Por: Eduardo Jiménez J.
@ejj2107
Todo exceso trae una reacción. Lo parece confirmar la
globalización actual (ha habido otras en el pasado) que ha creado tensiones
entre lo local (la nación) y lo global, lo que no tiene fronteras. La tensión
entre uno y otro no es solo en los países de América Latina; sino también en
países de las ligas mayores como los Estados Unidos de Donald Trump, la Rusia
de Putin, la China post Mao o las políticas más localistas de Gran Bretaña y la
Unión Europea post Brexit, que ven con preocupación el efecto que la
globalización trae en sus economías y el empleo. Y como un gran canalizador de
fondos en distintas partes del mundo, las finanzas internacionales, sin patria
y sin muchas regulaciones (escasas regulaciones que ya produjeron una seria
crisis financiera en 2008).
En ese contexto, algunos hablan de las pugnas entre una
“burguesía nacional” versus una “cosmopolita”, con una serie de operadores e
ideólogos que representan los intereses de una u otra. Quizás podemos hablar
más que de burguesía, de intereses nacionales versus intereses globalizantes. Desde
esa óptica, Trump para algunos sería representante de esa burguesía más localista,
que llegada al poder y a diferencia de sus predecesores, está tratando de
defender los intereses nacionales de Norteamérica (protección de los mercados
internos, su decisión de salirse de tratados comerciales, trabajo prioritario
para los anglosajones y expulsión de los foráneos,vallas arancelarias a
productos importados, y el simbólico muro con México). Visto así, tienen cierta
lógica las aparentes boutades del
presidente norteamericano. Estamos muy lejos del optimismo de Fukuyama y su fin
de la historia.
En política, los excesos de la globalización están
trayendo como reacción políticas nacionalistas (por cierto, no todo
nacionalismo es malo, pero ese tema lo reservaré para otro artículo), lindantes
con el chauvinismo, la xenofobia y políticos que en democracia pueden llegar al
poder gracias a un discurso populista, demagógico y antiglobalizador. Es el
caso de México y Andrés Manuel López Obrador, que tiene amplias posibilidades
de llegar a la presidencia, precisamente por oponerse a las políticas más pro
libre mercado de los candidatos del PRI y el PAN, los otros dos contendientes.
La globalización en si tampoco es mala. Nunca como antes
el mundo es tan pequeño y sabemos lo que pasa al otro lado a la distancia de un
clic. Ello, así como los grandes benefiicios que trae el internet y la cultura
y economía digital, no está en discusión, ni tampoco crear un gran mercado
común. El problema estriba en que en las tensiones entre lo particular (el
estado-nación) y lo general, las trasnacionales globalizadas quieren absorber a
los estados o pasarlos por alto, con regulaciones ex profeso a su favor o,
mejor aún, sin regulaciones de ninguna clase. De allí que una serie de
operadores e ideólogos “pro libre mercado” quieren pasar todo lo que sea
globalización y trasnacionales como panacea y solución a todos los males,
enfatizando que cualquier regulación del estado por más nimia que sea atenta
contra los sagrados principios. (Un ejemplo bastante risible lo vimos en Perú en
las discusiones bizantinas esgrimidas en el tema de la “libre canchita”
resuelto por Indecopi y los cines. Según estos “líderes de opinión” Indecopi
nos ponía casi al borde del comunismo más despiadado por regular que los
espectadores puedan ingresar al cine con productos como la canchita -el popular
pop corn- comprados o preparados
fuera de los multicines).
Las reacciones en contra de la globalización se
manifiestan en populismos de distinto tipo, fundamentalismos y, a veces, en dictadura
radical. Por ello, tampoco podemos descartar un regreso a la política de los
militares, sobretodo en sociedades con democracias e instituciones precarias.
Si bien parece remoto, el “ruido de sables” podría producirse si a los civiles
se les va de las manos los problemas económicos y sociales, o la situación del
país resulta ingobernable y la corrupción se convierte en tema cotidiano. Y no
me refiero únicamente a los militares guardianes del statu quo, sino aquellos
que pueden plantear reformas desde el poder, desplazando a los civiles por
incapaces. Guste o no a la derecha más rancia, Velasco
vive.
Lo preocupante es cuando en el ejercicio de la política
llegan a la presidencia candidatos que son o fueron operadores de la
globalización financiera, como el expresidente PPK, lobista de empresas
trasnacionales. Cuando hacen de la polítca un medio para ganar más dinero ellos
y las empresas que representan, sin interesarles demasiado su país. Es evidente
que no les importará lo que el pueblo sienta o quiera. Su patria es el dólar y
su divisa la comisión. Igual sucede con los “gabinetes de lujo”, con muchos
pergaminos obtenidos afuera y ejercicio laboral en trasnacionales, pero con
poco sentimiento para el terruño y sus connacionales. Para ellos el Perú es
algo remoto y sujeto solo a un tanto por ciento en los grandes negocios que las
multinacionales puedan hacer.
Quizás por eso han fracasado en la región varios
presidentes con desarraigo local, la patria apenas fue un accidente de
nacimiento del destino, y su mentalidad está puesta en los dictados foráneos. Presidentes
que han oscilado entre la mediocridad y el desafuero. Quizás por eso es
necesario también presidentes más políticos, más localistas, más afincados al
terruño. Que miren más adentro que afuera. E igualmente es necesario no
olvidarnos de la nación y el estado. No han muerto, siguen vivos. La gran
confederación de naciones de los utopistas de antaño y hacer del mundo una única
gran patria, sigue siendo un sueño muy remoto; y mientras no existan otros
“inventos” de la civilización humana que puedan reemplazar al estado-nación y
la política, tenemos que seguir usándolos, sin olvidarnos de lo local, de “la
patria chica” en este mundo globalizado.
Hace mucho que pasó el tiempo en que creíamos que la
democracia por si iba a ser la solución a nuestros problemas irresueltos. Fue
nuestra “edad de la inocencia”. También pasó el tiempo en que creímos que la
política ya no era necesaria. Los tropezones que hemos tenido en los cerca de
cuarenta años de vivir en democracia es signo que la política sigue siendo
imprescindible.
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