Sunday, July 08, 2018

NICARAGUA

Por: Eduardo Jiménez J.
        ejimenez2107@gmail.com
       @ejj2107
 
Parece un sarcasmo de la historia que un pueblo que tanto luchó por librarse de una tiranía, algunos años después termina en otra, encabezada por quienes luchaban contra el tirano anterior. Como extraída de Rebelión en la granja, los antiguos liberadores se convierten en los verdugos de hoy.

Nicaragua ostenta los niveles más altos de pobreza, desnutrición, analfabetismo y desesperanza del continente americano. Parece que cuarenta años de revolución hubiesen sido en vano. Que los muertos en la guerra de liberación fueron un sacrificio vacío.

Lo que Nicaragua prueba es que una revolución por si no garantiza una liberación ni mejores condiciones de vida para el pueblo. Que una capa de privilegiados puede ser reemplazada por otra, y que sin instituciones sólidas y poder descentralizado e independiente en el estado, es poco lo que se puede hacer. Nicaragua prueba que el simple voluntarismo no es suficiente, y que lo bueno puede trasformarse al final en algo malo.

Un factor importantísimo son las instituciones sólidas e independientes. Lo que se ve en la tierra de Darío y en los países del Alba es que con instituciones debilitadas y sujetas a un férreo poder dictatorial es poco lo que se puede hacer por el bienestar general. Al final se cae en la dictadura que tanto se denostó. No es que los actores sociales de la hora primigenia hayan pensado en ello; pero, en naciones donde la idea de democracia es muy vaga y remota, la dictadura justificatoria (supuestamente en beneficio del pueblo) se asienta sin rubor y con desvergüenza.

Aquellos idealistas de la primera hora, los buenos elementos que tuvo la revolución nicaragüense han muerto o fueron exilados del país. Quedaron los otros, los ortegas que medran del poder, que usufructúan de él para el provecho propio, sin importarles la vida y bienestar de sus connacionales. Y este esperpento de república bananera solo se sostiene, como los Somoza antaño, con la fuerza de las armas o comprando conciencias y pagando al contado.

Quizás Nicaragua está condenada, como el Macondo de García Márquez, a cien años de soledad y de penurias.

Sunday, July 01, 2018

FEMINICIDIO: ¿FIN DE LA CULTURA MACHISTA?

 
Por: Eduardo Jiménez J.
        ejimenez2107@gmail.com
       @ejj2107


Algunos sociólogos sostienen que posiblemente estemos terminando, por lo menos en Occidente, la larga etapa histórica del patriarcado y dando paso a una nueva etapa de mayor igualdad entre los sexos, por lo que fruto de este fin de período es la desesperación de muchos hombres que sienten que su dominación sobre la mujer termina y se ven frustrados al no poder actuar con tanta impunidad como antaño. De allí los crímenes execrables contra mujeres que se ven a menudo.

Es una hipótesis que, naturalmente, requerirá data para confirmarla o no.

Las ideologías (ideas para entender o ver el mundo) universales tienen una duración histórica prolongada. Traspasa fronteras, etapas de la historia y se asienta en el sentido común como algo natural. Es lo que sucede con las grandes religiones y con la ideología del patriarcado (y su secuela más epidérmica, el machismo) con la predominancia del hombre sobre la mujer.

Aunque no siempre fue así. Por estudios antropológicos de sociedades arcaicas, al parecer antes que existiera la civilización patriarcal, la mujer en el mundo remoto de aquellos tiempos predominaba sobre el hombre. Parece que su poder emanaba de la fertilidad, asociada a la tierra, ocupando el hombre un segundo plano en esas sociedades primitivas de carácter comunitario.

La situación se invierte con el nacimiento de las grandes civilizaciones del mundo antiguo, donde predomina el hombre sobre la mujer. Algunos asocian el hecho al nacimiento también de la propiedad privada y de la familia como la conocemos ahora, donde la mujer pasa a ser una propiedad más del hombre y administradora del hogar. En algunas sociedades se sacraliza el lazo con el matrimonio monogámico (que va implicar que la mujer no puede ser compartida con otro hombre, pero este sí puede tener otras mujeres, reconocidas o no).

Coadyuva al hecho los grandes relatos justificatorios, incluyendo los religiosos, del sometimiento al hombre, donde incluso se da a entender la superioridad física e intelectual de este con respecto a la mujer, o la naturaleza un tanto pérfida de esta última (es el caso del relato bíblico del génesis referente a Eva y el fruto prohibido). La justificación de la sujeción de la mujer al hombre se condice con la interpretación del relato bíblico del “pecado” de Eva y otros ejemplos como la “traición” de Dalila.

En algunos casos el relato justificatorio de la superioridad masculina tendrá un aura más romántica (caso de los juglares europeos) o será vista la mujer como un ser débil e indefenso que requiere la protección del hombre. O aquellos que la retrataban como un niño, un incapaz que debe ser conducido primero por el padre y luego por el esposo.

Brutal o suavemente, despótico o persuasivo, lo cierto es que en los relatos justificatorios se va a entender como algo natural la superioridad del hombre con respecto a la mujer y este hecho como si fuese algo biológico o puesto por designio divino.

De allí la ideología patriarcal dominante se expandirá por la educación y a otros ámbitos como los derechos de la persona, donde hasta hace poco la mujer era ciudadana de segunda categoría.

Es en el occidente contemporáneo que esta situación va cambiando poco a poco. Comienza con el derecho al voto de la mujer, a la elección en cargos políticos, se traslada al derecho a trabajar fuera del hogar, a tener una profesión como el hombre y, a mediados del siglo XX, la igualdad sexual.

Quizás ha contribuido a la aceleración de estos cambios los medios digitales. Las noticias del abuso contra mujeres llegan más rápido que antes al ciudadano, así como las denuncias a través de las redes, sensibilizando a la población. Lo que a su vez ha repercutido en los medios de comunicación que hacen eco de las denuncias contra abusos o maltratos a mujeres y niños.

Ello ha permitido crear un clima de sensibilización y, en cierta manera, a actuar por parte de quienes tienen el poder, que no pueden mostrar indiferencia ante casos de esta naturaleza. Incluso, jurídicamente se ha abierto un debate en distintos países para aplicar la pena de muerte en los casos más abominables.

Creo que estamos en una etapa de transición (no exenta de riesgos o retrocesos) entre el debilitamiento gradual del pensamiento patriarcal-machista y algo nuevo, quizás una etapa de mayor igualdad entre los sexos. Incluso la aparición de grupos machistas en redes como los incels (célibes involuntarios), hombres que no han podido tener sexo voluntario con mujeres al ser rechazados y actúan violentamente, es reflejo de esa etapa de transición que estamos pasando, donde lo viejo se resiste a morir frente a lo nuevo que está naciendo.

Claro, si queremos reforzar el proceso es necesario no solo una penalización (el feminicidio) sino que las instituciones del estado actúen eficientemente. En el caso de nosotros, se hace necesario un mejor actuar por parte del Poder Judicial y el Ministerio Público para sancionar ejemplarmente los casos más flagrantes de feminicidio. Se ha constatado reiteradamente que la norma sola no ayuda a bajar los índices del delito; es más, las tasas de feminicidio desde que se promulgó la ley han aumentado notablemente. De allí el necesario actuar coordinado y eficiente de distintas instituciones del estado y la sociedad civil.  

La tarea es compleja, porque muchos de los operadores tienen el pensamiento machista enraízado (jueces, fiscales, policías), aparte que gran parte de las víctimas todavía no se atreven a denunciar a sus victimarios, o ven como algo natural el maltrato a la mujer. La escuela también juega un papel clave, sobretodo para educar en valores de igualdad a los niños que ingresan a la vida escolar. A ellos va a ser más fácil cambiarles “el chip” que a un adulto formado en valores tradicionales.

Todo proceso histórico de largo aliento no es mecánico. Requiere la participación activa de los involucrados y un trabajo a largo plazo cuyos frutos recién se apreciarán en las futuras generaciones.