Monday, August 13, 2007

CINE COMERCIAL EN EL PERÚ: EL CASO LA GRAN SANGRE

El hacer cine comercial en el Perú es un reto. Verdad de Perogrullo, pero cierta para todos aquellos que apuestan al mercado nacional con un producto de entretenimiento.

Por cierto, no estoy en la posición de los que –en un posado intelectualismo- aspiran a que el cine peruano solo debe tener como misión trascendental la de reflejar nuestra realidad social y su problemática, creando identidad nacional; finalidad que a lo sumo puede ser secundaria y las más de las veces obtenida de manera involuntaria, pero no estéticamente la finalidad última del cine peruano, ni de cualquier cine que se precie como tal.

Cuando los mensajes “sociales” son deliberados –es decir concientes- se cae en el pastiche, la propaganda política plana, la impostura (que es lo que le sucede a La gran sangre cuando manda sus mensajes “positivos” de afirmación de la nacionalidad y de lucha contra la corrupción) y otros esperpentos de triste olvido. La literatura y el cine soviético de la época estaliniana están repletos de ejemplos; y, las excepciones donde el mensaje social deliberado y conciente se estructuró bien en la trama son contadísimas, una de ellas, El acorazado Potemkin, y al otro lado del Atlántico, Intolerancia.

Resulta interesante conocer que ahora que existen más institutos, academias, talleres y hasta universidades donde se puede aprender cine, la calidad de las películas peruanas haya disminuido, apostándose por lo más fácil y vendible rápidamente, sin mucha creación de por medio, a diferencia de lo que sucedía con la generación de Lombardi, cuando las condiciones materiales para hacer cine eran más bien escasas y el oficio se aprendía de manera autodidacta, pero se hacían mejores y más interesantes películas que ahora. ¿Qué pasó?

Aparentemente pareciera que el talento escasea ahora, pese a que las condiciones materiales para hacer cine han crecido (a lo cual para bien y para mal ha contribuido el digital). Más bien creo que las limitaciones vienen por las condiciones más que por el talento. Lombardi y la generación del setenta tenían una ley que les permitía hacer películas y que fue el cimento del cine nacional contemporáneo por veinte años consecutivos, generando las condiciones para una pléyade de jóvenes realizadores que del corto podían pasar al largometraje.
Para muestra un botón: con todos los defectos y cuestionamientos que producía el cine indigenista de Federico García, ¿quién en la actualidad se atrevería a realizar una película sobre Túpac Amaru, hecha gracias a la derogada ley de cine?

En la actualidad, los jóvenes realizadores se enfrentan a la cruda realidad del mercado y a una ley del cine que el propio Estado burla al no dar la cuota que por imperio de esa misma ley le corresponde dar a un fondo de premiación para los cineastas, por lo que los jóvenes realizadores que se atreven a asumir el riesgo de un largometraje deciden apostar sobreseguro, utilizando “fórmulas ganadoras” que en el pasado dieron resultado en otras películas, sacrificando su talento por el supuesto beneficio económico. De allí que actualmente existan tantas cintas deleznables en el cine nacional (y hasta donde tengo conocimiento el fenómeno se repite en otros países de AL); y, por eso también realizadores jóvenes como Josué Meléndez o Álvaro Velarde que cuentan con universos propios desde su primer filme, escasean; aunque para ellos el camino del financiamiento es largo y complicado, teniendo que tocar muchas puertas y, como uno de ellos reveló, más se demora en buscar el dinero que en realizar la película.

Por eso, los que apuestan por el mercado nacional y se proyectan al extranjero, buscan la seguridad en cubrir los costos de producción y obtener un margen de ganancias, siendo el objetivo primordial el box office, la taquilla, donde necesariamente el producto ofrecido debe ser “vendible” como cualquier otra mercancía; aunque, se corra el albur de caer en productos de similares características, que apuestan sobreseguro, usando fórmulas repetitivas, asumiendo el inexorable destino de ser rápidamente olvidables, como sucede con infinidad de películas norteamericanas, deviniendo en productos descartables en el corto plazo (Usar y botar). Le pasó a dos películas anteriores de jóvenes realizadores que ya nadie recuerda pese a que el estreno fue hace poco tiempo, como son Mañana te cuento y Talk show, y algo de eso le ocurre también a La gran sangre.

El pase a la pantalla grande de esta popular serie iba a ser tarde o temprano, el asunto era cómo pasar, si haciendo una película original que rompa los parámetros de la serie de tv (por ejemplo, una adaptación creativa a la pantalla grande como la realizada por Brian de Palma con las series Los Intocables o Misión Imposible) o una que sea secuela literal de la serie de televisión. Se apostó por lo segundo, debido a la proximidad temporal con la serie y a la identificación masiva del público con los personajes centrales y sus peripecias; solo que –a diferencia de tantas películas norteamericanas- fue realizada con un presupuesto más modesto y actores locales que cobrarían también sumas más modestas. Algo así como una imitación barata de un producto original. Signos del subdesarrollo y de los escasos recursos financieros con que cuentan los productores y cineastas locales, como otros colegas de la región.

Es así que La gran sangre tiene ese aire entre Kill Bill, las películas de Bruce Lee y la popular serie de tv de los años 80 Los magníficos (The A-Team), que es de donde toma la caracterización de sus personajes principales, adaptados a la idiosincracia peruana. Dragón es un Coronel “Hannibal” Smith, sin el toque cínico que le dio George Peppard a su personaje; Tony Blades es un “Fas” acriollado y algo desnutrido acorde con un país del tercer mundo; y, Mandril es un Mario Baracus sin los collares y aretes del robusto sargento. Solo faltó para completar el cuarteto el alter ego de Murdock.

No vamos a entrar en la polémica del plagio difundida recientemente por un programa de espectáculos, debido a que no conocemos la serie azteca El pantera, y sacar conclusiones de escenas aisladas sería apresurado y falto de criterio sea para absolver o condenar. En el peor de los casos podemos argumentar que sería “un plagio del plagio”, debido a que la influencia de The A-Team en la caracterización de los personajes es bastante evidente, así como de las otras películas a que se ha hecho mención: el uso de los dibujos animados, el aire de cómic de los personajes y de las escenas, el full contact y el maestro zen que se nos muestra en flash backs son tributarias de la saga tarantiniana. El resultado no siempre ha sido el mejor en todo caso.
Pero, un problema inicial que se presenta a la película es la caracterización de los villanos, los que tienen tintes demasiado recargados. Es decir son tan malos tan malos que parecen estereotipos de villanos, parodia de malos. Es lo que pasa cuando las tintas se recargan demasiado, que se termina consiguiendo el efecto contrario al buscado. Igual pasa con la gratuidad de los flash backs (saltos temporales hacia el pasado), en que se da cuenta del gran afecto filial de Rocha hacia Marcos, lo que se verbaliza y se muestra en imágenes a la vez, o donde se nos muestra al maestro de Dragón aconsejándolo, cuando no venía al caso. Pasa lo mismo con el desacierto de “sacarse bajo la manga” a Althea como infiltrada en la banda de Rocha. No es muy creíble, ni tampoco en cómo salva a los supuestos “ajusticiados” por el narcotraficante. Aunque en honor a la verdad, ese dar un giro de 180º a un personaje contra toda lógica del relato es un recurso bastante manoseado actualmente por el peor cine norteamericano. Igual pasa con los chistes bastante socorridos que van “salpicando” la historia.
De repente faltó un mejor guión, mayor trabajo y preparación del mismo. Vemos muchas escenas que parecen gratuitas o que no trasmiten una secuencialidad narrativa lógica, esto último claro es más falta de un uso adecuado del lenguaje cinematográfico que de la estructura del guión propiamente.

Por lo demás, lo rescatable son las escenas de acción, muy bien llevadas, sobretodo la persecución en automóvil con que se abre la película. Igual de logrado es el uso del flash forward (salto temporal hacia el futuro) donde mientras el grupo justiciero prepara el golpe contra Rocha, se da cuenta, en montaje sucesivo, de la acción que se detalla en ese plan. Se gana en agilidad y en tensión dramática.
En cuanto al uso de dibujos animados, creo que se exageró un poco.

Todo parece indicar que tendremos una continuación. Esperemos que sea mejor. No por ser solo un producto comercial se debe olvidar la calidad. Recordemos que muchos grandes maestros del Hollywood clásico trabajaron bajo los parámetros de los grandes estudios. Como todo mercado, el cinematográfico también tiene consumidores exigentes y no merece que se le de “cualquier cosa” pensando que debe estar dirigido a la categoría D, E o Z; aunque el problema también es parte de la falta de experiencia del personal artístico, técnico y del equipo de producción, experiencia necesaria para consolidar una industria comercial fílmica más activa y que solo se consigue haciendo películas. El diario quehacer es la única forma de ganar experiencia en cualquier oficio. Por el momento tendremos que contentarnos con intentos aislados, con los resultados previsibles de inexperiencia y de falta de preparación, ya que como dice el adagio “una golondrina no hace el verano”.
Eduardo Jiménez J.
ejjlaw@yahoo.es

LA GRAN SANGRE: LA PELÍCULA
Dir.: Jorge Carmona
Guión: Jorge Carmona, Aldo Miyashiro
c/ Carlos Alcántara (Dragón), Pietro Sibille (Mandril), Aldo Miyashiro (Tony Blades), Melania Urbina (Althea), José Alonso (El Rocha), Carolina Pampillo (Géminis), Sergio Galliani (Santos), Jason Day (Marcos)
Perú/2007/Acción**

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