constitución. En aquellos años convocando a elecciones generales, ahora reemplazando el vice al presidente.

Tampoco fue la peor crisis política que tuvimos. La del 2000 fue más fuerte y complicada, y antes hemos tenido otras más sísmicas. Lo que sucede es que el “ruido” y el aferrarse PPK al cargo con uñas y dientes, “como gato panza arriba” (sic), hizo creer que la cosa era tan grave como lo fue a fines del siglo XIX la salida de Cáceres de la presidencia. No hubo miles de muertos cerca a la Plaza Mayor como antaño, pero sí miles de tuits que cirdularon frenéticamente en las redes. Como dirían nuestros abuelos, “crisis, las de mi época”.

También fue bueno que no se diera un movimiento de la magnitud del que “se vayan todos”. No es que apruebe lo que tenemos en vitrina, sino que en un movimiento de cambio radical los que vienen pueden ser peores que los que se van. Les pasó a los italianos en los años noventa, cuando fue barrida toda la clase política de ese entonces con el proceso mani pulite. Y el vacío de poder puede atraer al aventurero, al que decida romper las reglas institucionales en nombre de la corrupción vivida. Sea de izquierda o de derecha. Pregunten en Venezuela como acabó la historia. Saltar al vacío es como jugar a los dados.


Quiero creer que los tres y pico de años que tiene al frente el vice que asume funciones serán mejores. Un presidente no hace “milagros”, pero dentro de los límites puede administrar adecuadamente las riendas del gobierno, sin necesidad muchas veces de tanto “pergamino” como el olvidable “gabinete de lujo” de PPK y sí con más olfato y calle política. 

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