Friday, April 06, 2018

A CINCUENTA AÑOS DEL PLANETA DE LOS SIMIOS

Por: Eduardo Jiménez J.
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       @ejj2107

Hace cincuenta años, en Marzo de 1968, se estrenaba una película diseñada como serie B, una de esas tantas de ciencia ficción distópica, que presentaba un mundo donde los seres racionales son los simios y los “animales”  los humanos.  El mundo al revés.

La película causó tanto impacto que se realizaron cuatro episodios más a lo largo de los años 70, unos dibujos, un olvidable remake de Tim Burton y un interesante reboot en el presente siglo, esta vez con la contaminación viral como fin de la especie en reemplazo de la guerra nuclear, tan presente en los años de la guerra fría.

En cierta manera El Planeta de los simios fue la sátira a lo Jonathan Swift, una reflexión en clave sarcástica sobre el futuro del hombre y la destrucción de su hábitat. El amargo y desolador final, donde el coronel Taylor (Charlton Heston) maldice al constatar que el planeta de las pesadillas donde cayó su nave espacial es la tierra de la que partió dos mil años atrás, tenía ribetes trágicos.

La película planteaba que el proceso que permitió al homo sapiens elevarse por encima de la vida animal y construir lo que conocemos como civilización podía ser revertido por él mismo, regresando a sus atávicos orígenes. Es lo que sucede con el lenguaje, ese complejo lógico-simbólico que permitió al hombre elaborar las ideas abstractas. En el filme, el ser humano ya lo había perdido, volviendo al mundo de las señas y gruñidos; signo de que podemos involucionar o degenerar y regresar a nuestro estado natural, antes de separarnos de las otras especies millones de años atrás. Creo que es posible cada vez que veo a adultos, jóvenes y niños estar prendidos de las imágenes de su celular o tablet.

También contiene una crítica a los principios dogmáticos sustentadas en la pura fe y que no admiten refutación, encarnadas en el doctor Zaius, el orangután que funge de guardián de la fe y los libros sagrados, irónicamente con el título de “ministro de la ciencia”, signo de una sociedad con una ideología que se alimenta de su propia dogma y por tanto no admite refutaciones. Al decir de los liberales como Popper, estamos ante una sociedad cerrada, enemiga de la ciencia y fanatizada: todo se encuentra en el libro sagrado y no es necesario buscar otra verdad o cuestionar la existente. Sin querer, El planeta de los simios denuncia también a las grandes religiones, asentadas en principios irrefutables que excluyen cualquier otra aseveración.

La oposición entre Zaius y Cornelius es la eterna contradicción entre el dogma y el saber científico, entre la fe y la verdad, entre “el espíritu de la tribu” y el de la libertad crítica.

Contra el pensamiento del doctor Zaius, tenemos a Cornelius, el chimpancé arqueólogo que haciendo excavaciones en la llamada “zona prohibida” (sinónimo de tabú), ha encontrado indicios de una civilización anterior y más desarrollada, la humana, con objetos sumamente sofisticados para la ciencia y técnica de los simios.

Zaius, con el poder que le otorga su cargo, trata a toda costa de persuadir a Cornelius a fin que no continúe con sus excavaciones, a veces ridiculizándolo (“cuidado que entierre su reputación”); no obstante, Cornelius quiere continuar, porque intuye, con la fe del investigador, que puede alcanzar un peldaño más arriba en la ciencia.

Pese a los sofisticados avances digitales de las posteriores versiones del Planeta de los simios, me quedo con la original de 1968, con sus simios de hule y escenografía de cartón (era tal la escasez de presupuesto, que la sociedad futurista de los simios debió ser reducida a una suerte de medioevo primitivo con viviendas a lo Picapiedra y unas cuantas casas esparcidas aquí y allá). Con todas las limitaciones, es más creíble, quizás porque se contó una historia donde los efectos especiales estaban al servicio de aquella, y con magníficas actuaciones, empezando por la de Heston en uno de sus mejores papeles, dándole un toque trágico a su personaje.

Como en las tragedias griegas, el personaje va en busca de una gran respuesta a sus dudas, pero lo que encuentra puede ser tan desolador que era mejor no buscarla, como le sucede a Taylor al darse cuenta que no estaba en un planeta diferente sino que había regresado a la tierra dos mil años después, totalmente devastada por el propio hombre. El hombre como lobo del hombre, al decir de Hobbes, está presente en esa memorable escena final que resume su gran búsqueda y confirma sus más hondos temores e intuiciones.


Cincuenta años después, El planeta de los simios sigue tan vigente como el día de su estreno.

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